_
_
_
_
_
PATIO DE COLUMNAS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cero

Javier Sampedro

Lo normal cuando uno escribe en un periódico —dentro de lo normal que pueda ser eso— es que los temas le lleguen de dos fuentes: el jefe de ahí arriba y el mundo de ahí fuera. Pero hay una tercera fuente que, con ser ocasional y desusada, es con diferencia la más temida y corrosiva para el sistema nervioso central: la nada. “Escríbete 500 palabras sobre lo que quieras”, te dice el jefe, y a ti te empieza a entrar la tiritera y la palidez cadaverina, a ti te espera una hora tras otra de angustia y penalidad y de para qué me metería yo en esto, una travesía del desierto y un claudicar de la posición erguida y la palabra articulada, un sin dios.

La nada es una mala fuente de inspiración, y ese es parte del problema, desde luego, pero la parte peor es esa. Es que te das cuenta de lo poco que tienes que decir, del páramo imaginativo que ocupa tu cabeza mientras tú crees estar pensando algo por el mero hecho de atender el whatsapp, leer La historia de la filosofía de Bertrand Russell o escribir un artículo de encargo, 500 palabras sobre algo que ha ocurrido o que alguien ha dicho. Y entonces percibes que tú nunca has pensado nada, que el paisaje de tu imaginación se ha quemado en un incendio forestal y que ahí dentro no hay nada que merezca la pena. No hay ni pena por que no lo haya.

La nada está sobrevalorada. ¿Qué es eso de dejar la mente en blanco? No se entiende muy bien en qué puede consistir. ¿En qué tiene que pesar uno para no pensar en nada? Lo más parecido a una mente en blanco que ha logrado representar un artista son seguramente los monólogos interiores de Leopold Bloom, que están llenos de cosas pero son mente en blanco en el sentido de que no logran organizarse en un vector con dirección y sentido, que no tienen un origen ni un objetivo evidentes, que conducen, justamente, a la nada. El cero de la mente ocupa 300 páginas de la gran novela del siglo XX.

Los físicos también se han dado cuenta en tiempos recientes de que la nada no existe, de que incluso el vacío absoluto está repleto de fluctuaciones cuánticas, y de que tal vez seamos hijos de ellas.

Bueno, esta es mi última columna de este patio de verano, y el cero me ha parecido un buen tema para despedirme. No gran cosa, pero mejor que nada. Feliz invierno interior.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_