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‘Las impurezas’ (2): ‘La dificultad’

Natxo López, guionista de series como '7 vidas' e 'Hispania' continúa su relato de verano. Hoy, la pareja tiene sus primeras citas

Ilustración de Luis Tinoco.
Ilustración de Luis Tinoco.

La primera cita formal fue en el cine, el domingo siguiente. Eligieron una película que no molestaba demasiado a ninguno de los dos y compartieron palomitas. A Él ese acto de comunión le resultó íntimo y sexual. Ella lo hizo porque se ahorraban cien pesetas.

Volvieron a besarse, esta vez cinco veces. En la última, al abrigo de los soportales, sus lenguas se tocaron, a pesar del asco. Él aventuró su mano entre los botones de la blusa, abandonándose al malestar que le crecía entre las piernas. Apenas habían hablado, pero ambos se iban convenciendo de estar enamorados.

Los encuentros se repitieron a lo largo de dos meses, siempre en domingo, a la misma hora, el mismo plan. Cine, paseo con besos, mano en la blusa. Y, casi sin hacerse notar, empezó a acompañarles el aburrimiento. Ninguno se atrevía a nombrarlo, pero estaba ahí, inmiscuyéndose entre los besos y las caricias obligadas. Tuvo que ser Ella la que sacara el tema, porque sabía que en las parejas es importante hablar las cosas.

-A veces estoy contigo y estoy pensando en mis amigas. O en cosas de clase.

-Ya.

-Tal vez deberíamos dejarlo un tiempo.

-Bueno.

Ella había lanzado el órdago esperando que Él se rebelara contra la ruptura. Pero no lo hizo. Se quedó callado y mantuvo las formas hasta que se despidieron. No lloró hasta que Ella se perdió en la oscuridad del portal de su casa.

Él telefoneó a su mejor amigo. Ella, a todas sus amigas. “Las chicas son así”. “Los chicos son así”. Él decidió que debía sentirse ofendido. “Hay más peces en el mar”, dijo antes de colgar, sin convencimiento.

Pasaron las semanas y Ella, al ver a sus amigas alardear de novios, empezó a preguntarse si no se habría precipitado al sacar de su vida a aquel chico imperfecto que no la había considerado fea.

Al terminar el mes de exámenes, las pandillas volvieron a confluir en otra fiesta programada. Él no sabía qué actitud tomar cuando se la encontró de frente. Ella lo tenía decidido hacía tiempo.

-Ni siquiera una llamada, ni un detalle –le reprochó–. No creí que fueras así.

-Pero sí tú me dejaste.

-Eso no significa que no podamos ser amigos. Tomar un café y charlar, esas cosas.

Él nunca había tenido una amiga. Si una chica hablaba contigo más de tres veces uno debía enamorarse. Tampoco comprendía aquello del café; las actividades que Él realizaba tenían un fin concreto: hacer deporte, estudiar, reuniones con las juventudes, emborracharse. “Charlar” era un concepto sin contenido. Y el café era una bebida asquerosa. Aun así no supo negarse y prometió llamarla cada domingo para tomarse un café juntos.

A Ella ese gesto de sumisión le bastó. Tres vodkas con naranja después le arrinconó tras el cobertizo de la cochera, le cogió de la mano y se la condujo hasta debajo de la falda.

Cuatro años después, se casaron.

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