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Al Foster, retrato de un artista en gira

EL PAÍS acompaña al veterano 'jazzista' en su atribulado periplo por España

Al Foster en el Café Central, Madrid (2012).
Al Foster en el Café Central, Madrid (2012).Carlos Rosillo (El País)

Es un hecho: los músicos de jazz, y no sólo los estadounidenses, aprovechan los meses de mayor actividad musical en Europa para hacer caja. “Si no fuera por los bolos en Europa”, señala Aloysius Tyrone Foster, alias Al Foster (Richmond, Virginia, 1943), “estaríamos pidiendo por las calles”. El legendario baterista, antiguo hombre de confianza de Miles Davis, tiene cinco conciertos en cinco días en suelo español; de Madrid a Barcelona pasando por Valencia, Bilbao y Ourense. Todos los desplazamientos, excepto el último, por carretera. EL PAÍS acompañó al veterano jazzista en su atribulado periplo por tierras ibéricas: “La diferencia es que con Miles viajábamos en primera, bueno… él viajaba en primera”.

Del aeropuerto a la prueba de sonido. No hay tiempo para deshacer las maletas: “Pero ésta es mi vida, la que he elegido. No me puedo quejar”. Su existencia no ha sido un camino de rosas. Varias veces se ha asomado Al Foster al abismo y otras tantas ha sabido salir airoso del trance: “Supongo que soy un superviviente, lo que sé es que he tenido mucha suerte en mi vida.”

Al Foster hace su aparición, no exactamente triunfal, por la puerta del madrileño Café Berlín. Su aspecto es el de quien acaba de meterse en el cuerpo los 5.777 kilómetros que separan Nueva York de Madrid en clase turista: “Había años que en cruzaba el charco 2 y 3 veces en un mes pero, tío, uno ya no es un niño”. A sus 72 años, el baterista ajusta personalmente cada pieza de su instrumento. Primera lección: el músico de jazz se toma su trabajo muy en serio: “El glamour se lo dejamos a los músicos de rock”, apunta. Hace cinco días no sabía de la existencia de sus compañeros de viaje, elegidos entre lo más granado del jazz contemporáneo. Finalmente, ni Godwin Louis (piano) ni David Bryant (vientos), sus juveniles compañeros de tour, son lo que esperaba. Tendrá que ser el algo más veterano contrabajista Doug Weiss quien se encargue de poner paz entre el líder y los recién llegados: “Es otra generación, su conocimiento del jazz viene de los libros, pero el jazz no está ahí, sino aquí: en el corazón”. Medio siglo después de su debut como profesional, Foster sigue buscando una razón para aprender a leer una partitura: “En aquel tiempo, el músico aprendía a tocar jazz tocando. Nadie te ayudaba y tampoco tenías la posibilidad de ir al conservatorio, salvo que tuvieras unos papás ricos”.

La actual gira de Al Foster y su cuarteto de circunstancias pretende ser un homenaje a otro ilustre “iletrado” de la historia del jazz, el también batería Art Blakey. Al menos, en teoría: “Es muy difícil inspirarse cuando estás tocando con unos tipos que sólo interpretan cliché tras cliché”. Demasiado tarde para echarse atrás: el esforzado baterista deberá apañárselas con lo que tiene: “Da igual si el público no percibe la diferencia, han pagado y tienen derecho a un buen espectáculo”.

La batalla entre el líder y sus jóvenes acólitos se desata sobre el mismo escenario del Café Berlín. Serán dos horas y media de una música intensa y fluctuante con el preceptivo descanso entremedias y la participación fuera de programa del espectro de lo que un día fue Jerry González, trompeta y gabardina incluidas. Para los allí presentes, y pese a los evidentes desajustes, el concierto del año, o poco menos: “no hay muchas ocasiones de escuchar un jazz así”, comenta un entusiasmado Alberto tras retratarse junto al batería tiernamente enlazados el uno al otro; “jo, tío”, apunta Nacho, “ves a un tipo como Al Foster y te das cuenta: esto es jazz y lo demás, cuentos”. Con cada entrada, una botella de 1906, la marca de cerveza que patrocina la gira y el ciclo consiguiente del que se cumplen ocho ediciones. Se agradece que, por una vez, el patrocinio no quede en el anuncio luminoso.

Llegada la hora, los componentes del conjunto recogen sus efectos. Todos, menos el líder. Por dónde, la estrella de la noche prolongará su jornada hasta horas intempestivas; y es que no hay jet lag que valga cuando se está entre amigos. Segunda lección: sobre el escenario y fuera del mismo, Al Foster hace básicamente lo que le da la gana, que es lo que han hecho los músicos de jazz desde el principio de los tiempos.

Los efectos de la queimada sobre los músicos de jazz

Valencia, segunda etapa de la gira. El cuarteto va a ofrecer su mejor cara ante el público selecto de connaisseurs que abarrota el Jimmy Glass Jazz Bar: pretender acceder a la barra es una quimera. Un resucitado Al Foster empuja la música por los caminos más insospechados. Se diría capaz de levantar a un muerto con cada uno de sus uppercuts.“A un muerto puede”, opina Julia, pianista de jazz en ciernes, “pero no a David Bryant”. Hasta que llega United. Los intérpretes emergen como de un sueño para dejarse envolver por la magia de la composición de Wayne Shorter: “Hay un momento en que todo encaja y la música fluye por sí sola”, comenta jadeante el baterista al término del recital. “No hay nada mejor que eso… ni el mejor coño”.

Esa noche, los insignes viajeros van a conocer la más temible Arma de Destrucción Masiva. Alguien entre el público ha cocinado una queimada en su honor… Mouchos, coruxas, sapos e bruxas; demos, trasnos e diaños… David Bryant contempla al conjurante con expresión de perplejidad: “Ver para creer”. Veinticuatro horas y 611,7 kilómetros más tarde, agoniza en un rincón oscuro del hall del hotel de 3 estrellas mientras espera a ser conducido al Bilbaína Jazz Club, tradicional bastión del jazz en la capital vizcaína. En éste tiempo, confiesa, ha aprendido 2 cosas: que la península ibérica es más grande de lo que aparece en los mapas; y que un baño en queimada a la 1 de la madrugada no es necesariamente la elección más aconsejable.

Entre retortijones y reproches, el cuarteto va a llegar a una solución de compromiso: un solo pase más breve y sin demasiadas pretensiones, y de vuelta al hotel; Moanin´ permanece; Blues march se cae del repertorio. Si las circunstancias no acompañan, siempre nos quedará Al Foster. Cada una de sus intervenciones vale por todas las ideas de sus compañeros de escenario juntas y puestas en fila: “El jazz es verdad”, apunta el susodicho. “No se puede mentir siendo músico de jazz”, añade. 

Por tierras gallegas

Demasiados kilómetros, demasiadas noches en vela y una dieta alimenticia a base de pizza y whisky on the rocks que cualquiera calificaría como poco equilibrada; el “blues del autobús” es una realidad ausente de toda grandeza cuando se llevan demasiados años en el oficio. Cada cual distrae el tedio como mejor puede. “Ourense es España, ¿no?”. Al Foster rumia: “Pues no lo parece”. Los conciertos de la gira se cuentan por llenos. ¿Quién dijo que el jazz está en crisis?

Una breve siesta y de vuelta sobre un escenario: el del Café Latino, 25 años de historia del jazz en Galicia. Xurxo ha viajado desde Ferrol para conseguir la firma del batería sobre un gastado ejemplar de Big Fun, uno de los pocos discos de Miles Davis con grabaciones de los años setenta en que no toca Al Foster: “Ya ve, la sombra de Miles me persigue incluso donde no estoy”. A los 24 años de su fallecimiento, Miles Davis sigue siendo el tema de conversación favorito de Al Foster: “Con 16 años ya era mi ídolo, hasta que un día fui al Birdland con un ejemplar de Milestones para que me lo dedicara.

El tipo estaba hablando con alguien; me miró con esa mirada que tenía de “no me toques los c…” y me mandó a la mierda. Estuve una semana llorando”. Ironías del destino, Foster terminaría convirtiéndose en el batería favorito del trompetista, y su confidente: “Él seguía con esa maldita costumbre de soltarle un bufido al que venía con un disco suyo, sólo que entonces estaba yo a su lado y le daba una patadita por lo bajo: “Ni se te ocurra, Miles”. No hacía falta más. Él hacía su garabato a regañadientes y me contestaba: “Que te jodan, Al…”

Barcelona, punto y final

Al Foster ocupa la plaza 31 C del Boeing 737-800 que nos conduce desde A Coruña a Barcelona. Un viajero cree reconocerle: no, no es Bill Cosby. En Barcelona nos espera Peter, nuestro conductor de 77 años para el que no existen las distancias. El baterista cuenta con amigos en la ciudad. Algunos de ellos se subirán al escenario del Jamboree Jazz & Dance Club para compartir unos compases con la banda. Y los que no se atreven a subirse y le piden consejo profesional. Foster atiende a unos y otros con la mejor de sus sonrisas: “Pero qué voy a enseñar yo si no sé una mierda”. Dos sets y un mismo mensaje: esto es el jazz, lo tomas o lo dejas. “Puede que no sea el mejor batería del mundo”, opina Marc Miralta, de profesión sus baquetas, “pero una cosa es segura: no hay otro como él”.

Love, peace & jazz para todos. Aloyssius Tyrone Foster se despide de la audiencia barcelonesa con Peace, el clásico de Horace Silver. Por una vez, el líder incombustible va a emprender el camino de vuelta al hotel antes de que lo hagan los otros miembros del cuarteto. Está cansado, y lo que le espera: Marsella, Milán, otra gira, otra banda…“Este ritmo es un poco demasiado, incluso para mí”. Su mirada de un azul desconcertante está bañada en un halo de nostalgia: “Tengo que acordarme de dejarle una nota a Sonny (Rollins) debajo de la puerta de su casa. Hace mucho que no sé de él…”

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