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FICCIÓN EN CADENA

‘El share y la separata’ (5): ‘El largo pelo en la nariz’

Eduardo Ladrón de Guevara, guionista de 'Cuéntame cómo pasó', continúa su relato. Hoy, el protagonista se asusta al recibir la llamada de un actor

Ilustración de Raúl Allén y Patricia Martín.
Ilustración de Raúl Allén y Patricia Martín.

Apago el ordenador y me coloco el gorro de lana. Ya está, me marcho, mañana será otro día. Y cuando voy a abrir la puerta para salir, oigo el timbre del teléfono. ¡Joder, no hay nada que me moleste más que las llamadas a deshora! A ver quién es, y aunque dudo si descolgar o hacerme el sordo, acabo cogiendo el auricular.

-¡Dígame!

-¿Puedes bajar un momento a mi camerino? -me dice la estrella-. Tengo que hablar contigo.

-Sí, claro, ya bajo -y despojándome del gorro y del abrigo, salgo temiéndome lo peor, que haya decidido hacer unos cambios en el guion. Ya me veo escribiendo otra separata. ¡La leche con las separatas!

Cuando entro en su camerino, que huele a sándalo, ya sé que las cosas van a ir mal. La estrella me recibe con una glacial mueca de bienvenida, sentado en su mecedora de color caoba, envuelto en un sahumerio de nicotina.

-¿Qué, cómo va todo? -me dice, subrayándolo con una sonrisa que no barrunta nada bueno. Ya no me fío ni de Dios. Algo trama.

-Siéntate -y con un gesto cordial me invita a tomar asiento frente a él, lo que hago con la mosca tras la oreja. También la mantis religiosa parece amable cuando empieza a copular con el macho, pero en cuanto el gilipollas se descuida se lo empieza a comer.

Tomo asiento y espero a ver qué pasa. Que hable él primero. Lo mismo me ha llamado para decirme que le haga unos cambios en el texto, o que suprima otro personaje. Cualquiera sabe.

Pero no habla. Ni una palabra. Silencio total. Y la nevada arrecia. Es una tupida cortina de nieve que planea en remolinos negándose a posarse en el suelo. La estrella aspira el humo del cigarrillo que tarda tanto en expulsarlo que uno piensa que se lo va a quedar dentro para siempre. Vuelve a dar una calada sin prestarme atención, pero yo sí lo hago, primero con disimulo y enseguida mirándole fijamente. Ahí está, meciéndose lentamente, con el cigarrillo a medio consumir en la mano izquierda, que mantiene la ceniza, sorprendentemente obstinada en vencer la ley de la gravedad.

Sigo mirándole, ahora ya con descaro, pero decidido a mantener la boca cerrada. Ya hablará él. Y por fin, después de unos segundos que se hacen eternos, clava sus ojos en los míos. Las miradas de ambos de entrecruzan. Y entonces, me dice:

-He leído la escaleta que has escrito -y la coge con gesto desmayado, diciendo en un tono neutro que no presagia nada bueno-. No das con la tecla.

-¿Ah, no?

-No -dice con desdén, lanzando las dos páginas lejos de sí.

Le observo en silencio, y por vez primera me doy cuenta de que un pelo le asoma por la nariz, pero no es un pelo normal, es un largo filamento que tiembla: al inhalar aire desaparece en la fosa nasal para aparecer de nuevo al aspirar.

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