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El terror ‘indie’ no cree en crucifijos

Sean Byrne renueva el cine satánico en 'The Devil's Candy'

Música de heavy metal, guitarras de coleccionista y galeristas de arte con aire mefistotélico conspiran en The Devil's Candy, segundo largometraje de Sean Byrne, para renovar el tradicional imaginario de crucifijos, exorcistas, vómitos y chorros de agua bendita que se convirtieron en seña de identidad del cine satánico desde la influyente y legendaria El exorcista (1973) de William Friedkin. El trabajo de Byrne, cineasta que había debutado en 2009 con el slasher The Loved Ones, también es uno de los títulos sintomáticos del importante relevo generacional que está viviendo el cine de terror en el ámbito del cine independiente. Ya sea en clave mumblegore o amparadas por el brazo de producción de la sala tejana Alamo Drafthouse, estas nuevas películas de terror están articulando un estimulante discurso al margen de las tendencias precocinadas en la gran industria de Hollywood. “Los fans del cine de terror entienden que el terror mainstream se parece demasiado al cine normal y que hay que mirar a la escena independiente para tener cierta sensación de peligro en una sala. El terror sin peligro, no es terror”, reflexiona Byrne.

En The Devil's Candy, una familia -en la que el padre y la hija son devotos metaleros, frente a una madre de gustos musicales más sujetos a la convención- se traslada a una nueva casa en Texas. Allí, el cabeza de familia sufrirá el influjo de las voces diabólicas que ya convirtieron al anterior inquilino en un asesino de niños adicto al estruendoso riff de guitarra. La transformación, no obstante, le permitirá dejar de ser un pintor a sueldo para convertirse en artista codiciado por una galería afín al arte oscuro. “Me interesa más la oscuridad interior que la figura del diablo”, explica el director, “quise preguntarme ¿de dónde viene el Mal? ¿Hay algo realmente sobrentural en todo esto o, simplemente, emerge de nosotros. Me sirvió de inspiración la canción Red Right Hand de Nick Cave. A partir de ahí, la película habla de la incapacidad del diablo para actuar directamente en la realidad: siempre necesita al ser humano como recipiente para ejecutar sus designios, ya sea a través de la avaricia corporativa o de la mano de un asesino”.

Otras dos obsesiones de Sean Byrne se canalizan a través de la película. Por un lado, su afición al heavy metal: “Me gusta su sentido operístico y la sensación de velocidad y brutalidad de sus temas aporta un ritmo y una intensidad muy cinematográficos. Por otro lado, las letras siempre hablan de alienación y de la lucha entre el Bien y el Mal, que se ajustan perfectamente a la intención de la película”. Por otro lado, la pintura de Francis Bacon: “Me inquieta saber de dónde viene esa inspiración oscura. El hecho de que en la película haya unos galeristas que se interesan por las pinturas del protagonista tiene que ver con algo que solía hacer Anton LaVey, fundador de la Iglesia de Satán. LaVey solía enviar cartas a artistas diciéndoles que el diablo y la Iglesia de Satán aprobaban la dirección de sus trabajos. Marilyn Manson recibió una de esas cartas , pero no creo que le hiciera demasiado caso al asunto”.

Cop Car de Jon Watts, Green Room de Jeremy Saulnier y The Invitation”de Karyn Kusama han sido las otras apuestas en la sección oficial del festival que dan testimonio de la fortalecida consolidación de este nuevo terror indie que, de hecho, ya lleva años haciendo cierto ruido. “La variedad es muy grande, pero el nexo de unión entre todos esos cineastas es que su trabajo es muy personal, oscuro y psicológico. Lo que hacen es, sin duda, mucho más interesante que la tradicional película de monstruos o que la típica historia de adolescentes perdidos en el bosque y masacrados por un psicópata. Si el cine de terror no es una expresión puramente personal de su autor, está condenado a quedarse a medio gas”, afirma Byrne, que cita entre sus cineastas favoritos a Ben Wheatley y a Adam Wingarde.

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