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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Periodismo

Digo yo que los que mandan tendrán derecho a defenderse si pueden demostrar que lo que se ha publicado sobre ellos es falso

Carlos Boyero

Parece haber unanimidad y rasgamiento de vestiduras entre el gremio periodístico por la decisión de la alcaldesa de Madrid de implantar una web en la que desmientan (espero que con inapelables datos) las informaciones erróneas que aparecen en los medios de comunicación. Creo que antes estos desmentidos de los políticos se realizaban mediante ruedas de prensa y los comunicados que redactaban sus justicieros jefes de prensa, celosos asesores, la indignación o el infinito morro de los propios políticos.

Y todos somos conscientes de que los medios jamás mienten, ni omiten lo que saben porque la política de la empresa lo desaconseja o podría mosquear al poder financiero, ni intentan manipular a su incondicional clientela, ni tergiversan las sagradas noticias. Sabemos que lo único que les importa es publicar esa cosa tan inmaculada e indispensable llamada verdad. Y que todos ellos son independientes, libres, plurales y no sé cuántas cosas más. Que nadie escribe al dictado de los intereses de su medio. Que el mundo funciona mucho mejor gracias a estos paladines de la justicia, del eterno terror del poder, de los investigadores de la gran cloaca.

Y, cómo no, que la mentira, las promesas incumplidas, la corrupción, el arte interpretativo, forman parte de las ancestrales esencias del poder político. Pero como todos somos humanos, vamos a suponer que alguna vez los periodistas se equivocan (sin mala intención, por supuesto) o inventan inocuas falsedades o, sin saberlo, transforman su búsqueda de la verdad en un ejército implacable que defiende o ataca a los que gobiernan, o los que pretenden relevarlos en el reparto de la gran tarta.

Digo yo que los que mandan tendrán derecho a defenderse si pueden demostrar que lo que se ha publicado sobre ellos es falso. Al parecer, la libertad de expresión solo es propiedad de este crisol de virtudes llamado periodismo.

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