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EN POCAS PALABRAS

Víctor Rodríguez: “Vuelvo a Cuba cada vez que puedo para ser quien soy”

Cubano (La Habana, 1955) residente en Estados Unidos, donde es catedrático en el Kenyon College, acaba de ganar el Premio Loewe de poesía con 'Despegue'

Jorge Morla
El poeta cubano Víctor Rodríguez Núñez.
El poeta cubano Víctor Rodríguez Núñez.KATHERINE M. HEDEEN

—¿Cómo sienta un reconocimiento como el Premio Loewe?

­—Soy una persona con imaginación y que cree en su trabajo pero nunca me imaginé que un libro mío ganara el Premio Loewe. Y más una obra que, como despegue, es decididamente cubana, en tema y en lenguaje. Y más aún, un libro que no encaja en la tendencia dominante, hoy, en la poesía de España. Hay elementos de mi trabajo que se acercan a la poesía de la experiencia, como la búsqueda de la comunicación, pero otros que se alejan, como mi opción por un lector activo. He renunciado a darle explicaciones, manipularlo emocionalmente, ofrecerle moralejas. En vez de que el libro estuviera en una gaveta cogiendo polvo, pensé, mejor que personas que no conozco ni me conocen lo leyeran a ver qué pasa. Y pasó lo que no me esperaba, y estoy muy honrado y agradecido y feliz. A pesar de que sabía que era un premio importante, nunca me imaginé su verdadera dimensión: tengo un montón de nuevos amigos, al menos en Facebook.

—Es la primera vez que el premio lo gana un hispanoamericano por segundo año consecutivo. ¿Cómo ve la salud de la poesía hispanoamericana?

—La poesía hispanoamericana ha gozado de buena salud, ininterrumpidamente, desde finales del siglo XIX. Rubén Darío, Gabriela Mistral, César Vallejo, Vicente Huidobro, Jorge Luis Borges, Pablo Neruda, José Lezama Lima, Octavio Paz, Fina García-Marruz, Juan Gelman: no se puede pedir más vigor. Se ha ido afirmando una poética que funde, saludablemente, la vanguardia estética con la participación social. Una poética plural, enriquecida por las perspectivas personales, que rechaza el solipsismo y democratiza el lenguaje. Es curioso que en España se califique el núcleo de esta poesía como “irracionalismo hispanoamericano”. Yo lo que advierto es un reto a la razón metropolitana, una manera caníbal de ser occidental, donde se asimila lo que conviene y el resto se desecha. La salud de la poesía hispanoamericana de hoy viene, en definitiva, de que se ha descolonizado y asumido su otredad.

—Escribe sobre Cuba y vive en Estados Unidos. ¿Cómo se siente Cuba desde fuera?

—Se siente con mucha más intensidad. He dicho en otra ocasión que el alejamiento objetivo de Cuba significó, para mí, un acercamiento subjetivo. Pude entender mejor de dónde venía, cuál era mi linaje, en qué código me expresaba. Pero debo aclarar que no soy nacionalista y que cada día rechazo con más fuerza el cuento de la nación. He llegado al convencimiento de que la más perversa, la más sanguinaria de todas las ideologías, es el nacionalismo. Resulta en definitiva una no-ideología, y se le echa mano cada vez que hay una carencia de utopías sociales, cuando se agudiza el miedo a los otros. Por supuesto, amo a esa isla atravesada en el Caribe donde nací y me formé, su gente y su cultura. Pero estoy interesado en una identidad formada más por identificación que por diferenciación. Vuelvo a Cuba cada vez que puedo para ser quien soy, para juntarme con las partes de mí que no partieron.

—¿Qué opina de la situación actual entre la isla y Estados Unidos? ¿Qué papel cree que puede jugar la cultura en ese retomar relaciones?

—Me parece un paso positivo para el pueblo cubano, que ha sufrido incontables necesidades materiales, por el embargo externo y por la ineficiencia interna. La situación en que se encontraban ambos países ya no daba más, había que cambiar de página, y estoy muy satisfecho de que se haya creado una nueva situación. No me hago muchas ilusiones, porque es difícil que los gobiernos cubano y norteamericano renuncien a sus principios, que los enfrentan inexorablemente. Ojalá que ambos extremos negocien, entren en confianza, lleguen a acuerdos. En términos dialécticos, que pasen de la negación a la negación de la negación. La cultura puede jugar un papel fundamental en este proceso porque conduce al diálogo, al reconocimiento de que hay más cosas en común que diferencias, al entendimiento del uno con el otro.

—¿Qué libros tiene en la mesilla de noche? ¿Cuáles son sus escritores de cabecera?

—En casa hay libros por todas las partes, hasta en la mesa de la cocina, pero no en mi cuarto. Es que no leo antes de dormir porque si lo hago no duermo o duermo mal. Además, desde que nació mi hija Miah hace diez años no me acuesto tarde, me voy a la cama al mismo tiempo que ella. Entonces, hago mi trabajo y leo en las mañanas y doy mis clases en la universidad en las tardes. En cuanto a mis escritores de cabecera, voy a mencionar solo a poetas, porque la lista sería demasiado larga. Y entre todos los poetas, solo a uno, que siempre tengo a mano: César Vallejo. De él he aprendido que la poesía no debe ser monólogo sino diálogo, que el yo solo existe en relación con el otro, que el mensaje implícito es más elocuente que el explícito. Como digo al final de unos de los cantos de mi libro reversos: “la forma es ideológica/ con la contemplación el mundo cambia”.

—¿Qué está leyendo ahora?

—Desde hace algunos años trato de desafiar el eurocentrismo y por eso leo a poetas árabes, turcos, persas, hindúes, japoneses. Por estos días leo a Ko Un, el gran poeta coreano, poco conocido en nuestra lengua. Antes había leído la extraordinaria antología de la poesía china moderna, El cielo a mis pies.

—¿Qué recomendación haría para iniciarse en la poesía a alguien que no sea lector habitual?

—Alguien que no sea un lector habitual debería leer, como hice yo cuando era un adolescente y tenía hasta una mala opinión de los poetas, Veinte poemas de amor y una canción desesperada de Neruda, Romancero gitano de García Lorca, y Poemas humanos de Vallejo. Luego puede probar con Las flores del mal de Charles Baudelaire, Iluminaciones de Arthur Rimbaud, y Cuatro cuartetos de T. S. Eliot. Estos libros abren caminos infinitos en la percepción de la realidad y en la manera de decir las cosas. Estoy seguro que si da ese primer paso el lector tendrá acceso a uno de los secretos mejores guardados de nuestro tiempo: la poesía ayuda a vivir.

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Sobre la firma

Jorge Morla
Jorge Morla es redactor de EL PAÍS. Desde 2014 ha pasado por Babelia, Cierre o Internacional, y colabora en diferentes suplementos. Desde 2016 se ocupa también de la información sobre videojuegos, y ejerce de divulgador cultural en charlas y exposiciones. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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