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TEATRO

El lodazal infecto de la familia Karamázov

Gerardo Vera se enfrenta a la obra de Dostoievski en un montaje que protagoniza Juan Echanove

Rocío García
Juan Echanove, en un ensayo de la obra en la que interpreta a Fiódor Karamázov, el padre de familia de la obra de Dostoievski.
Juan Echanove, en un ensayo de la obra en la que interpreta a Fiódor Karamázov, el padre de familia de la obra de Dostoievski.Sergio Parra

"Los Karamázov somos como insectos de una plaga y estos insectos engendran tormentas en nuestra sangre…, también en tu sangre”. Dimitri Karamázov, el hermano mayor de la familia, escupe amenazante las palabras a su hermano Alekséi. “Todo el mal nos viene de ti. Tú has infectado tu alma y nuestra vida”. Esta vez el objeto de las diatribas de Dimitri es el padre de familia, Fiódor Karamázov, ese hombre violento que ha ido sembrando el odio a su alrededor, que ha encontrado en la humillación de los demás uno de los placeres de su vida. Sus cuatro hijos, uno de ellos bastardo, viven en el infierno y el lodo, chapoteando en la perversión y la crueldad más absoluta. Los hermanos Karamázov, una de las novelas cumbre de la literatura universal, la última escrita por Fiódor Dostoievski (1821-1881), sube al escenario del teatro Valle-Inclán de Madrid, en un montaje dirigido por Gerardo Vera y protagonizado por Juan Echanove, al frente de un poderoso elenco de 11 actores.

La perversión del ser humano inunda esta obra que reúne todas las inquietudes existenciales del autor de Crimen y castigo y El idiota y que es toda una metáfora de la historia de Rusia de finales del XIX, un país bajo el poder imperial de los zares y la pérfida influencia de la religión ortodoxa, una sociedad mísera y callada que terminó ajustando cuentas a sangre y fuego muy pocos años después. La obra, con adaptación de José Luis Collado, se estrena en la sala del Centro Dramático Nacional el 20 de noviembre.

La puesta en escena se centra en la peripecia dramática del núcleo familiar formado por el padre y los cuatro hijos

Juan Echanove no recuerda haber interpretado a ningún tipo tan malvado como Fiódor Karamázov. Es más, cada día después del ensayo, le embarga una profunda tristeza ante la desgracia continua que se abate sobre esa familia con un padre que le dice a sus propios hijos: “Se vive muy a gusto en este lodazal, chapoteando en este lodazal. No quiero ninguna salvación. No quiero ni veros”. El actor se ha quitado el grueso abrigo y los guantes de cuero, con el que se ha metido un día más en la piel de este hombre despiadado. “En casi todos los personajes malvados que he interpretado siempre he encontrado una ventanita de salvación. Fiódor no tiene salvación posible, es alguien esencialmente malo. Es un hombre que viene de la más baja extracción social y que, a base de matrimonios y ruindades, consigue una posición social en una sociedad pueblerina rusa. Es un bufón, como a él le gusta definirse, un advenedizo, que disfruta humillando a los demás y, más concretamente, a sus hijos”. Echanove no se pierde un solo instante de la función. Ni él ni ninguno de los actores de esta compañía que se ha creado en torno al drama de Dos­toievski —Óscar de la Fuente, Fernando Gil, Markos Marín, Antonio Medina, Antonia Paso, Marta Poveda, Lucía Quintana, Chema Ruiz, Ferran Vilajosona, Eugenio Villota y Abel Vitón— se pierden un ensayo aunque no tengan que intervenir. “Somos”, asegura orgulloso Echanove, “los guardianes del teatro”.

Para guardián, guardián, qué mejor que Gerardo Vera, siempre en la búsqueda de nuevos retos, siempre dispuesto a abrir nuevas puertas en la dramaturgia. “Los hermanos Karamázov son una asignatura pendiente que tenía de mis años al frente del Centro Dramático Nacional. Es mi novela favorita de Dostoievski. Sin Echanove yo no me hubiera arriesgado a esta aventura, pero él apareció desde el principio”. Fue un día caluroso de hace meses, en el ya cerrado Café Comercial de Madrid, cuando, tras tiempo de cabalgar como jinetes solitarios sin encontrarse ni el saloon ni en el desierto, Vera citó a Echanove para darle una mala noticia. El proyecto que tenían previsto hacer juntos de La zapatera prodigiosa, de Lorca, se había caído por problemas económicos y de producción. Se empezaron a lamer las heridas ante este nuevo frustrado encuentro en el escenario cuando Vera tuvo un momento de debilidad o, más bien, de lucidez. “A mí lo que me gustaría hacer es Los hermanos Karamázov”. Los ojos de Echanove se iluminaron, recuerda hoy el director. “¿Y por qué no lo haces?”. “¿Tú lo harías conmigo?”. “¿Tú harías de Fiódor?”. “Claro que sí”. Muerta la zapatera, vivan los Karamázov, estos que se han citado hoy en la sala de ensayos que el CDN tiene en Usera con el director y el adaptador del texto, José Luis Collado, a la cabeza.

El montaje de Los hermanos Karamázov, que tiene mucho de osadía en estos tiempos de miedos y penurias, se centra en la peripecia dramática, la que es más cercana al espectador, la que gira en torno al drama familiar. “Hemos querido iluminar con una linterna todo aquello que pudiera ser comprensible al espectador, eliminando historicismos y centrándonos en ese padre y sus cuatro hijos”, asegura Vera. De las más de 1.000 páginas de la novela original, muy dialogada, la adaptación recoge algo más de 100 que quedarán en unas tres horas de representación. “Era imposible mantenerlo todo, por eso hemos prescindido de muchos elementos secundarios y nos hemos dedicado al foco familiar, a que todos los personajes en torno a ese núcleo salieran bien reflejados y retratados”, explica Collado, que, tras reconocer que la novela del autor ruso es la más complicada de las adaptaciones que ha hecho nunca, ha cuidado muy especialmente que la luminosidad y la tenebrosidad que conviven en los miembros de esa familia tan destructora no se diluyera sobre el escenario. “El alma de los Karamázov tiene mucho de podredumbre y de miseria, pero también de luz. Todos los hermanos tienen una cara oscura y otra luminosa, no son lo que a primera vista parecen”, añade Collado.

“Son puertas que hay que ir abriendo. Una detrás de otra. Así es Dostoievski”, clama Gerardo Vera

Será un espectáculo limpio, nada decorativo ni barroco, con espacios vacíos. Sin disfraces, ni pelucas. Una alfombra, un sofá, luces y una ventana enmarcarán la degradación y bajada a los infiernos de este despojo familiar. Habrá personajes fantasmales, que aparecerán cuando en escena alguien le recuerde o hable de él. Todo para contar el drama que vivió también en propia carne el propio Dostoievski, un hombre epiléptico que sufrió la muerte de su hijo pequeño de tres años por una epilepsia, y que trasladó a esta obra con unos personajes que están siempre a caballo entre la contemplación de la felicidad y el mal que les va invadiendo.

“Son puertas que hay que ir abriendo. Una detrás de otra. Así es Dostoievski”, clama Gerardo Vera, en medio del ensayo y dirigiéndose a los actores. Va un punto más allá y se deja llevar por la pasión. “No sabemos lo que hay detrás de esas puertas, hay que abrirlas para descubrirlo y estar siempre atento a lo que hay. Escucharle. Escuchar a Dostoievski”. Y lo que se escucha es la violencia misma de los sentimientos.

Los hermanos Karamázov. Dirección: Gerardo Vera. Con Juan Echanove, Óscar de la Fuente y Fernando Gil, entre otros. Centro Dramático Nacional. Madrid. Desde el 20 de noviembre hasta el 10 de enero de 2016.

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