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El día que el cine llegó a un pueblo indígena colombiano

Unos 500 arhuacos, habitantes de Nabusimake, en la sierra del norte del país, ven por primera vez, emocionados y entre risas, una producción cinematográfica

Sally Palomino

El guardia de la cárcel abre la puerta gris de metal para que los cuatro detenidos queden en libertad. En Nabusimake, un resguardo indígena de casas circulares de barro, con techos de paja y bases de piedra, bordeado por la Sierra Nevada de Santa Marta, en el norte de Colombia, quienes son detenidos no deben sufrir. El encierro es sinónimo de reflexión, de cambio, pero nunca de castigo. Van allí quienes han roto algún pacto sagrado con los arhuacos, su comunidad. Permanecen durante varios días o meses, hasta que su cuerpo y su espíritu están listos para volver a convivir con los 8.000 indígenas —del total de 47.000 que hay en el país— que habita en “el corazón del mundo”, como ellos llaman a Nabusimake.

Aunque el 25% de su comunidad no entiende el castellano y se comunica con su propia lengua

Este domingo, los detenidos, que llegaron allí por robar comida o querer estar con la mujer de otro indígena, atraviesan la puerta gris hacia la libertad no porque hayan cumplido el tiempo de meditación, sino porque van a ser testigos de la primera vez que su pueblo estará frente a una pantalla de cine. Acostumbrados a vivir con la luz que da el sol y la luna, una pantalla gigante rompe su cotidianidad. Lo que tanto han oído mencionar desde hace meses está frente a sus ojos. Se trata de la proyección de Colombia, magia salvaje, un documental que explora los paisajes colombianos más desconocidos, un acto organizado por la ONG Ambulante, que se dedica a la difusión de cine documental por el país. Los adultos hablan entre ellos y los niños se quedan con la boca abierta ante la novedad de la imagen animada.

Colombia mágica, el país que ‘nadie’ conoce

Cinco años se necesitaron para recorrer 85 localizaciones y 20 ecosistemas colombianos, que terminarían registrados y convertidos en Colombia, magia salvaje, un proyecto cinematográfico que explora la naturaleza de este país de extremo a extremo. Su director, el inglés Mike Slee, cuenta que de Colombia solo sabía que era un país selvático marcado por la violencia. Pero cuando aceptó la propuesta de la Fundación Ecoplanet y el Grupo Éxito, descubrió “un tesoro escondido”.

Con una inversión cercana a los tres millones de dólares, se pretende “crear conciencia sobre lo que se puede hacer para salvar las riquezas que en flora y fauna aún tenemos”, dice Francisco Forero, director de Ecoplanet, quien destaca los contrastes que se encontraron a través de 126.864 kilómetros de viaje por Colombia, que incluye la Sierra Nevada de Santa Marta, la zona donde los arhuacos asistieron al estreno de este proyecto, que desde hoy está en las salas de cine de Colombia.

“Por fin podemos ver con nuestros propios ojos por qué este país es el segundo con más biodiversidad del mundo”, concluye Forero.

Horas antes de que las imágenes empiecen a proyectarse, los arhuacos recorren el territorio con los símbolos que los identifican. Los hombres, que como las mujeres llevan el pelo largo, portan en sus cabezas un tutusoma, como le dicen al gorro que ellos mismos tejen cuando deciden llevar una vida que contribuya al equilibrio de la naturaleza. Es blanco y representa la nieve de la Sierra Nevada de Santa Marta, lugar que consideran sagrado. Las mujeres llevan en sus manos un tejido que terminará convertido en mochilas, donde sus parejas cargan las hojas de coca que mascan todo el día. Cada tejido representa un estado emocional. Y aunque todos los indígenas de esta comunidad llevan una, ninguna es igual a otra.

En el camino hacia Nabusimake, ubicado a 2.000 metros sobre el nivel del mar, es difícil encontrar vehículos. Las mujeres caminan entre las piedras cargando sobre sus espaldas a sus bebés y los hombres con sus poporos, como se llama a los recipientes en los que mezclan cal y hoja de coca. “La mascamos para tener energía”, dice casi sin abrir la boca un arhuaco que no dice su nombre. Confiesa que no le gusta que hablen de él. Y no es el único que piensa así. Casi todos son callados y tranquilos. Son pocos los que quieren hablar. Prefieren observar. Los niños se acercan despacio y con temor al telón blanco donde se proyectarán las imágenes. Se embelesan viendo su altura, tratando de entender qué significan los cables que se les enredan en los pies. No están acostumbrados a los aparatos electrónicos. No tienen luz. Por eso se saben los caminos de memoria y les basta la luna para guiarse.

Los indígenas arhuacos se han conectado a través de una pantalla con la Colombia inexplorada

Pero esta noche todo parece distinto. Sus cultivos de papa, cebolla, maíz y café que comercializan en el resto del país han quedado olvidados. Han soltado los tejidos y los poporos, se han acomodado entre las piedras agrupados por familias. Y, como saben que allí el clima es traicionero y que en cualquier momento puede caer un aguacero, han cubierto con mantas largas sus piernas. Aunque el 25% de su comunidad no entiende el castellano y se comunica con su propia lengua (el arhuaco), parecen entender el relato que acompaña las coloridas imágenes que se reflejan en sus ojos. Su primer acercamiento al cine ha sido la exploración de su país. Una radiografía de la diversidad y de la riqueza de la fauna y flora de su geografía. Un viaje a través de drones y cámaras que en algunas ocasiones hace sentir que el cóndor, de tres metros de tamaño, vuela sobre la cabeza de los espectadores o que los colibríes, capaces de visitar 5.000 flores en un día, están frente a los niños, que mueven sus ojos en la misma dirección en que lo hacen estos pájaros. Están viendo también lo que hace unos años atrás era imaginable, un sobrevuelo por el río Caño Cristales, una maravilla natural ubicada en la zona de la Macarena, que estuvo muchos años dominada por la guerrilla de las FARC, en el oriente de Colombia.

Acostumbrados a vivir con la luz que da el sol y la luna, una pantalla gigante rompe su cotidianidad

Ver de cerca el recorrido lento y pausado del oso perezoso cuando intenta pasar de un árbol a otro, o cómo una mamá ballena le enseña a su ballenato a nadar, respirar y dar su primer salto desata una emoción que se transforma en risas entre la audiencia. Seidi, que en arhuaco significa “madre de la tierra”, es una de las líderes de la comunidad que, junto a uno de sus hijos, es parte del público. Le parece una experiencia bonita y afirma que le gustaría conocer así, a través de la pantalla, otros lugares del mundo. Cuenta que es feliz viviendo allí, en una paz absoluta, pero confiesa la curiosidad que siente de saber cómo y dónde viven quienes no son arhuacos.

 Risas y animales

Poco importa estar sentados sobre piedras o soportar la brisa helada que anuncia la lluvia que se precipitará antes de que acabe la película. Los indígenas arhuacos se han conectado a través de una pantalla con la Colombia inexplorada. Se hacen preguntas entre ellos, en su lengua y en voz baja, siguiendo con su tradicional forma pacífica de vivir. Los mayores se aventuran a decir el nombre de un animal cuando aparece en pantalla. Los niños sonríen y a unos cuantos se les escapa una sonora carcajada. El pueblo de Nabusimake está paralizado. Pero no como lo hizo en el año 2004 cuando sus líderes se reunieron de forma extraordinaria en la misma plaza para hablar sobre el miedo que les generaba la presencia de grupos armados en la zona.

Después de 90 minutos, la pantalla se apaga. Se escuchan aplausos. La luna vuelve a ser la única luz que los alumbra, los niños corren descalzos detrás de los perros y los cuatro indígenas que infringieron las normas cruzan la puerta gris. La cárcel se vuelve a cerrar.

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Sobre la firma

Sally Palomino
Redactora de EL PAÍS América desde Bogotá. Ha sido reportera de la revista 'Semana' en su formato digital y editora web del diario 'El Tiempo'. Su trabajo periodístico se ha concentrado en temas sobre violencia de género, conflicto armado y derechos humanos.

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