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LA PELÍCULA DE LA SEMANA | CORAZÓN SILENCIOSO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Retrato de una muerte en familia

En su última película Bille August logra hacer algo honesto y creíble

Carlos Boyero
Ghita Norby y Morten Grunwald, en 'Corazón silencioso'.
Ghita Norby y Morten Grunwald, en 'Corazón silencioso'.

La impagable discográfica ECM inventó un eslogan tan perturbador como poético (de acuerdo, también discutible) para promocionar y definir su musica: "El sonido más bello después del silencio". Era preciosa la vieja oda de Paul Simon y Art Garfunkel a los sonidos del silencio. En el cine, el enunciado del silencio igualmente ha servido para retratar estados del alma. Las pesadillas de Jodie Foster solo tendrían fin con el silencio de los corderos. Bergman también habló del silencio. Creo recordar que era el de Dios. Y resulta curioso que Scorsese y Almodóvar hayan pensado idéntico título para sus últimas películas. O sea: Silencio. Aunque yo sea de naturaleza charlatana, como cualquier persona que vive sola, tengo un conocimiento notable del anverso y el reverso del silencio. Pero empiezo a mosquearme ante la desmedida moda que lo utiliza como referencia para hablar de intimidades presuntamente trascendentes. A lo peor, comienzo a añorar el ruido.

Bille August titula su última película Un corazón silencioso. Y admito que habla de las cosas del corazón, pero ninguno de sus protagonistas se refugia en el silencio; todos expresan (más o menos verborreicamente o con sobriedad) lo que siente su corazón en una circunstancia límite, trágica, protagonizada por la inminente muerte del ser amado.

CORAZÓN SILENCIOSO

Dirección: Bille August.

Intérpretes: Ghita Norby, Paprika Steen, Danica Curcic.

Género: Drama.

Dinamarca, 2015. Duración: 97 minutos.

No se va a producir de forma natural. Estará inducida por el pavor al sufrimiento extremo antes de partir a la devastación física y psíquica que va a provocar una enfermedad tan brutal como incurable. Esta anciana ha decidido cerrar su existencia de forma plácida, acompañada en el último suspiro por su enamorado marido, un médico que conoce la dosis exacta para que la transición de la vida a la nada (o al cielo, o al infierno, en función de las creencias de cada moribundo) sea lo más dulce posible. Pero quedan rituales que acabarán complicándose. Queda un fin de semana para que las hijas, los yernos, el nieto y su amiga del alma se despidan del entrañable y digno ser humano que va a suicidarse. Lo hacen con risas, recuerdos compartidos, más de un llanto clandestino o público, muestras de amor, angustia, desolación contenida.

Pero el happy end (entre comillas, ya que la muerte siempre es la muerte) se complicará. Surgirán las dudas, el presentimiento de que no todo es lo que parece, la depresión genética ferozmente aumentada por el desamparo que provocará la pérdida, los fantasmas que permanecían ocultos.

Bille August, ese director que parecía definitivamente perdido después de las antiguas y conmocionantes Pelle el conquistador y Las mejores intenciones, sigue estando lejos del nivel artístico de aquellas películas, pero sí logra hacer algo honesto y creíble, una atractiva radiografía de los sentimientos cuando se enfrentan a la definitiva pérdida. No me quedo indiferente ante esta tragedia que sus protagonistas tratan de hacer llevadera. Y me gusta lo que expresan, callan y sugieren sus notables actrices. No me quejo. Es suficiente.

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