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Una historia irreverente de la física

El premio Nobel Steven Weinberg repasa con claridad y rigor la forja de la ciencia moderna desde Tales de Mileto hasta Isaac Newton, pasando por Copérnico, Kepler y Galileo

“Cada vez que quiero aprender algo me presento voluntario para impartir un curso sobre el tema”, dice el físico teórico y divulgador Steven Weinberg. Y luego, ya puesto, pasa a limpio los apuntes y publica un nuevo libro. En este caso quería saber sobre la historia de su especialidad, la física, desde sus inicios griegos hasta Newton. Y, a diferencia de los profesionales de la historia, analiza cada nuevo paso en este camino desde la óptica de hoy. Por tanto, este libro es “una historia irreverente; no soy reacio a criticar los métodos y teorías del pasado desde el punto de vista actual. Incluso me ha proporcionado cierta satisfacción descubrir unos cuantos errores cometidos por los héroes científicos que nunca he visto mencionar a los historiadores”.

Este particular ideario le lleva a prescindir en dos párrafos de todo lo anterior a los griegos, porque “fue en Grecia de donde Europa extrajo su modelo y su inspiración, y fue en Europa donde comenzó la ciencia moderna”. Así, Tales de Mileto es el primero de los protagonistas, un físico capaz de predecir un eclipse que tuvo lugar en el año 585 antes de Cristo.

Desde Tales, Weinberg va recorriendo el camino del conocimiento físico, con paradas en las estaciones de la música y los pitagóricos; la filosofía, muy abundante desde luego, puesto que eran los filósofos quienes trataban de entender el funcionamiento del mundo y explicarlo a sus contemporáneos; una cierta tecnología aplicada y, desde luego, la astronomía. Esta ciencia, en principio indistinguible de la astrología —para algunos todavía lo es, ¡ay!—, fue uno de los campos de batalla en los que más físicos han intervenido, alguno de ellos, como Giordano Bruno, auténtico soldado que se jugó, y perdió, la vida.

Precisamente la astronomía griega es una de las épocas a las que con más detalle se refiere el autor, sin duda por la importancia que siempre se le ha otorgado a la centralidad de la Tierra en el universo derivada de la centralidad de los humanos en la obra del dios de turno. El paso por España es a través de los árabes, Córdoba y Toledo, donde un grupo de astrónomos construyeron las Tablas de Toledo en las que describían con detalle los movimientos aparentes del Sol, la Luna y los planetas a través del Zodiaco, “y supusieron un hito en la historia de la astronomía”. Copérnico, Kepler y Galileo son un triplete de oro que desemboca en el grande entre grandes, Newton, fin del camino de este libro.

En 1979 ganó el Premio Nobel por hacer algo a lo que todos los científicos aspiran: encontrar una sola teoría que explique cosas diversas

Todo ello sin dejar de criticar las sucesivas y diversas aproximaciones a la ciencia, por ejemplo, la del filósofo Filón de Alejandría, que aseguraba que “lo que es apreciable por el intelecto es siempre superior a lo que es visible por los sentidos externos”, justo lo contrario de lo que afirmó Descartes en el sueño del 10 de noviembre de 1619: “Los sentidos fisiológicos nos engañan: para comprender el mundo es necesario apoyarse en el razonamiento matemático y la lógica”. Descartes, por cierto, no sale bien parado del todo en este ensayo, aunque, “a pesar de todos sus errores, Descartes, contrariamente a Bacon, llevó a cabo aportaciones importantes a la ciencia”. Precisamente, parte del interés de este ensayo es lo irreverente que resulta en muchas ocasiones y lo claro que cuenta todo; de hecho, para los lectores que vayan a por nota hay un apéndice —casi cien páginas del libro— en el que profundiza sobre aspectos determinados. Algunos errores de traducción o de edición distraen algo la lectura, como la confusión entre detentar y ostentar y las comas en lugar de puntos en las cifras. Steven Weinberg es también el autor de uno de los libros de culto de la divulgación, Los tres primeros minutos del universo, publicado en 1977 y con versión en español desde 1999. Además, ha escrito más libros de divulgación y por ello ha obtenido el Premio Lewis Thomas, entre otros.

En 1979, junto a su compatriota Sheldon Lee Glashow y al paquistaní Abdus Salam, ganó el Premio Nobel. Lo recibieron por hacer algo a lo que todos los científicos aspiran: encontrar una sola teoría que explique cosas diversas. Estos tres físicos fueron capaces de combinar en una sola teoría, un sistema matemático, dos de las cuatro fuerzas que explican lo que ocurre en el universo: el electromagnetismo y la fuerza nuclear débil. Crearon el modelo electrodébil. Posteriormente se ha unido otra fuerza más, la interacción nuclear fuerte, en la llamada teoría de gran unificación. Aún queda, sin embargo, encontrar una sola teoría que lo explique todo, es decir, meter a la gravitación de Newton en la misma cesta teórica, algo que podría suceder si no “se nos agotan los recursos intelectuales. Pero quizá los humanos no seamos lo bastante inteligentes para comprender las leyes realmente fundamentales de la física”. Que lo diga una de las mentes más brillantes de la segunda mitad del siglo XX no deja de ser preocupante.

Explicar el mundo. Steven Weinberg. Traducción de Damià Alou. Taurus. Madrid, 2015. 424 páginas. 23,90 euros

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