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La comunidad del pueblo

Aunque uno se dirige contra la élite política y el otro contra un enemigo exterior, tanto el populismo como el nacionalismo comparten su oposición a la democracia liberal

Enrique Gil Calvo
Eva Perón y su esposo saludan a los argentinos.
Eva Perón y su esposo saludan a los argentinos.Zumapress

¿En qué se parecen el nacionalismo y el populismo, los dos fenómenos que han hecho entrar en crisis al sistema democrático español y europeo? Respuesta de Zanatta (historiador italiano especializado en América Latina y sobre todo en Argentina): en todo, como las dos especies de un mismo género. Pero con una sola diferencia, en absoluto menor: si ambos buscan la unidad popular contra el enemigo del pueblo, el populismo se dirige contra la élite política como enemigo interior, mientras que el nacionalismo se esgrime contra fuerzas extranjeras como enemigo exterior. Pero las demás características son comunes, tal como fueron identificadas por Isaiah Berlin, en quien se inspira Zanatta, pudiendo resumirse su núcleo duro en seis notas. 1) Evoca la idea de una comunidad indivisa: el pueblo. 2) Es más antipolítico que apolítico. 3) Condena la degradación sufrida por el pueblo. 4) Pretende regenerar la armonía originaria. 5) Apela a la movilización mayoritaria de la soberanía popular. Y 6) se activa cuando la sociedad atraviesa crisis conflictivas y disgregadoras, sean debidas a la recesión o al crecimiento, que anuncian el momento populista.

A partir de aquí se deducen ciertas propiedades como las más relevantes, que Zanatta ilustra con ejemplos italianos (Mussolini, Berlusconi, Beppe Grillo), españoles (Falange, Franco, el nacionalismo catalán o vasco) y latinoamericanos (Perón, Chávez, los Kirchner). Aunque traten de recrear la supuesta comunidad originaria, son ideologías solo surgidas en la modernidad tras la revolución burguesa (1775, 1789), puesto que se basan en la soberanía popular. Pero a pesar de ello se oponen diametralmente a la democracia liberal de matriz ilustrada e individualista basada en el imperio de la ley. Antes al contrario, exaltan la comunidad popular a la que deben someterse leyes, individuos e instituciones. Y en esta misma línea procuran la desintermediación, es decir, la superación, y a veces la supresión de todas aquellas instancias intermedias (como las élites ilustradas o los partidos políticos) que amenacen con impedir la relación directa entre el pueblo y los ciudadanos. Aquí es donde aparece la figura del liderazgo representado por aquel outsider, ajeno a la clase política convencional, que sea capaz de encarnar al pueblo identificado con su propia persona singular. En cambio, las élites institucionales del establishment y, sobre todo, los políticos partidistas profesionales representan el antipueblo, es decir, la casta usurpadora a la que expulsar del templo.

Excuso subrayar el claro paralelismo con el momento populistas que vive nuestro país, tanto en Cataluña como en el resto de España, cuando se denigra a los representantes de los maldecidos partidos políticos mientras se ensalza a los héroes civiles como Colau o Carmena, capaces de catalizar la confluencia de la sacralizada unidad popular. Pues si bien nacionalistas y populistas son beligerantes frente a la clase política, contra la cual intentan despertar el antagonismo de la gente, también pretenden reconstruir una imaginaria unidad popular en cuyo interior no caben los conflictos, las fracturas ni las divisiones internas (ambición que se corresponde mal con su propia tendencia al fraccionalismo fragmentador).Y para recrear imaginariamente esa mítica unidad sagrada de la sociedad civil, no dudan en celebrar toda una serie de ceremonias espectaculares (como las diadas del Onze de Setembre) que les caracterizan como una religión política. Pues si la democracia representativa o liberal se articula mediante procedimientos formales, la democracia populista o participativa lo hace mediante acontecimientos rituales (en el sentido de Badiou), que actúan a modo de sacramentos destinados a concitar la comunión del pueblo.

El populismo. Loris Zanatta. Traducción de Federico Villegas. Katz. Madrid, 2015. 285 páginas. 17 euros.

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