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Luces y sombras del sueño musical californiano

Brian Wilson fue uno de los protagonistas de los años sesenta, aunque luego su vida descarriló, como evoca 'Love & Mercy'

Diego A. Manrique
Paul Dano, en 'Love & Mercy'.
Paul Dano, en 'Love & Mercy'.

La de los Beach Boys es una historia poderosa, narrada en abundantes libros, en documentales y en dos películas televisivas. El ascenso de su cabecilla evidencia el pasmoso relevo generacional de los sesenta: en 1963, cuando ninguna discográfica dejaba tan delicada tarea a un chaval de 21 años, Brian Wilson funcionaba como productor de su grupo (y de muchos proyectos paralelos). Ni John Lennon y Paul McCartney tenían tanta autonomía.

Tímido, con tendencia a la obesidad, Brian no era un líder carismático. Sin embargo, cualquiera que le contemplara en acción descubría que albergaba sonidos monumentales en su cabeza, desde las suntuosas armonías vocales que eran la marca de la casa a insospechadas soluciones instrumentales. Los hermanos, el primo, el vecino, el amigo que formaban parte del grupo le habían visto desarrollar su arte intuitivo pero impresionó igualmente a los músicos profesionales que reinaban en los principales estudios de Los Ángeles: había algo lúdico en cualquier sesión dirigida por Brian, lejos de la tensión que generaba el otro niño prodigio de la ciudad, el intimidante Phil Spector.

Todos los cuentos de hadas necesitan una bruja, la encarnación del lado oscuro. En el caso de los Beach Boys, no podía ser la discográfica, Capitol Records, que cedió el timón al joven genio. El nuevo biopic sobre Brian, Love & Mercy, recurre al malo previsible: Murry Wilson, el infernal padre-manager. Se le atribuyen comportamientos violentos: el propio Brian le responsabiliza de su sordera en el oído derecho, aunque no hay unanimidad entre sus hermanos.

Love & Mercy también refleja su fallo más garrafal: la venta de la editorial de los éxitos de los Beach Boys, Sea of Tunes, por una cantidad irrisoria (años después, la operación fue impugnada y Brian recibiría diez millones de dólares como indemnización). Se menosprecia, sin embargo, la aportación de Murry al grupo: aparte del impulso inicial, su insistencia impidió que Capitol desatendiera a los Beach Boys, cuando la compañía recibió el enorme regalo de los Beatles. Vulgar y pegajoso, Murry sabía alternar con los poderosos de la industria, garantizando una alta tolerancia hacia las excentricidades de Brian.

Brian abandonó las giras –asistimos a su famosa crisis nerviosa en un avión- para centrarse en crear a su ritmo. Lo más valioso de Love & Mercy está en las escenas del Western Recording Studio, trabajando en feliz complicidad con el ingeniero Chuck Britz y los mercenarios del Wrecking Crew, encabezados por el baterista Hal Blaine. Se comprende la resistencia del resto del grupo cuando volvieron y se encontraron con Pet sounds, un salto sideral sobre el anterior LP, el exuberante Beach Boys’ party.

A Mike Love le toca el papel de aguafiestas en Love & Mercy. Prefería las fórmulas probadas pero lo cierto es que también detectó los deslices de su primo: por ejemplo, el cambio de Tony Asher, un publicista con talento para la síntesis verbal, por Van Dyke Parks, tan opaco como letrista. No fue únicamente Brian quién se equivocó a la hora de elegir colaboradores. El mismo Mike se colgó con el Maharishi Mahesh Yogi: llevarle de telonero con los Beach Boys merece figurar entre los mayores disparates del 68. Por su parte, Dennis Wilson, el hermano aventurero, único surfista del grupo, trabó cierta amistad con un gurú aún más peligroso, Charles Manson; los Beach Boys hasta grabaron un tema del futuro asesino.

Los otros componentes de la banda

A Mike Love le toca el papel de aguafiestas en Love & Mercy.Prefería las fórmulas probadas pero también detectó los deslices de su primo, como el cambio de Tony Asher, un publicista con talento para la síntesis verbal, por Van Dyke Parks, tan opaco como letrista.

No fue únicamente Brian quien se equivocó con los colaboradores. Love se colgó con el Maharishi Mahesh Yogi: llevarle de telonero con los Beach Boys merece figurar entre los mayores disparates del 68.

Dennis Wilson, el hermano aventurero, único surfista del grupo, trabó cierta amistad con un gurú aún más peligroso, Charles Manson. Los Beach Boys grabaron un tema del futuro asesino.

Nadie como ellos supo vender al mundo las promesas del sueño californiano: el verano eterno, el hedonismo sin complejos, la posibilidad de reinventarse. A la vez, nadie como Brian Wilson para personificar los destrozos de la década prodigiosa. Ignoramos si debe ser clasificado como un maniaco depresivo o un esquizofrénico paranoide pero sí queda constancia de que su consumo compulsivo de drogas le impidió encontrar las muletas necesarias para sobrevivir tras los años dorados.

También es muy californiana la creencia en las terapias mágicas. Cuando le abandonaron su mujer y sus hijas, Brian se transformó en una criatura disfuncional, exprimida por vampiros conscientes de que carecía de sentido del dinero. Tras probar diferentes fórmulas, la familia le dejó en las manos del psicólogo Eugene E. Landy, que prometió ocuparse del paciente “24 horas al día”, siempre que éste aceptara su “dependencia total” del curador.

El tratamiento fue caro: con los acompañantes, la factura total se acercaba algún año al medio millón de dólares. El doctor se reveló un monstruo: quiso firmar las canciones con Brian, se imaginó coproductor de sus discos y terminó reescribiendo su testamento. Aún después de ser inhabilitado en 1989, siguió manipulando al desdichado durante dos o tres años. El verdadero milagro, ahora intuimos, es que Brian Wilson haya lanzado una decena de discos desde 1995. ¿Son discos realmente suyos o simplemente llevan su nombre? Lo único que de seguro sabemos es que suenan exquisitos. Suenan a la lejana California mítica.

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