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Patio de columnas
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Gatos

Teresa es peruana y hace unos cinco años que vive en Buenos Aires. Trabaja en mi casa dos veces a la semana. A Teresa le gustan los gatos y en mi casa hay varios. Les cambia el nombre según lo que le parece oír o según alguna característica del animalito. A Larsen le dice Axel; a Chaomien, Chaumiel; a Ceniza, le dice Plomito; y a la Negrita le dice El Michiperro.

Como en la habitación que alquila con su esposo no les permiten tener mascotas, Teresa quiere como propios a todos los gatos de sus patronas. Cuando me habla de ellos no los llama por sus nombres ni dice el gato de la señora tal, sino el gato de Pueyrredón 923 o el gato de Vintter 822, que son las direcciones de sus casas.

Un día me contó algo que le pasó a ella siendo niña, en la pequeña aldea de Perú donde se crió. En el barrio había muchos gatos sin dueño, gatos de la calle que andaban por ahí. Una noche escuchó a varios sobre el techo de su casa, pero el barullo que hacían no era de pelea ni de apareamiento. Era otra cosa, algo que nunca había oído, un maullido desgarrador que primero la asustó, pero después le dio curiosidad. Buscó una escalera vieja que su padre guardaba en el galpón de las herramientas, la apoyó contra la pared y trepó despacito, sigilosa para no espantarlos. Asomó la cabeza y vio algo que nunca volvió a ver pero se le quedó grabado. Había un gato echado sobre la chapa, un gato que no se movía, y a su alrededor un círculo de otros gatos llorando desconsoladamente. El gato estaba muerto y los otros lo estaban velando. Maullaban y giraban en torno al cuerpo tieso. En un momento, dos de los gatos se acercaron al muerto y, no puede explicar cómo, lo montaron en sus lomos y se lo llevaron. El resto los siguió, como un cortejo, y desaparecieron en los tejados vecinos.

También me dijo que cuando hay gatos que se pelean sobre el techo de una casa, quiere decir que en esa casa la gente es muy infeliz. Que arriba del techo de su vecino siempre había una pelotera de gatos, todas las noches. El vecino era un hombre cruel que golpeaba a su esposa y que un día peor a los otros acabó matándola.

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