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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Rafael Cadenas: la meditación por delante

El poeta ocupa sus horas en pensar sobre el sentido de lo público, tan degradado en la Venezuela de hoy

El poeta Rafael Cadenas, en su casa de Caracas el pasado 15 de octubre.
El poeta Rafael Cadenas, en su casa de Caracas el pasado 15 de octubre.miguel gutiérrez (efe)

A sus 85 años bien llevados, el poeta venezolano Rafael Cadenas (Barquisimeto, 1930) sigue una vida relativamente ascética. Residente de La Boyera, una urbanización del sureste caraqueño, vive entre sus lecturas, sus versos y sus traducciones. Pocas veces se pone al teléfono, salvo para honrar la amistad de quienes siente cercanos, y su hablar es tan pausado, tan fruto de una meditación permanente, que siempre es preferible hablar con él (o más bien verlo hablar), que escucharlo por el hilo telefónico. Una variante de esa rutina va ganando espacio con el paso de los años: sus salidas vespertinas a la librería El Buscón, en la cercana urbanización de Las Mercedes, donde Katyna Henríquez, librera de vieja data, le acomoda una poltrona al maestro. Allí se sienta, allí lee, allí departe con los visitantes y hasta es capaz de firmarle un ejemplar de ocasión a algún lector distraído. Esa presencia se extiende hasta las presentaciones de libros de los poetas jóvenes y no tan jóvenes, como si algún sentido del deber lo moviera. Y es que en tiempos en los que el aparato púbico se ha divorciado por completo de la creación artística, los creadores cierran filas y hacen frente común. Cadenas se presenta en esos espacios con su apariencia habitual: silente, despeinado, con un chaleco de pequeños bolsillos y un bolso terciado que lleva para sacar o meter libros.

Curioso que un gran poeta vivo de la lengua castellana, sumergido entre clásicos de filosofía oriental, autores presocráticos o poetas románticos ingleses, ocupe sus horas en pensar sobre el sentido de lo público, tan degradado en la Venezuela de hoy. Pero no hay que olvidar que, hacia finales de los años 50, en su iniciático grupo “Tabla redonda”, junto al gran historiador Manuel Caballero y a un narrador injustamente olvidado, Salvador Garmendia, ambos fallecidos, se hablara mucho de lo público, e incluso de lo político. Eran años de la caída de la dictadura perezjimenista y, por tanto, de la recuperación democrática, y todo esfuerzo artístico o cultural estaban imantados de renovación y esperanza. Dicho en pocas palabras, y a contracorriente de lo que su poesía representa, Cadenas es un autor de sólida formación política, a quien se le facilita desenmascarar a demagogos, populistas o pichones de dictador. Si su poesía sigue indagando en el misterio insondable de la existencia, el hombre público, que poco habla, que mucho escucha, ejerce con su sola presencia, quizás sin saberlo, una majestad, una auctoritas, que cubre como manto todo espacio en el que se encuentra.

¿Puede pensarse en una lectura política de la poesía de Cadenas? Sin duda que no más allá de lo que significaría la circunstancia de vivir en la polis, pues ni siquiera su poema Derrota, cuya amplia divulgación ha eclipsado lo mejor de su obra, cumplía con motivaciones doctrinarias: hablaba más bien de la decepción individual frente a toda causa colectivista. En síntesis, el escepticismo o la crítica siempre por delante, como botón de alarma frente a las ideas fijas o inconmovibles. Las sentencias, contestaciones (como él las llama) o haikus que han caracterizado sus últimos libros, ciertamente pueden presentarnos soliloquios de poderosos, proclamas de hombres solos o discursos ciegos, pero siempre como si estuviéramos inmersos en un coro de lamentaciones o despropósitos. Un poco en la línea de Shakespeare, la locura humana, o la violencia sin propósito, encarnan en hablantes huecos que dan rienda suelta a los discursos más delirantes. Quien no crea que esto también es meditación, más allá de lo inexplicable que puede ser la belleza o de lo milagroso que puede ser la consciencia, andará por la senda equivocada.

Un país Cadenas se ha ido creando en estos años aciagos, y es el que va más allá de su presencia en presentaciones o de sus muy ocasionales entrevistas. Tiene que ver con su temple, con su palabra, con su ejemplo, con sus actuaciones públicas. Es algo que está más cerca de la hidalguía, de la honestidad, del civismo. Sesenta años de creación poética hablan por sí solos; dan cuenta de una cima que todos los jóvenes quieren escalar, aunque sea para asomarse y ver el panorama desde las alturas. En definitiva todo ha sido meditación, entrar en honduras, saber que el tiempo del ser no es el tiempo de nuestra vida, intuir que la inmortalidad es de la humanidad y la muerte sólo una experiencia individual. En esas aristas se mueve esta poesía del despojo, que siempre se está acercando a un hoyo que nadie puede desvelar, que siempre ensaya un aproximación, porque la poesía es finalmente tentativa, ensayo, amago contra el vacío. La legitimidad que da toda apuesta franca, toda fe de vida, es motivo suficiente para sentir que en esa obra también hay un país, con personajes, aventuras, destinos y encuentros. Y este país, a veces, es más sólido que el otro, el que debería ser referencial y ahora es una colcha de retazos. Por eso los jóvenes poetas quieren caminar por el país Cadenas, y también los no tan jóvenes, y también los lectores de toda raza. Para hallar algo de certidumbre, para entender que más vale meditar que mentir, para cerciorarse de que el tiempo inmortal de la poesía no es el tiempo lleno de mortandades del presente.

Antonio López Ortega, escritor y editor venezolano, es autor de La sombra inmóvil (Pretextos).

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