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Richard Hawley, la magia de los lugares perdidos

El músico británico recupera su faceta más romántica en ‘Hollow Meadows’

Fernando Navarro
Richard Hawley en un concierto en Londres en 2013.
Richard Hawley en un concierto en Londres en 2013.Robin Little (Redferns via Getty Images)

Hay asuntos que, por muy mundanos, no dejan de ser transcendentales. Un perro suelto, con un mal día a cuestas, puede causarle un buen susto al cartero, incluso algo peor. Una simple canción melancólica puede llegar a quitar la respiración durante unos segundos, incluso algo peor. Richard Hawley (Sheffield, 1967) sabe de ambos asuntos. Al otro lado del teléfono, interrumpe la conversación cuando su perro Fred se pone a ladrar alterado. “Espera… ¡Cállate! Venga, vamos… ¡Cállate! ¡Quieto! ¡He dicho quieto! ¡Túmbate ahora! ¡Y cállate!”, se oye en la distancia. “Lo siento. Era el cartero. Y el perro, que está raro como el día, le ha recibido a su manera. El hombre casi se va corriendo”, señala unos segundos después. Justo cuando Fred ha dado su particular bienvenida, el músico británico había empezado a expresar su opinión sobre si sentía que su nuevo disco, Hollow Meadows (Parlphone / Warner), suponía una vuelta a su reconocida faceta de crooner tras el tránsito psicodélico y pop de Standing At The Sky’s Edge, su anterior y cuestionado álbum. Pero ha perdido el hilo de la respuesta.

Con su atmósfera nostálgica, Hollow Meadows vuelve a mostrar el perfil más romántico y elegante de un compositor dotado de un sobresaliente sentido de la balada y los medios tiempos melodramáticos. Canciones como I Still Want You o Welcome The Sun se despliegan como postales sentimentales de profundo calado, propias de un autor que, como guitarrista, ya conoció el éxito en los noventa con la banda de brit-pop Longpigs y pasó una breve temporada en los aclamados Pulp antes de apostar definitivamente por su carrera en solitario. “Antes, cuando era más joven, estaba mucho más preocupado en aprender de los arreglos, los instrumentos, las variantes del rock’n’roll, pero ya no”, confiesa Hawley. “Hace tiempo que me dejo llevar por mi instinto y no me fijo en las novedades”.

Ese instinto le llevó a concentrarse desde sus primeros pasos como solista en su propio mundo. Su territorio sonoro, con un tono exquisitamente contemporáneo, forma parte de una era pre-Beatles en Reino Unido. Sus composiciones están llenas de ecos de Lee Hazlewood, Bobby Dare, el Johnny Cash más íntimo y Roy Orbison, al que le han comparado, junto con Scott Walker, en tantas ocasiones que ya le aburre. “Ni te lo imaginas”, reconoce después de soltar un “no” a la defensiva bien largo. “Me gusta que digan que soy un cantante romántico e imagino que lo soy”, dice con una risa en tono desgastado. “Pero que hable mi mujer al respecto”, añade con una risotada más viva. Hawley, un padre de tres hijos con una cuidada estética rockabilly ejemplificada en su rutilante tupé, su ropa vintage y sus gafas de pasta estilo Buddy Holly, le debe mucho de su pasión por la música a su tío, que le dejó tocar en su banda cuando él tenía 14 años, y, sobre todo, a su padre, un trabajador de la industria del acero, que actuaba por las noches en los clubs de folk de Sheffield, llegando incluso a acompañar a John Lee Hooker, y que compartió con él sus discos de Elvis Presley, Bo Diddley, Howlin’ Wolf o LeadBelly. “Eso al final es lo que me ha quedado. Hoy no veo la televisión, no leo periódicos, no escucho discos... Hace mucho tiempo sí me influía mucho más otra música, pero hoy día me he dado cuenta de que disfruto más sin estar pendiente de esas cosas”.

Este aislamiento artístico voluntario es también físico. Pese al éxito y los cantos de sirena de algún manager para que se mudase a Londres, el músico, que ha estado cuatro meses en el dique seco por unos problemas de espalda y una lesión en la pierna, sigue viviendo en Sheffield, la ciudad donde nació, se crio en el barrio obrero de Pitsmoor y de la que conoce cada rincón tras casi medio siglo pateando sus calles. Como es habitual en su obra, el título del nuevo disco versa sobre un lugar de Sheffield. En esta ocasión, Hollow Meadows hace referencia a una cima verde, colindante al condado de Derbyshire, donde había un hospital y vivía gente rica a principios del siglo XX, que ahora es un lugar histórico. “No hablo de Sheffield, lo que hago es hablar sobre lo que me causa Sheffield, de las emociones que conviven en esta ciudad estando en ella. Por ejemplo, si eres de Madrid tu imaginación y tus sentimientos se desarrollan con la ciudad. Las canciones que escribo buscan captar eso con el entorno de Sheffield, como otros autores lo harían con Nueva York, París, Madrid o cualquier otra ciudad. Es una cuestión emocional”, afirma.

Pero, después de abrumadoras composiciones como Cole’s Corner, que hace referencia a la puerta de los almacenes Cole como punto de encuentro de los enamorados de Sheffield de varias generaciones, o Lady’s Bridge, que recuerda el puente que el músico cruzó centenares de veces y unía a la parte pobre de la urbe con la rica, sin mencionar todo un saco de otras que rastrean historias y personajes de la ciudad norteña del acero, Hawley no se entiende sin Sheffield, y, posiblemente desde la última década, tampoco la ciudad se entienda sin sus canciones. Con su folk ocre de bellos arreglos y su voz seductora y contundente, es su retratista emocional con canciones que desprenden un absorbente aire de otoño perpetuo, como en el caso de Heart of Oak, Which Way o Nothing Like a Friend, incluidas en su último álbum, del que su autor habla como un viaje interior, que busca encontrar lugares perdidos. “Cualquier lugar puede ser mágico. Lo que importa es cómo lo miras. Pero lo más difícil al componer es ser sencillo. No gasto nada de tiempo en internet ni conectado a ese mundo digital. Lo mágico es conectar conmigo mismo”, explica.

Fred ya está más relajado. Hawley vuelve a recuperar la respuesta que dejó en el aire sobre si ha regresado a sus raíces de crooner. “No lo creo”, dice. “Compongo canciones. Salen cómo salen. Yo no dejo de aprender. Hoy, por ejemplo, lo último que he aprendido es que no debo dejar al perro enfadado y solo a la hora que llega el cartero”. Parece que ha terminado la frase, pero añade, como hilando las ideas: “Fred es solo un perro, pero me da compañía. Parece algo menor pero para mí es muy importante”. ¿Y las canciones? “Depende de cómo las veas, pero nadie por ellas se muere… o sí”, dice con otra risotada. “A mí que no me detengan. Sólo canto sobre asuntos corrientes”.

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Sobre la firma

Fernando Navarro
Redactor cultural, especializado en música. Pertenece a El País Semanal y es autor de La Ruta Norteamericana. Ejerce de crítico musical en Cadena Ser. Pasó por Efe, Abc, Ruta 66, Efe Eme y Rolling Stone. Ha escrito los libros Acordes Rotos, Martha, Maneras de vivir y Todo lo que importa sucede en las canciones. Es de Madrid.

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