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Louise Bourgeois visita el infierno

La retrospectiva que el Museo Picasso de Málaga dedica a la artista francoamericana reúne cerca de 200 piezas, entre esculturas, tejidos y dibujos, de sus años más fructíferos

‘Celda (el arco de la histeria)’ (1992-93), instalación de Louise Bourgeois.
‘Celda (el arco de la histeria)’ (1992-93), instalación de Louise Bourgeois.

Hubo unos años en que Louise Bourgeois bajó (o subió) a los infiernos y vivió el goce de los elegidos. No podía ser de otra manera. Lo cuenta en una exposición apta para incondicionales, aunque el marco poco tenga que ver con su obra.

La artista fran­co­ame­ricana (1911-2010), que de joven afirmó que quería ser escultora para arrancar a la mujer del molde del objeto y convertirla en sujeto del arte, protagoniza hasta finales de verano una retrospectiva en el centro dedicado a uno de los genios de la pintura del siglo XX, el Picasso de Málaga. Y quién sabe si llevó consigo algún mensaje al averno, donde también Picasso debió de pasar largas temporadas con sus mujeres/modelos. I Have Been to Hell and Back. And Let me Tell You It was Wonderful (He estado en el infierno y he vuelto. Y déjame decirte que fue maravilloso), título tomado de uno de sus bordados (1996), reúne casi 200 piezas —entre esculturas, tejidos, dibujos, una araña gigante y sus conocidas celdas— procedentes de los dos fondos que gestiona su familia, la Easton Foundation y la Louise Bourgeois Trust, más algún préstamo del MOMA y el Pompidou.

Todo en ella es criminal y primitivo. La obra excluye al espectador, pero este no puede evitar sentirse atraído por tanta intensidad

La exposición recorre los años más fructíferos de su carrera, a excepción de los setenta —la década en que empieza a ser reconocida—, un paréntesis difícil de justificar, aunque los comisarios lo hayan compensado con abundantes dibujos y grabados de los años cuarenta, cuando todavía Louise Bourgeois no había siquiera alcanzado una mínima popularidad entre coleccionistas y menos en los despachos de dirección de museos (el entonces director del MOMA, Alfred Barr, adquiere Sleeping Figure en 1951, el mismo año en que muere el padre de la artista, Louis Bourgeois, que regentaba un taller de tapices y que fue de importancia seminal en su obra; también en aquel año, comienza a psicoanalizarse tras sufrir una fuerte depresión).

El paseo de Bourgeois por el infierno pudo haber llegado hasta el noveno círculo, al menos eso transmiten sus esculturas y dibujos de finales de los noventa, donde vemos sillas bulbosas, cuchillos, planchas y escaleras; la serie Sublimación (2012), con apuntes personales de su puño y letra ilustrados con dibujos; estudios del natural (Nature Studio, 2009), sus célebres muñecas, mujeres-casa, estalactitas pendulares, trozos de carne momificados y el icónico pene/vagina (Janus Fleuri, 1968). Relevantes y reveladoras son sus cartas y fotografías de su época francesa y de sus primeros años en Nueva York, donde posa con su familia o aparece trabajando en su estudio.

Todo en Bourgeois es criminal y primitivo. La autosuficiencia de su obra excluye al espectador y este a su vez no puede evitar sentirse atraído por tanta intensidad, por aquel infierno donde sólo acaban arrojados los que alguna vez vivieron en él, sin saberlo.

He estado en el infierno y he vuelto. Y déjame decirte que fue maravilloso. Retrospectiva de Louise Bourgeois. Museo Picasso de Málaga. Hasta el 27 de septiembre.

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