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La gloria de Cervantes

Alcázar de San Juan guarda una partida de bautismo que se atribuye al autor del ‘Quijote’

Julio Llamazares
Macario García Consuegra, maquinista jubilado, en la sala de espera de Alcázar de San Juan, decorada con azulejos alusivos al Quijote.
Macario García Consuegra, maquinista jubilado, en la sala de espera de Alcázar de San Juan, decorada con azulejos alusivos al Quijote.NAVIA

Alcázar de San Juan, la capital de La Mancha para Azorín, disputa a Alcalá de Henares y a otros lugares de España no el honor de ser la patria de don Quijote, sino la de Cervantes, que es más difícil. Mientras que en la biografía de don Quijote todo es ficción, en la de Cervantes hay documentos, alguno tan incontestable como el de la partida de su bautismo católico. Que está en Alcalá de Henares o por lo menos eso yo he oído y leído.

Pero el dueño del hotel en el que he dormido no está dispuesto a aceptar tal cosa. Para él no está nada claro dónde nació Cervantes y, como mucho, deja lugar a la duda, pero no para que cualquier lugar se apunte a la controversia (“¡Hasta Infantes quiere ahora, fíjese, ser la patria de Cervantes!”), sino para discutirlo únicamente entre Alcalá de Henares y Alcázar:

—Dicen que, cuando iba a morir —me cuenta, totalmente en serio—, a Cervantes le preguntaron de dónde era. Y él respondió que de Alca… y, antes de seguir, murió.

Para el sacristán, la redacción del documento no deja lugar a dudas

—¡Pues vaya!— le digo yo, divertido.

En la iglesia mayor del pueblo, de proporciones catedralicias y con trazas de haber sido una mezquita anteriormente (hay restos en sus paredes de yesos árabes), el sacristán, que está más versado, me explica las razones por las que, según él, el nacimiento de Cervantes en Alcalá de Henares no es tan evidente. Lo que sucede, me dice, es que la villa del Henares tiene el apoyo de Madrid —“que es mucho apoyo”— apostilla— y Alcázar tiene que defender su candidatura por sí sola. Las razones son diversas según el sacristán de Santa María (que, mientras las enumera, me va enseñando la iglesia, incluido el camarín de la Virgen, sobre el altar: una auténtica bombonera rococó llena de oros y otros adornos), pero la principal de todas es la partida de bautismo que se guarda en el archivo parroquial y cuya redacción no deja lugar a dudas para él: “En nuebe días del mes de nobiembre de mil quinientos y cincuenta y ocho baptizó el Rvdo. Señor alª díaz pajares un hijo de blas de Cervantes Sabedra y de Catalina López que le puso (de) nombre Miguel”. Para remachar el clavo, en el margen de la anotación alguien escribió más tarde (un párroco del siglo XVIII, según el sacristán, que lo sabe todo) una frase que dice textualmente: “Este fue el autor de la Historia de Don Quixote”.

Uno de los monumentos del pueblo, al menos desde el siglo XIX, es la estación

El resto de los argumentos, que van desde el gran conocimiento que Cervantes demuestra en su novela de la comarca de San Juan a que aún haya apellidos Cervantes y Saavedra en el pueblo o a que el famoso duque de Béjar, al que Cervantes dedicó su obra, fue prior de la Orden de San Juan, cuya capital era Alcázar, abundan en el origen alcazareño del autor del Quijote para el sacristán, que, pese a ello, se muestra posibilista y más abierto a otras opiniones que su vecino, el dueño del hotel:

—La gloria de Cervantes, de todos modos, fue su obra, no su vida, y ésa está claro que está íntimamente vinculada a Alcázar— concluye.

—En eso tienes razón— le digo.

Aparte de la iglesia de Santa María y del torreón que está enfrente de ella y que fue la sede del priorato de la Orden de San Juan, la defensora de Alcázar y su comarca durante siglos, el pueblo tiene otros puntos de interés (las iglesias de San Francisco y de Santa Quiteria, tan monumentales como la parroquial y, como ella, construidas con una piedra de color rojo que les da una calidez especial, y los conventos de la Trinidad —siempre la Trinidad unida a Cervantes— y de Santa Clara, éste convertido en hotel desde hace ya tiempo), pero el verdadero monumento del pueblo, al menos desde el siglo XIX, cuando se construyó, es la estación del ferrocarril, famosa en todo el país porque por ella pasaban todos los trenes que iban hacia el sur de España. En ella paraban muchos viajeros para comprar las famosas tortas de Alcázar, que todavía se venden a lo que veo, y cambiaban los equipos de maquinistas y ferroviarios por otros de refresco.

Y desde ella partió Azorín, después de recorrer La Mancha siguiendo a don Quijote, en dirección a Madrid un día del año 1905 dejando escritas estas palabras de despedida que uno comparte a pesar del tiempo transcurrido: “¿Habrá otro pueblo, aparte de éste, más castizo, más manchego, más típico, donde más íntimamente se comprenda y se sienta la alucinación de estas campiñas rasas, el vivir doloroso y resignado de estos buenos labriegos y la monotonía y la desesperación de las horas que pasan y pasan lentas, eternas, en un ambienta de soledad, de tristeza y de inacción? (…) Decidme, ¿no comprendéis en estas tierras los ensueños, los desvaríos, las imaginaciones desatadas del grande loco?”.

Las órdenes militares

La de San Juan de Malta fue una de las tres órdenes militares a las que el rey encargó la defensa de la Marca Media, como se llamaba en la Edad Media a la meseta que se extiende entre el río Tajo y Andalucía, cuando se reconquistó a los árabes.

En época de Miguel de Cervantes aún existían y mantenían un gran poder, tanto que, llegado un punto, la monarquía española se enfrentó a ellas para contrarrestarlo.

En La Mancha su memoria se conserva todavía en monumentos y en la toponimia histórica, especialmente en el nombre de los territorios a los que se extendía su influencia, como la comarca de San Juan o el Campo de Calatrava, en la provincia de Ciudad Real, o el de Santiago, mayoritario en las de Toledo y Cuenca.

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