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Nostalgia de un “siempre” imposible

La gran capacidad de observación de Sinclair se une aquí a su vocación por rescatar ecos del pasado

Iain Sinclair lleva cuatro décadas escribiendo acerca de Londres, y es ahora cuando se ha publicado en castellano este volumen que nos permite asomarnos a su obra ensayística sobre la capital británica. El volumen consta de 11 ensayos que recogen escritos suyos desde 1975 hasta 2012, año fatídico para Sinclair, pues en él tuvieron lugar los Juegos Olímpicos en Londres y las consabidas reformas acometidas en la zona este de la ciudad, principalmente en Hackney, donde él reside hace treinta años.

En sus textos, el autor abre caminos posibles —siempre secundarios, nunca avenidas anchas— por los que recorrer Londres, e invita a sus lectores a acompañarle, pero sin congraciarse con ellos, a través de una prosa desenfadada, pues en sus frases deja ver su conexión con lo oscuro y lo gótico, así como la huella de Dickens y del Londres victoriano. Sinclair explora la ciudad pausadamente, como un fotógrafo que se parase cada pocos minutos para captar con su cámara algo que el ojo poco entrenado consideraría carente de interés. Esta parece ser la regla principal de su “topografía profunda” de la ciudad, término acuñado por él mismo para definir su práctica.

El Londres de Sinclair no tiene apenas relación con la bulliciosa urbe turística plagada de templos del consumo y morriones con soldado impasible debajo: en la versión que nos ofrece abundan los templos, pero solo aquellos que cuentan con su propio cementerio y, por tanto, con cadáveres sobre los cuales “circula eternamente el tumulto de la agitada Londres”. Una de las misiones de Sinclair es hacernos comprender que la ciudad es un palimpsesto donde se amontonan, en diversas capas superpuestas, acontecimientos, personajes y obras arquitectónicas, lo que convierte a Londres en la Roma del norte de Europa. Por tanto, joven viajero, recuerda que ese mercado de alimentos producidos por granjeros locales que tanto te gusta visitar fue inicialmente un cementerio y después un hospicio: ese sería el mensaje de Sinclair a los que gozan del Londres contemporáneo despreocupadamente.

El mensaje de Sinclair a los que gozan del Londres contemporáneo despreocupadamente sería que ese mercado que tanto gusta fue inicialmente un cementerio y después un hospicio

Pero no todo son paseos en este libro: en su ensayo El perro y la parabólica disecciona esa costumbre contemporánea de adquirir pitbulls para confinarlos en apartamentos, y muestra los vínculos entre humanos y perros (“la encarnación achaparrada de la amenaza”) con una precisión pocas veces leída. La capacidad de observación de Sinclair se une aquí a su vocación por rescatar ecos del pasado: el autor considera que solo es capaz de armar un libro “por poderes”, y esto se deja ver en sus crónicas, pues sus reflexiones dejan paso con frecuencia a las voces de autores como William Blake —influencia esencial para él—, J. G. Ballard y Thomas de Quincey.

Es cierto que Sinclair puede ser tildado de nostálgico e incluso de aguafiestas, especialmente cuando desea el fin del arte público que adorna las grandes capitales y arremete sin pudor contra Barry Flanagan, uno de los escultores más prestigiosos de Reino Unido: “Que vuelva la mixomatosis para salvarnos de esta plaga de engreídas liebres de Flanagan: alimañas destinadas a otorgar credibilidad a todas esas estafas planificadas de plazas”. Sinclair solo encuentra alivio en rincones apenas transformados: “Aquí no hay sensación de regeneración. Gracias a Dios. Todo sigue igual que siempre”. Pero ese “siempre” es —y Sinclair lo sabe— un imposible, de ahí que trate de llenar la pérdida con relatos pormenorizados de sus caminatas por esa ciudad que tanto ama. 

La ciudad de las desapariciones. Iain Sinclair. Traducción de Javier Calvo. Alpha Decay. Barcelona, 2015. 284 páginas. 22,90 euros.

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