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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Mi final es mío

Por fin han largado al otro barrio a esa criatura con una enfermedad degenerativa, incurable, atroz, acompañada de un sufrimiento intolerable

Carlos Boyero

Por fin han largado al otro barrio a esa criatura con una enfermedad degenerativa, incurable, atroz, acompañada de un sufrimiento intolerable. La moral, al gusto de los que creen que su poder es legítimo al lograr que no se acorte el infierno terrenal de los desahuciados, los que en nombre de la religión se escudan en que los sagrados e infalibles designios de sus dioses son los únicos autorizados para decidir sobre la vida y la muerte de los seres humanos, los putos fariseos disfrazados de humanismo o que exhiben con orgullo su fanatismo, han perdido una escaramuza sobre el derecho del prójimo a quedarse en la tierra o a largarse, pero siguen ganando esta guerra que debió de comenzar en los tiempos oscuros.

Y de esas épocas remotas, desde que Caín le abrió la crisma a Abel, el asesinato, individual o en masa, mediante guerras o puro exterminio, codicia o venganza, ha gozado de una popularidad notable; la muerte selectiva o masiva del prójimo siempre ha estado legalizada para los vencedores.

Sin embargo, el suicidio ha sufrido de mala prensa y de radical rechazo entre el personal como Dios manda desde la antigüedad. A mucha gente no le provoca comprensión o piedad, sino que despierta su santa ira. En el pasado, la Iglesia prohibía morar en los cementerios a los desesperados que tuvieron el coraje de despedirse del mundo por voluntad propia.

Y no hablo ya de que te desconecten de una máquina que prolonga tu horror. Hay personas con salud física que tienen seriamente enferma el alma, acorraladas por la soledad, la pérdida, el desconsuelo, la desolación, que lo único que anhelan es la llegada del sueño y a las que se les humedecen los ojos al amanecer, cuando ya no pueden dormir más, cuando llega la consciencia. Pero tampoco saben cómo largarse, o temen errar, o les falta valor. Tienen derecho al suicidio asistido, a que su transición a la nada sea lo más dulce posible.

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