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CRÍTICA | RICKI
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Desvergüenza narrativa

Estamos ante la más espectacular de las desfachateces sobre la esencia en el dibujo de personajes

Javier Ocaña
Meryl Streep, en 'Ricki'.
Meryl Streep, en 'Ricki'.

El debate alrededor de Ricki, nueva película de Jonathan Demme sobre una madura y fracasada cantante de rock que se reencuentra con sus hijos, ha nacido equivocado. La pregunta no es si Meryl Streep resulta creíble como habitante de la América del country, si canta bien o mal o sus movimientos en el escenario son más o menos forzados. Si fuera preciso, Streep sería capaz de interpretar con credibilidad a Barack Obama. La cuestión es otra, no tan externa y, en cierto sentido, banal. Y sí interna, narrativa, cinematográfica. La pregunta es si es verosímil que esa mujer haya sido madre de esos hijos, y sobre todo esposa y amor de ese marido durante años. La pregunta es si el empeño de la guionista Diablo Cody por contrastar dos modelos de vida americana no le ha llevado a componer el núcleo central de película, el de la visita de la protagonista a su familia, más idiota del cine reciente. No son agua y aceite sentimentales (el amor es ciego); son agua y aceite narrativos.

Ricki

Dirección: Jonathan Demme.

Intérpretes: Meryl Streep, Mamie Gummer, Kevin Kline, Rick Springfield, Nick Westrate.

Género: melodrama. EE UU, 2015.

Duración: 101 minutos.

Porque no estamos ante un relato trascendente en el que el pasado sea eludido como figura retórica, como ejercicio de estilo, sino ante la más espectacular de las desfachateces sobre la esencia en el dibujo de personajes. Como es injustificable, no se hace la menor mención sobre el pasado, y punto. No sobre lo que no funcionó, que eso es fácil, sino sobre lo que sí funcionó durante bastante tiempo para que dos mundos tan antagónicos llegaran a estar unidos y a dar como fruto nada menos que tres vástagos. Es, pura y simplemente, caradura narrativa.

Cada una de las secuencias de ese eje central, casi una hora, empeora a la anterior: la actitud ante el suicidio, el dolor de la enferma, la cura a base de donuts y peluquería, la marihuana en el frigorífico, la reacción de la madrastra... Pasado al desastre, y como ya lo que estás deseando es escuchar a la gran orquesta de feria en la que toca Streep, el desenlace mejora con la boda. Salvo que te preguntes por qué se reconcilian.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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