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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Banderas, qué miedo

Ante la matraca informativa sobre si Cataluña es una nación me pregunto: ¿las personas que hacen de esa cuestión la razón de su vida se despiertan y se duermen pensando en ello?

Carlos Boyero

Cada vez que observo mareas de gente manifestando su entusiasmo ante un ideal común, coreando lemas, con expresión de fe ciega en lo que defienden, anhelan, exigen o denuncian, recuerdo inevitablemente algo que observé, inicialmente con estupor y después encontrando su aplastante lógica, un 11 de septiembre del año 2001. El escenario era un hospital y yo acompañaba a un amigo que durante cinco años peleó en vano contra ese gran cabrón llamado cáncer. Había televisiones encendidas. Y estaban transmitiendo, primero en diferido y luego en directo, algo con tono apocalíptico, dos aviones que se estrellaban contra las Torres Gemelas, una matanza terrorista que se atrevía a embestir al Imperio en su propia casa. Aquello podía ser el principio del fin, con presumibles consecuencias atroces para múltiples habitantes del planeta.

Pero el silencio o la indiferencia de enfermos y acompañantes ante algo tan catastrófico era absoluto, ni la menor huella de sobresalto, ningún comentario. Y la lucidez te aseguraba enseguida que eso era lo normal. ¿Qué demonios te va a importar una guerra mundial o el fin del mundo cuando te está machacando el dolor, la muerte te reclama, vas a sufrir la pérdida inconsolable de un ser amado? Aquellas imágenes de Nueva York en llamas podían ser sustituidas por inocuos dibujos animados o anuncios publicitarios sin que afectara lo más mínimo al estado de ánimo de los pacientes y de su entorno afectivo.

Y me pregunto ante la matraca informativa sobre si Cataluña es una nación o si forma parte de España y ante tantos millones de personas para las que esa cuestión parece ser la principal razón de su existencia: ¿se despiertan y se duermen pensando en ello? No lo entiendo y pido ayuda a la cordura. O sea, creer que el deseo prioritario de cualquier persona sensata es su propio bien y el de los suyos. Y no joder a los demás.

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