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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El mundo prodigioso de EL PAÍS

Jesús de Polanco facilitó que el periódico fuese una especie de Camelot de la Transición

Joaquín Estefanía

Ucronía: qué hubiera pasado en España desde la segunda parte de los años setenta del siglo pasado si no hubiera existido EL PAÍS. Un periódico que nació teniendo claras las reglas del juego que fueron la clave de su éxito: la propiedad es la propiedad, la dirección es la dirección y la redacción es la redacción. Los derechos y deberes de cada una de las partes quedaron selladas en el Estatuto de la Redacción. Así se desarrolló un diario con una doble alma: de mucha calidad y bien escrito (y el más vendido, lo que significa una peculiaridad entre los países de nuestro entorno), y cuyos lectores identificaban, genéricamente, con los valores de la socialdemocracia.

El patrón que asumió esa forma de trabajar fue Jesús de Polanco, que facilitó que el periódico fuese una especie de Camelot de la Transición. El “intelectual colectivo” de una época (Aranguren), el “intelectual orgánico” de las libertades recuperadas. Un empresario que había crecido y militado en el falangismo, y que se pasó con decisión a esa democracia a través del contacto con los exilados españoles a América Latina que habían huido del miserabilismo y los fusilamientos del Régimen (“¡Muera la inteligencia!”), con la oposición rupturista del interior (intelectuales, sindicalistas, periodistas) y con los reformistas del franquismo (Dionisio Ridruejo…). EL PAÍS fue la seña de identidad de ese universo complejo y contradictorio, cuyos componentes buscaban con vehemencia los mecanismos para colaborar con ese periódico, para “pertenecer” al mismo, a su glacis intelectual y profesional. Ser de EL PAÍS.

Cuando muere Polanco, uno de sus amigos, Felipe González, escribió sobre “una amistad tierna y áspera”. Muchos de sus colaboradores podrían hacer suya esa frase: patrón muy exigente, a veces implacable, amigo entrañable, protector de los suyos ante los vaivenes de la política y de los poderes fácticos de la época (incluidos los propios accionistas del diario). Mercedes Cabrera subraya algunas de las características del “capitán de empresas”: sus iniciativas más queridas fueron la editorial Santillana (mucho más que el primer “pulmón financiero” del grupo Prisa) y el diario EL PAÍS, que leyó críticamente hasta el último momento, y del que tanto se enorgulleció; la austeridad en su vida personal en relación a sus homólogos, la reinversión de los beneficios y la aversión al endeudamiento de las sociedades que presidía, hasta tal punto que éste fue uno de los problemas que le amargaron su última etapa. Alguien dice que no perdió ni media hora de su vida.

Con sus luces y sombras, el conocimiento de la aventura profesional de Polanco en el mundo de los libros y de los medios de comunicación no puede ser olvidado. Este país hubiera sido mucho peor sin ella. Demostrarlo y recordarlo es uno de los grandes méritos del libro, en el que cada afirmación va acompañada de un dato, una circunstancia, un testimonio. Como hacen los buenos historiadores y los buenos periodistas.

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