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Como un objeto perdido

El escritor Juan Pablo Villalobos (México, 1973), que ha publicado este año 'Te vendo un perro', comienza este relato

Ilustración de Nicolás Aznárez.
Ilustración de Nicolás Aznárez.

En casa reinaba una gran conmoción porque yo había desaparecido durante tres días sin dar explicaciones. Peor: ahora solo repetía que no recordaba dónde había estado. Mi esposa exigía exámenes neurológicos. Mis hijos hablaban del "secuestro", aunque nadie hubiera pedido rescate y la existencia de grupos criminales sin fines de lucro estuviera descartada. ¡Los escuché llamar a una funeraria para cancelar una reserva! Mis nietos reclamaban, porque, según la versión oficial, yo acababa de regresar de viaje, ¡sin regalos! Fue el más pequeño el que encontró la primera pista: "¿Qué es eso que tiene el abuelo detrás de la oreja?".

La familia en tropel se dirigió hacia mí, empujándose unos a otros por ser los primeros en ver qué tenía detrás de la oreja. Llevaba un rato deseando rascarme, un leve picor se había instalado en la zona y no desaparecía. Mi mujer fue la primera en llegar. Su grito me asustó y pedí ver lo que tenía. Mi hijo me enseñó la fotografía que acababa de hacer con el móvil. En la pantalla se veía, en un círculo de piel irritada, un pequeño tatuaje de un código de barras.

Me cogieron en volandas y se dispusieron a bajarme a la tienda de ultramarinos. Mi mujer gritaba excitada: "!Que le lean el código!”. Mis nietos lloraban sin consuelo porque el abuelo estaba enfermo y el bulldog de mi nuera se revolcaba mordiéndose el rabo víctima de un ataque de ansiedad. Ya en la tienda me soltaron en la cinta transportadora y entre botes de conserva la cajera procedió a la lectura del código. Apuntó con la pistola y disparó. La pantalla se iluminó: filete de equino 18,50 €/kg.

El silencio en sus miradas se hizo notar. Aumentó la confusión y el escepticismo. Sandra, mi mujer, después de un breve suspiro murmuró "esto es increíble". La sensación de picor aumentaba, y se hacía cada vez más intolerable. Mi hijo, en un acto impulsivo y violentamente desmedido, arrebató la pistola a la cajera, quien continuaba pálida observando la pantalla, disparó el lector de barra por segunda vez, sobre el tatuaje, arrojando en esta ocasión un mensaje distinto: 10º 53´9´N, 72º 50´53´W.

“¡Colombia!” gritó mi hijo al meter las coordenadas en el móvil, y la palabra hizo que un hormigueo me recorriese desde el código de barras hasta los pies. Cuando llegamos al Adolfo Suárez, mi hijo ya había sacado dos vuelos por internet y tras 48 horas de viaje, llegamos a una tasca de un pueblo tan miserable como perdido. Una chica de rasgos indígenas, diría que menor de edad, atendía tras la barra. Mientras nos servía un par de Águilas frías suspiró: “Llegáis tarde, Marcos está muy enfadado”.

La siniestra sonrisa de Marcos brillaba por un diente de oro. Era obeso, casi mórbido y parecía dedicar muchas horas del día a mimetizarse con el butacón desde el que nos habló. “Gracias por traerlo de vuelta, señor”, dijo dirigiéndose a mi... ¿hijo? “Jamás se había ido tan lejos de la residencia”. La joven que nos había conducido hasta el oscuro despacho depositó una gruesa carpeta encima de su mesa. “¿Qué contiene?” quise saber y él lacónicamente respondió: “Todo eso que usted ya no recuerda”.

El primer párrafo es de Juan Pablo Villalobos; los siguientes son, por orden, de José Antonio Suárez, Santi Sánchez, Paul Rincones, Daniel Morales y Marta García.

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Cada lunes un escritor empezará un relato que los lectores de EL PAÍS pueden continuar. Ese texto añadido se elegirá entre los enviados por los lectores y así cada día hasta el viernes, cuando un último texto cerrará el cuento. En la edición impresa del domingo se publicará el relato completo, con los créditos respectivos de cada autor. Se trata de elaborar un relato coral, un juego literario más conocido en el argot creativo como cadáver exquisito.

Los textos de los lectores deben tener un máximo de 500 caracteres. Los participantes deben registrarse. Las aportaciones se recibirán hasta las 13.00 (hora peninsular española) de cada día. Entonces, la sección de Cultura elegirá tres propuestas para que los lectores de EL PAÍS voten en la web la mejor continuación del cuento. El horario de votaciones de los lectores será entre las 16.00 y las 19.00 (hora peninsular española). Después se publicará el párrafo más votado en la edición digital y volverá a comenzar el período de envío de propuestas.

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