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Oliver Sacks, una vida escrita hasta la médula

La prosa del neurólogo estalla en su autobiografía con una evocación intensa de su pasión literaria, su homosexualidad castigada, su vocación científica y su imperativo vital

Oliver Sacks escribe en su diario en Machu Picchu (Perú) en 2006.
Oliver Sacks escribe en su diario en Machu Picchu (Perú) en 2006.Kate Edgar

Queda feo que lo diga un tipo que se gana la vida juntando letras, pero una buena forma de empezar a leer este libro es echando un vistazo a sus fotos. Sacks rodeado de libros en Oxford, de estadistas en Jerusalén, de camioneros en Alabama. Sacks con el torso desnudo levantando pesas en Londres, con pajarita mirando al microscopio en California, con un bigote escueto tocando el piano en su casita de Topanga Canyon. Luciendo su figura atlética y un punto macarra sobre la imponente BMW R60 que le llevó por media América con una insaciable sed de vida y conocimiento, remangándose la bata blanca para atender a sus pacientes neurológicos del Bronx neoyorquino, tomando el pelo al gran actor Robin Williams hasta hacerle saltar las ternillas. Y, sobre todo, Sacks escribiendo en todas partes y a todas horas, en el tren y al salir de la estación, sobre el techo del coche y en el albergue de montaña, en la orilla del mar y en todo lo alto del Machu Picchu, escribiendo sin parar como si no hubiera un mañana. Toda una vida.

Oliver Wolf Sacks (Londres, 1933-Nueva York, 2015) es sobre todo conocido como neurólogo y como divulgador de los misterios de la mente, a los que dedicó libros devorados por científicos y legos como Despertares o El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, basados en casos de pacientes neurológicos a los que había tratado, pero transformados de algún modo en historias, en una narrativa para uso de buenos lectores. Su estilo brillante, profundo y transparente se puede considerar ya un clásico de la escritura científica del siglo XX, entre una lista muy corta de autores que han trascendido la nefasta frontera entre las letras y las ciencias que pugna desde hace siglos por convertirnos a todos en unos ignorantes funcionales.

Pero las cualidades literarias que hasta ahora cabía sospechar se confirman con balcones a la calle en su autobiografía, En movimiento. Una vida, una mezcla de los innumerables diarios de viaje que escribió desde joven, las cartas seleccionadas entre las que enviaba a sus padres y a sus amigos y las rememoraciones escritas en los últimos años, poco antes de su muerte. Decir que el libro se puede leer como una novela no solo resulta un topicazo, sino que se queda corto: se trata en realidad de cinco novelas. Las cinco que Sacks se propuso escribir cuando era un veinteañero, para las que tomó notas e investigó intensamente, pero que nunca se llegaron a materializar. Helas aquí, en la forma inesperada de una autobiografía.

El aficionado a la narrativa norteamericana de los años sesenta disfrutará como nunca con la lectura de ‘Travel Happy’, el diario que Sacks escribió sobre su primer viaje a Nueva York, que empezó en solitario con su inseparable moto desde California y, tras una avería fatal, terminó compartiendo la cabina de un gigantesco tráiler con Mac el camionero y su ayudante Howard, un chaval discapacitado mental que no dejó de estimular el ojo clínico de Sacks, o Doc, como le conocían en el gremio de la carretera. Oiremos allí, por boca de Mac, la historia de John Henry, el negro que trabajaba en la construcción de ferrocarriles y que demostró que un humano podía vencer al último modelo de ingenio mecánico: “Llevaba un martillo en cada mano, iba clavando las estacas más deprisa que la máquina y entonces se tumbó y murió. ¡Sí, señor! Esta es una región de acero”.

También hay páginas emocionantes sobre la homosexualidad del autor. “No parece que tengas muchas amigas”, le dijo su padre al chavalito Sacks. “¿Es que no te gustan las chicas?”. “No están mal”, respondió Sacks. “¿Te gustan más los chicos?”, insistió el padre. “Sí, me gustan más, pero no es más que una sensación, nunca he hecho nada; no se lo cuentes a mamá, sería incapaz de aceptarlo”. Pero el padre no le hizo caso, obviamente, porque a la mañana siguiente la madre le abordó y le soltó por las buenas: “Eres una abominación; ojalá no hubieras nacido”. Esas palabras han perseguido a Sacks hasta el fin de sus días, y le indujeron un sentimiento de culpa por lo que “debería haber sido una expresión libre y gozosa de la sexualidad”. Tremendo, ¿no es cierto?

Aquí tiene el lector a Sacks en su plenitud vital y literaria. Un testamento y una piedra preciosa, una lectura necesaria.

En movimiento. Una vida. Oliver Sacks. Traducción de Damià Alou. Anagrama. Barcelona, 2015. 378 páginas. 21,90 euros

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