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ANALES CERVANTINOS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

16 de agosto

Es probable que hoy se cumpla el 501º aniversario de la redacción de una página del Quijote

Es probable que hoy se cumpla el 501º (pronúnciese quingentésimo primero) aniversario de la redacción de una página del Quijote. Veamos. En el capítulo 47 de la Segunda parte, el gobernador de Barataria, don Sancho Panza, recibe una carta del duque datada “a 16 de agosto, a las cuatro de la mañana”. No es infrecuente que en una obra de ficción, cuando se trata de dar la fecha de un suceso, el autor renuncie a estrujarse el caletre y le asigne la del momento en que está escribiendo. Así, la supuesta epístola de Apolo al final del Viaje del Parnaso cervantino se pone “a 22 de julio”.

En el Quijote, a la carta del duque precede, en el capítulo 36, una de Sancho a su mujer que se dice expedida “a 20 de julio 1614”. Según ello, los 12 capítulos de una a otra misiva debieron de cobrar forma entre el 20 de julio y el 16 de agosto de 1614, cuando Cervantes parece haber residido mayormente “en la calle de las Huertas, frontero de las casas donde solía vivir el príncipe de Marruecos, en Madrid”, adonde dirige Apolo la mencionada epístola. Es ésa una legítima conjetura histórica, que el lector de a pie puede alcanzar por sí mismo y que normalmente le traerá al fresco, mientras para el crítico y el teórico de la literatura se convierte en un problema de peso.

En el arranque, la acción del Quijote se dice acaecida “no ha mucho tiempo”; luego, las transparencias de la realidad la sitúan en los alrededores de 1590. Otra cosa es el calendario interno del relato. La Primera parte empieza un viernes de julio y termina un domingo todavía de verano, con san Miguel (29 de septiembre) aún por llegar; la Segunda comienza “casi un mes después”, por más que se declare que “de allí a pocos días [!]se habían de hacer unas solemnísimas justas por la fiesta de san Jorge”, el 23 de abril. Por todas partes se rompe cualquier posibilidad de establecer una secuencia cronológica coherente. Ocurre en el conjunto, donde, con posterioridad a la carta del 16 de agosto, caballero y escudero pisan la playa de Barcelona el 23 de junio, “la víspera de san Juan, en la noche”; como ocurre en el interior de los episodios, pongamos de la venta, cuando llega la noche y se sirve la cena, y al cabo de un rato vuelve a llegar la noche y servirse la cena...

¿A qué año atribuir ese fantástico calendario? Como la Primera parte no menciona ninguno en concreto y la Segunda aporta el de 1614, la única inferencia con una cierta lógica es que toda la trama, de ésta como de aquélla, de la segunda parte como de la primera de 1605, se desarrolla en 1614. A esa conclusión se acoge, la teoría estricta, con su concepción del texto como un universo cerrado, completo y autosuficiente, al margen del contexto y hasta de la intención del autor. La crítica literaria se siente incómoda ante los “errores”, “olvidos” o “descuidos” de Cervantes y oscila entre los extremos de atenuarlos o bien negarlos viendo en ellos, por ejemplo, refinadas astucias de un genio que ya recurre a técnicas de discontinuidad y simultaneidad propias de la novela moderna.

Frente al crítico y al teórico, el honrado lector apenas percibe las anomalías cronológicas ni de otro género, y si las percibe asume desde el principio que carecen de relevancia. Discurriendo sobre las objeciones opuestas a la primera parte, Cervantes, por boca de Sansón Carrasco, hace una observación estupenda: “Como las obras impresas se miran despacio, fácilmente se ven sus faltas” (II, 3). Es como protestar de que se apliquen al Quijote patrones que le son ajenos.

Porque, en efecto, el Quijote no está tanto escrito cuanto dicho, enunciado sin someterse a las constricciones de la escritura. El discurso brota libérrimamente, como en el relato oral y en la charla diaria: con una orientación, con un horizonte de temas, pero cambiando de rumbo y de acento cada vez que una ocurrencia cruza por la cabeza. Los detalles importan sólo en la medida en que funcionan en una situación: por lo demás, son desechables, de usar y tirar. Así procede Cervantes, con los cambios de registro y los zigzagueos que conducen la narración coloquial o folklórica de un asunto a otro, de la sonrisa a la gravedad, de la noticia perfectamente seria a la hipérbole y la mentira descaradas. Lo propongo como objeto de estival meditación otro 16 de agosto.

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