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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Pánico

Las patadas de la reportera húngara y la zancadilla a un hombre que intenta romper el cerco con su hija en brazos provocan entre estupor y asco

Carlos Boyero

Es discutible y arriesgada esa sentencia (¿o fue un eslogan publicitario?) convencida de que una imagen vale más que mil palabras. Unas veces sí y otras no. Depende de la capacidad de sugerencia de esa imagen y del valor o la inteligencia de esas mil palabras. Hemos visto imágenes que captan el horror en estado puro y que provocan en el receptor estupor y compasión en grado extremo. El fotógrafo Kevin Carter captó a un bebé africano y esquelético agonizando en el suelo y al que acechaba al lado un paciente buitre. Ganó el Pulitzer con ese documento escalofriante, pero también fue acusado de no hacerse cargo del niño después de fotografiarlo. Al parecer no era cierto. La criatura estaba al lado de un centro de acogida. Un tiempo después, Carter se suicidó. ¿Acumulación de espanto, depresión, impotencia, soledad, sentido de culpa? Vaya usted a saber.

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La reportera húngara responsable de filmar la realidad desesperada de tanta gente en busca de refugio, supuestamente no posee la naturaleza de un buitre ni tiene su sanguinaria paciencia. Sus patadas a una niña y la zancadilla a un hombre que intenta romper el cerco con su hija en brazos (a lo peor estaba convencida, como los precavidos Fernández Díaz y Maroto, de que esos niños eran infiltrados yihadistas) provocan entre estupor y asco.

Cuenta la dama que sufrió un ataque de pánico y se pregunta qué va a ser de sus hijos al haber perdido el curro. La psiquiatría y los investigadores de los efectos de algunas drogas tienen la imposible misión de encontrar nuevos orígenes de los ataques de pánico. Tal vez solo se trate de un ataque de hijoputez, de sadismo, de ensañamiento con el débil, o de un estado natural y permanente. Esta mujer no solo será comprendida por los que apalean y abrasan a mendigos. También por mogollón de civilizados europeos, pero necesitamos concentrar el mal en alguien concreto. Ya la tenemos. Todos tranquilos.

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