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EN PORTADA / DIAGNÓSTICO DE LA CRISIS

Epidemia de desafección

Ante la globalización y la precariedad, el ciudadano se siente desprotegido y los pilares que guiaban la vida se esfuman. Ser crítico está bien visto, pero no sirve de nada

Un pasajero espera en la estación de Atocha, durante la huelga de trenes de 2013.
Un pasajero espera en la estación de Atocha, durante la huelga de trenes de 2013.Andres Kudacki / AP

La “modernidad líquida” es una expresión del sociólogo Zygmunt Bauman para definir un modelo social que implica “el fin de la era del compromiso mutuo”, donde el espacio público retrocede y se impone un individualismo que lleva a “la corrosión y la lenta desintegración del concepto de ciudadanía”. Lo expuso en 1999 en Modernidad líquida (FCE) y su opinión no ha variado en su último ensayo, Ceguera moral (Paidós). “Nuestra sociedad ha hecho de la desafección una parte obligatoria de las ocupaciones vitales”, sostiene el pensador de origen polaco. Ser crítico está aceptado, y hasta bien visto, pero resulta inútil cuando la política no es el verdadero poder y el Estado-nación ya no ofrece respuestas.

La desafección ciudadana —hacia las instituciones, hacia los valores tradicionales, hacia los otros, hacia el sistema— es una de las señas de nuestro tiempo en Occidente. En el pasado, la comunidad, la familia, la religión, la nación o la autoridad eran pilares sólidos. ¿A qué puede agarrarse el ciudadano de la globalización, que se siente vulnerable e inseguro, amenazado por la precariedad? Babelia trasladó la pregunta a filósofos y sociólogos.

“Vivimos en una era objetivamente sombría”, sostiene Fermín Bouza, sociólogo experto en cultura de masas y profesor de la Complutense. “El mundo de la guerra fría era un paraíso de certezas y, en cierto modo, de paz, o al menos de guerras que no nos involucraban. Ya no. La ciudadanía lo acusa en todas las conductas: cambios de usos, de creencias, de política, personales... No somos muy conscientes de la magnitud de lo que ocurre”.

"Es el Estado de Derecho el que no atraviesa su mejor momento. No es que la gente se sienta más desprotegida, es que está más desprotegida", dice José Luis Pardo

Saskia Sassen, socióloga de la Universidad de Columbia, considera que “los anclajes de una persona o de un sector social, la clase media o la clase trabajadora, han sido destruidos. Muy pocas cosas son como antes, cuando se tenía un plan de vida. No hay salvavidas claros”. Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2013, Sassen acaba de publicar Expulsiones (Katz), sobre el impacto de un sistema neoliberal incapaz de gobernarse a sí mismo. Y señala que, en vez de apuntar a la globalización, será más útil para el ciudadano movilizarse ante la “capa intermedia”: los políticos y empresas nacionales. “Comprometerse con una política crítica será mejor para su salud y su alma que quedarse con su sufrimiento en casa”.

“El concepto de ciudadano, habitante de una ciudad o un país que le otorga derechos por el hecho de serlo, resulta cada vez más obsoleto”, sostiene Constanza Tobío, catedrática de Sociología de la Carlos III. “En el estrecho marco de un país ningún ciudadano puede estar seguro. La inseguridad es global y su control también”.

José Luis Pardo, ensayista y catedrático de Filosofía en la Complutense, opina que el sentimiento de comunidad viene debilitándose desde los inicios de la modernidad. “Incluso diría que la modernidad es, entre otras cosas, eso. Es el Estado de Derecho el que no atraviesa su mejor momento. No es que la gente se sienta más desprotegida, es que está más desprotegida”. Pero agrega: “Puede que la culpa de esto la tenga ‘la globalización’ (otros dicen ‘el capitalismo’, ‘la eurozona’ o Fumanchú), pero como nada de esto son personas físicas ni jurídicas, habrá que decir que ‘la gente’ no hemos hecho gran cosa para evitar esa desprotección”.

Ángel Gabilondo, catedrático de Metafísica antes de ser elegido diputado socialista en Madrid, lo explica así: “Vivimos en tiempos de una gran indefensión y vulnerabilidad. Y de un sentimiento compartido de incertidumbre, que no es una mera sensación. Hay urgencia y necesidad”. Gabilondo, autor de La vuelta del otro: diferencia, identidad, alteridad (Trotta, 2001), también denuncia el individualismo, que “encuentra su gran aliado en un egoísmo amparado en la desconfianza para con las instituciones o los procesos colectivos o de participación”.

Saskia Sassen asegura que “los anclajes de una persona o de un sector social, la clase media o la clase trabajadora, han sido destruidos"

Para el filósofo José Antonio Marina, Premio Nacional de Ensayo en 1993, hoy todos los mensajes “apelan al yo”: enfatizan la autonomía, el proyecto personal, animan a emprender la propia vida, a cuidar la marca, a buscar la visibilidad. “Esto me parece una trampa bellamente camuflada con el canto a la libertad y a la creatividad. Hace falta recuperar el gran proyecto ético de la convivencia”. Según este pensador, que publica Despertar al diplodocus (Ariel), “la globalización produce reacciones de autodefensa, como los integrismos, los nacionalismos, los localismos. Hay una querencia de vuelta al campanario del pueblo”. Lo cual nos lleva a una cohesión social más débil, “enmascarada por redes sociales más densas, pero superficiales”, sentencia.

Entonces, ¿estamos en un mundo sin valores? Responde Bouza: “La crisis de valores, en general, ha terminado porque comenzó mucho antes. Hay una búsqueda de nuevos valores en creencias de todo tipo. Valores más funcionales para la crisis vigente”. Para Gabilondo, ”se requiere una relectura de la fraternidad ilustrada en términos de solidaridad, de transformación”.

Algunos niegan la mayor. Como la socióloga Consuelo Perera, que ha trabajado en el estudio internacional Values and Worldviews de la Fundación BBVA. “No hay desinterés hacia lo público, pese al bajo nivel de asociacionismo en España”, señala. Por ejemplo, crece la participación en manifestaciones o las recogidas de firmas. Los activismos que se apoyan en las redes sociales desmienten la apatía hacia lo público. Sí abunda una actitud crítica hacia los políticos o el sector financiero, también hacia la economía de mercado, que tiene en España el menor apoyo entre 10 países analizados. La religión pierde peso y la familia lo gana, con una visión más abierta de su modelo, como sostén ante la crisis. “No detectamos una crisis de valores”, concluye Perera. Pardo es más sarcástico: “No conozco ninguna época del mundo en la que no haya existido una gigantesca crisis de valores”.

"Vivimos en una era objetivamente sombría", sostiene Fermín Bouza. "El mundo de la guerra fría era un paraíso de certezas"

Hay autores que recelan de que ese nuevo activismo a través de Internet —lo llaman sofactivismo, o clickactivism en inglés— sea capaz de cambiar las cosas. O quizás no sea más que un “enjambre digital” que no tiene un alma común ni puede convertirse en una voz, como explica el filósofo coreano Byung-Chul Han en En el enjambre (Herder). Las redes, denuncia Han, se mueven entre el ingenuo y compulsivo “me gusta” y las “tormentas de mierda” que confirman “que vivimos en una sociedad sin respeto recíproco”. Sobre ello ironiza José Luis Pardo: “Activismo hay mucho, en efecto, pero esto es como lo de la lectura continuada del Quijote el día del libro, que todo el mundo está activísimo, pero nadie sabe para qué sirve, aunque seguro que para algunos será negocio”.

Bauman también relativiza la irrupción de Facebook o Twitter, a pesar de su efecto en la primavera árabe o el movimiento global de los indignados. Avisa de que por esa vía estamos más controlados: nunca fue más fácil para las dictaduras identificar a los disidentes. “Las redes sociales son lugares donde la vigilancia es voluntaria y autoinfligida”, escribe. Al filo de los 90 años, sigue siendo pesimista. “Con el dolor moral asfixiado antes de que adquiera una presencia realmente inquietante y enojosa, la red de los vínculos humanos, tejida en el hilo moral, es cada vez más débil y frágil, y sus texturas se descosen”.

Ceguera moral. La pérdida de sensibilidad en la modernidad líquida. Zygmunt Bauman y Leonidas Donskis. Paidós. Barcelona, 2015. 272 páginas. 17,50 euros.

Expulsiones. Brutalidad y complejidad en la economía global. Saskia Sassen. Katz. Madrid y Buenos Aires, 2015. 294 páginas. 21 euros.

En el enjambre. Byung-Chul Han. Herder. Barcelona, 2014. 112 páginas. 12,90 euros.

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Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).

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