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“¡Quiero seguir creando hasta el final!”

Ibarrola, perseguido por el franquismo y por ETA, explica en su caserío de Oma (Bizkaia) su deseo de seguir trabajando. Su última obra: las piedras pintadas de Muñogalindo (Ávila)

Agustín Ibarrola en su estudio de trabajo en Oma.Vídeo: Foto y video/ Bernardo Pérez.

Txapela, bigote y gafas inconfundibles. Agustín Ibarrola (Basauri, 1930) espera en la puerta de su caserío del valle de Oma (Bizkaia) la visita de EL PAÍS. Las manchas de pintura del cordón que sujeta sus gafas revelan que ha estado trabajando. Bajo unas nubes que sueltan gotas de vez en cuando, el artista muestra "el lugar de reposo de sus esculturas", así llama al jardín de su casa, donde se alzan volúmenes de hierro y madera. Unos 400 kilómetros al sur de Oma, en la dehesa de Garoza (Muñogalindo, Ávila), una lagartija espera —sin saberlo— sobre una roca azul y bajo un sol de justicia a los visitantes que llegarán a finales de septiembre, cuando se inaugure el centenar de piedras pintadas por el artista.

La finca de Alfredo Melgar, que conoció a Ibarrola en el marco de la plataforma contra ETA ¡Basta Ya!, es el lugar donde el pintor y escultor pasó varios de aquellos veranos en los que se refugiaba del ambiente hostil que vivía en el País Vasco. "Allí no necesitaba escolta, me sentía muy querido". Comenzó a ir a Muñogalindo en 2005, después de que su almacén en Guernica y los árboles pintados del bosque de Oma sufrieran atentados.

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Tanto Melgar como Ibarrola tenían la idea de construir en Garoza la fundación del artista, pero este proyecto se interrumpió con la llegada de la crisis. Lo que no se frustró fue su capacidad creativa. Cada mañana, en la dehesa, Agustín Ibarrola "dialogaba" con las rocas de granito: "A veces en las grietas les pongo labios para demostrar que tienen boca. No pinto piedras, las veo como un volumen total, como esculturas".

Los que compartieron momentos con él le recuerdan tomando notas, haciendo bocetos, estudiando los recovecos, analizando las encinas de alrededor y cómo la pintura sobre el granito —usó Titanlux para exteriores— podría reflejarse en los árboles. "La materia tiene que proyectar la luz y el color sobre su entorno", explica.

 Explosión de color

Su estudio es una explosión de color. Ocupa lo que había sido el establo del caserío y otras habitaciones por las dos plantas de su hogar. Todo plagado de lienzos, de bastidores, de maquetas, de grabados, en un perfecto orden. Explica que su nuera está haciendo el archivo de su innumerable obra. En las baldas de las estanterías, etiquetadas como si de un almacén de museo se tratase, multitud de maquetas de grupos escultóricos que él piensa "en grande": palos que imitan árboles, una mezcla de piedras, serrín, cola y hormigón que recrean las piedras volcánicas de la isla de La Palma —en cuyos barrancos, que equipara al Cañón del Colorado, tiene un futuro proyecto—.

No siente tan diferente la tierra canaria de la vasca: "Estos montes de ahí detrás [se refiere a los que rodean el caserío] también son de origen volcánico. La materia con la que está hecha España es demasiado rica como para desechar nada". Se quiere alejar de esa idea que le vincula fundamentalmente al País Vasco: "Pertenezco a mi tierra vasca y a mis tierras españolas, a muchos lugares del mundo, a los que vives y a los que conoces intelectualmente. Me considero internacional. No necesito tanto el País Vasco para respirar, que a veces ni me han dejado". Quiere vivir en libertad, pero, sobre todo, crear en libertad y ahora es cuando se siente en mejores condiciones para hacerlo. Se niega a quedarse anclado en el pasado: "El terrorismo ha mordido fuerte sobre mí. Llevo dos guerras a cuestas, dos dictaduras: la franquista y la terrorista. He cumplido en la vida como persona y como ciudadano, y no estoy seguro de que haya cumplido con lo que quiero: crear hasta el final, ¡coño!", alza un poco la voz para enfatizar. Cuando habla de lo que le queda por hacer aprieta los puños con restos de pintura y subraya que lo que quiere es continuar haciendo obra para plasmar toda su alma.

La primera vez que puse una traviesa en vertical me di cuenta de que era una persona. Agustín Ibarrola

Alma que impregna tanto en las rocas de Garoza como en las traviesas de tren, otro de sus materiales característicos. "La primera vez que puse una traviesa en vertical me di cuenta de que era una persona". Explica que para él "son los caminos que han unido España". Y esa es una de las claves esenciales de su arte: "Buscar nuevos caminos". (Cita a Machado). El artista, que comenzó de niño pintando con tejas las rocas que hay entre las localidades vizcaínas de Areta y Orozco y ahí observó cómo una recta no era tal cuando tenía que salvar un volumen, se despide de la mano de su compañera de camino desde hace más de 50 años, su esposa Mari Luz Bellido, que no deja ni un momento de estar pendiente de él. Ni él de ella.

En la dehesa de Garoza

Desde la dehesa de Garoza, el artista observaba el valle del Amblés, un lugar del que se enamoró por la luz y por la historia. La comarca está repleta de castros celtas. Allí dio rienda suelta a su creación y pintó unas 130 piedras en una superficie de 12 hectáreas. Una intervención en y con la naturaleza.

A finales de septiembre, se abrirá al público el proyecto en el que han colaborado la Fundación Asocio, el Ayuntamiento de Muñogalindo y Alfredo Melgar, propietario del terreno. En la sala de exposiciones del Consistorio se mostrarán esculturas y lienzos prestados por Ibarrola. La dehesa se hace visitable y todos los elementos que constituyen la musealización se integran perfectamente en el espacio. Cuando el visitante deje el coche, lo primero que encontrará es un olor a tomillo y a lavanda que junto con el paseo le ayudarán a desconectar de la ciudad.

Se trata de un proyecto en el que todos los implicados están pendientes de que revierta en la zona y que la dehesa se mantenga. Incluso se maneja la idea de dejar que el ganado siga pasando, que es el verdadero conservador del terreno.

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