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Cuando la vida es festival

La crisis y nos nuevos hábitos socioculturales cambian el consumo de la música en directo

Ambiente en el DCODE, que se celebra en la Universidad Complutense de Madrid, en septiembre.
Ambiente en el DCODE, que se celebra en la Universidad Complutense de Madrid, en septiembre.Kike Para

Con la crisis de la industria discográfica los conciertos parecieron la salida de los músicos para sobrevivir, pero la llegada de los festivales está redefiniendo la temporada musical. Arrinconada la sala de conciertos a un papel casi subsidiario, la tendencia general en toda España, y más aún en Cataluña, es el festival. La sala ya no es el paradigma de música en directo -en Cataluña perdieron un 10% de público y programaron un 13,5% menos en 2014 según el Anuario de la Música 2.015-, rol que ahora adopta el festival -según Onebox, empresa de comercialización de entradas, su ocupación alcanzó el 90% en Cataluña en 2015- ¿Por qué el festival gana la partida?, ¿qué comporta su proliferación? Son dos de las preguntas que parecen obligatorias ante los nuevos tiempos de la música en directo.

Festivales hay de todos los tipos, pero los que más proliferan son los de verano -una ciudad artificial para la música al aire libre, activa por un período breve de días y con actividades en varios escenarios- y los ciclos de conciertos, por lo general también estivales. Xavi Pascual es director de tres festivales en la provincia de Girona (Strenes, Sons del Món y Acústica), y destaca la importancia de este último modelo: "Los festivales sirven entre otras cosas para hacer marca de ciudad. Su proliferación ha provocado que muchas empresas han pasado de ser proveedoras de servicios a promotoras de festivales estableciendo una colaboración público-privada con un Ayuntamiento, que antes era organizador en solitario de los actos musicales". Según Pascual, "el festival es una idea, un concepto que atrae al público junto con los cabezas de cartel. Estos son importantes, pero conceptualizar bien un festival resulta clave". Como ejemplo aporta el éxito del barcelonés Barcelona Beach Festival, un festival de EDM "que para competir con las discotecas que programan el mismo perfil de disc-jockeys ha sabido vincular la electrónica de consumo con la playa. He aquí la razón última de su éxito", opina Pascual, quien añade dos conceptos de importancia para explicar el éxito del modelo de festival: el acontecimiento y la experiencia.

Los festivales sirven entre otras cosas para hacer marca de ciudad Xavi Pascual, director de festivales

Centrándonos en los festivales de verano, ¿qué razones mueven al público a asistir a estos acontecimientos? Jordi Gratacós fue el inventor del BAM barcelonés y para él hay que mirar al bolsillo. "Hoy en día los jóvenes carecen de dinero y concentran el gasto en lugar de pagar cada vez que asisten a un concierto en sala. Y no debemos olvidar que nuestro país nunca se ha distinguido por un consumo continuado de música en directo. Recordemos que en Cataluña, uno de los lugares de España de mayor oferta y consumo, un 66% de su población no ha asistido a ningún concierto el último año", apunta. Roger Dedeu, organizador del SOS 4.0 de Murcia, abunda en el atractivo de la oferta conjunta propia de los festivales: "Un festival es una experiencia global en la que no solo la música cuenta. En un festival puedes conocer gente, comer y beber en un ambiente de exaltación. Igual no es la mejor manera de escuchar música, pero la experiencia del público es mucho más completa", sugiere. Finalmente, Anna Cerdà, organizadora del desaparecido PopArb, clausurado este verano tras once ediciones destinadas al pop independiente en catalán, apostilla: "Los festivales funcionan por un cúmulo de razones entre las que se cuenta la falta de dinero del público, el uso de las redes sociales para explicar lo bien que te lo estás pasando en tal o cual festival y que hoy en día ya no eres guay si no vas a alguno".

En casi todos los casos el concepto experiencia es usado de una u otra forma por quienes razonan sobre el éxito de los festivales. Pero ¿qué se quiere decir con esta palabra? Gianni Ginesi, profesor de Etnomusicología en la ESMUC (Escuela Superior de Música de Catalunya), licenciado en Disciplinas del Arte, de la Música y del Espectáculo por la Universidad de Bolonia, acude a la publicidad: "La idea de experiencia tiene que ver con una estrategia de mercadotecnia que se inició en los años noventa. El anuncio de BMW que preguntaba sobre si te gusta conducir no vendía las características concretas del vehículo sino que publicitaba la experiencia de conducir, sugiriendo un mundo de imaginación, deseo y libertad. Esta idea ha llegado a la música y a los festivales. En este sentido la gente decide ir a los festivales porque prometen un imaginario imbatible de actividades. El caso más paradigmático sería el Primavera Sound, oferta un tiempo largo de estancia, mucha gente, pertenencia a un colectivo, libertad de movimiento….es una actividad ligada a una experiencia, a intentar vivirla". Además, se pregunta Ginesi, "¿cuánta gente hay capaz de pagar 5 o 6 euros por ir a un concierto en sala de una banda que desconoce?"

Un festival se ha convertido en una experiencia única, colectiva e irrepetible Lluís Torrents, presidente de la Asociación de Salas de Conciertos de Cataluña

Lluís Torrents, Presidente de ASSAC (Asociación de Salas de Conciertos de Cataluña) y gerente de la sala Razzmatazz, coincide en el análisis al enfatizar: "Un festival se ha convertido en una experiencia única, colectiva e irrepetible. Allí se concentran artistas y mucho público con un cartel del que ni muchos profesionales del sector conocen el 50% de los grupos. Se acude porque van los amigos, es un acontecimiento". Siguiendo con los factores que hacen exitoso un festival, Torrents, declarado admirador del Primavera, añade el de la ubicación, un argumento no puramente musical: "El Creamfields cambió El Ejido por Villaricos y no funcionó, tampoco lo hizo en el Circuito de Jerez, y ya como Dreambeach ha vuelto a Villaricos y ahora funciona de nuevo. El entorno es clave". Esto es tan así que el Vida Festival, en Vilanova i La Geltrú, un festival de perfil indie, vende de manera especial el confort, una localización bucólica y servicios no saturados. La comodidad por encima de casi todo, el entorno como definición. Sería el mismo caso del Kutxa Kultur Festibala y del Tibidabo Live Festival, que se celebran en parques de atracciones (el primero en San Sebastián y el segundo en Barcelona).

Pero ¿son los festivales un buen lugar para escuchar música y generar afición en relación a las salas? Carles Asmarats, promotor que trae a España artistas como Ben Harper, apunta: "A mí me gustan los festivales, y creo que lo logrado por el Primavera Sound es tremendo, pero no son el lugar idóneo para escuchar música. Vincularía la música como hecho cultural a los conciertos de sala, los festivales son culturalmente otra cosa". Tanto para Asmarats como para Lluís Torrents la diferencia entre sala y festival es de tal profundidad que dudan que compartan público: "Creo que el público de festivales y de salas es distinto. El primero no consume música en salas, mientras que el segundo sí que asiste a festivales". Torrents añade: "Ir a una sala es una experiencia puramente cultural en la que el ocio no tiene, pese a lo que asegura la Administración para catalogarnos la actividad, un peso importante. A las salas vas a ver algo que te interesa en sí mismo, en un espacio pensado para tal fin y donde no pasa nada más que un concierto". Para Gianni Ginesi esta dispar consideración entre sala y festival está relacionada con los parámetros fijados por el Romanticismo en el siglo XIX: "De entrada la música pop rock se considera una música no tan cultural como otras. Como además a un festival no se asiste por razones exclusivamente musicales, se considera que se trata de una fiesta y a la fiesta no se le otorga el mismo peso cultural que al concierto. A partir del romanticismos se idealizó la idea del concierto, que comenzó con la clásica pero que luego se extendió a todas las música, incluido el pop. No se valora de igual manera un concierto en un recinto lírico que en una plaza mayor. Incluso se considera a un mismo grupo más culto en sala que en festival. La música es un ideal". Ginesi añade que el mantenimiento de este ideal decimonónico tiene varias consecuencias: "Cuando vas a un concierto hay que mostrar un respeto que es incluso físico, postural. Y ese respeto, según la idea romántica, favorece la comprensión de la música. La música es como una oración. Esto puede funcionar, quizás, con la clásica, pero no con las demás. Creo que se puede escuchar música y hacer otras cosas, aunque eso no se acepta ni está bien visto". Pero ¿se puede concentrar el espectador cuando los dispositivos móviles se usan reiteradamente en medio del concierto? "Bueno", responde Gianni, "en la sala también usas el móvil y hablas, y vas al lavabo, y te pasas un rato en la barra solicitando la consumición…". Al hilo del tema, Torrents comenta que en Razzmatazz se plantean restringir algunos usos abusivos y molestos del móvil.

A un mismo grupo se lo considera más culto en sala que en festival Gianni Ginesi, profesor de Etnomusicología

Aceptado el éxito del festival como modelo además mejor facultado para captar los imprescindibles patrocinios, ¿qué consecuencias puede tener su éxito en relación a las salas? Carles Asmarats, de Encore Music, ya lo ha percibido: "Yo trabajo fundamentalmente con artistas norteamericanos y desde 2008 no he vuelto a hacer giras internacionales fuera del período estival. Antes una banda venía de gira y ocupaba tres meses en Europa, ahora destinan apenas tres semanas y solo en primavera y verano, quedando otoño e invierno desangelados. Ir a festivales facilita a los artistas conseguir el máximo rendimiento en un espacio corto de tiempo, ya que en los festivales les pagan más, tienen más público e incluso pueden actuar menos tiempo. También por eso creo que ahora los grupos suben antes y bajan más rápido. Antes una banda iba escalando en salas de menor a mayor tamaño hasta llegar a un gran recinto. Ahora están en festival a las primeras de cambio. Ben Harper tardó varias giras en llenar locales de gran capacidad. Hoy eso es impensable".

Ginesi establece otro punto distintivo de los festivales, en este caso heredado de los conciertos convencionales: "El consumo está relacionado con la posibilidad de escoger entre multitud de posibilidades de compra. Eso tiene que ver con la estrategia de mercado, ofrecer al consumidor, no ya al individuo, al público o al aficionado, muchas opciones. Cuando compras un coche hay cada vez más variantes de equipamiento personalizado al margen del precio de partida. Es una estrategia de mercado del sistema capitalista, que hace creer al consumidor que consumir es un hecho activo, una muestra de responsabilidad. En los festivales hay la misma estrategia al ofrecer tantas opciones de compra". En definitiva, el escalado de precios de entradas tanto en conciertos convencionales como, más recientemente, en festivales, permite al usuario distinguirse de la masa, además de atribuirle una responsabilidad como consumidor.

Tocar en sala o en festival

David Carabén es el líder de Mishima, una de las bandas más significativas del pop catalán independiente. Su circuito abarca salas, festivales y fiestas mayores, de manera que su experiencia le faculta para establecer diferencias. "En la sala tienes al público cautivo, y eso favorece que el repertorio ofrezca más atmósferas, ofreciendo un recorrido más rico en emociones. Al aire libre el público tiene la libertad de marchar y allí gana la ley del más fuerte, del grupo más llamativo, ruidoso o popular. En un festival has de exagerar tus características más significativas para destacar", considera. La sala, según Carabén, también tiene dos filos: "Por un lado sabes que el público no marchará y eso mismo te presiona más para agradarle y que acabe satisfecho". Como conclusión, Carabén aclara que Mishima tiene tres repertorios diferentes en la misma gira, "dependiendo de si tocamos en festival, en sala con el público en pie o en sala con butacas". Para Carabén, quien sale ganando con el modelo festival, al menos de entrada, es el espectador: "Puede hacer záping buscando lo que le satisfaga", en el buen entendido de que "un festival es como Twitter, solo titulares, mientras que la sala es el reportaje completo".

Estas posibilidades de decisión se amplían en un festival a la selección de los artistas. Mientras en la sala el hecho de escoger un concierto se supone meditado y planificado, en un festival donde la oferta es ingente, el hecho de seleccionar qué conciertos ver se verifica en el mismo festival, atendiendo a criterios de lo más variado. Según Anna Cerdà, "ir a festivales es como ir a un spa para dos, una actividad programada que disfrutas. Por contra, organizártela tú misma implica preparación, trabajo". Se estaría construyendo el universo Ikea, donde el consumidor acude atraído por una gran oferta a buen precio donde refuerza su protagonismo con la ilusión de ser quien escoge. Según Ginesi esta libertad no es tan clara, "ya que el modelo festival tiende a homogeneizar el sonido de los grupos por una cuestión puramente de pruebas de sonido y horarios. Un festival es una factoría".

La idea de gran superficie está también ligada a la lógica del sistema económico, que tiende a la concentración. Lo explica Ginesi: "Las empresas, que pueden captar más patrocinio, ofrecen una gran cantidad de producto para que venga mucho público a consumirlo. Cuanto más ofreces, más posibilidades tienes para llamar la atención del público. Es la lógica del propio sistema". Como conclusión, Anna Cerdà indica: "La cosa se ha polarizado: o festivales muy grandes o conciertos diminutos, la clase media y los festivales pequeños al garete". Ginesi remata el pensamiento: "La música no es sólo el músico, hay una industria alrededor, hay agentes económicos que determinan el modelo. Hay mucha gente que vive de la música sin ser músico". Y en este sentido cabría señalar un último apunte. Lo sugiere Carles Asmarats: "La mayor parte de los festivales están organizados por personas que no eran promotores de giras, en todo caso organizaban conciertos en su sala, o directamente se trata de empresarios, hombres de negocios, no necesariamente promotores musicales". Roger Dedeu lo confirma: "Sí, hay que ser empresario porque hay que manejar muchas variables. El promotor tradicional comienza a cambiar en los noventa, los que organizamos festivales venimos de entornos empresariales. El tamaño de los festivales hace que su gestión vaya mucho más allá del trabajo del promotor tradicional".

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