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FICCIÓN EN CADENA

‘Arrepentimiento’ (5): ‘Ella no’

Carlos López, guionista de 'El Príncipe', avanza hacia el desenlace de este relato con la resolución del crimen cometido en un hospital. Pero siguen en pie otras incógnitas

Ilustración de Eduardo Estrada.
Ilustración de Eduardo Estrada.

“Ya está. Diez sobre diez”. Rober no espera más, desde el mismo vestíbulo del hospital llama por teléfono para cumplir el trámite convenido que confirma el éxito de la muerte por encargo. Lo que queda por hacer es aún más fácil que matar: tirar la pistola al río, cobrar la pasta, volver en avión a Santa Cruz y gastarlo con Mariel. Sin contarle nada. Ella sólo se merece la parte buena de toda esta historia.

La cámara de seguridad del vestíbulo graba a un chico de chándal negro y gorra negra también, que camina con mirada baja y habla por teléfono. Quiero que las operadoras nos envíen la lista de todas los móviles que estaban en mitad de una llamada dentro del perímetro del hospital a las veinte cero uno. Es una lista que ocupa dos folios, no son muchos los candidatos pero la tarea de comprobación necesita demasiado tiempo para afinar la búsqueda.

Apenas ha introducido la llave en la cerradura cuando oye cargar las automáticas a su espalda

La policía novata tiene un golpe de suerte que le valdrá un ascenso inmediato y será propuesto durante años como ejemplo en los ejercicios del temario de la Academia. La suerte es de quien se la trabaja: uno de esos teléfonos de la lista está señalado por un asterisco. La UDYCO tiene al titular sometido a vigilancia. Es el teléfono de un camello canario de medio pelo cuyo seguimiento prometía la captura de alguien de mayor enjundia. Aquí está su nombre: Roberto Márquez, alias Rober. La misma noche del crimen ha tomado un avión de vuelta a su tierra y a la mañana siguiente ha alquilado con su novia un piso de treinta metros cuadrados con vistas al mar. Con el salario del crimen. Los siguientes cuatro días los pasan follando en ese apartamento aún sin amueblar. Al quinto sienten hambre y salen a picar algo. Rober rescata un par de billetes de la cartera y rodea a su chica con el brazo en un gesto, por primera vez en su vida, de triunfador.

Vuelven con un pack de cervezas y un fuet, no vaya a ser que la falta de provisiones trunque un nuevo arrebato de placer. Apenas ha introducido la llave en la cerradura cuando oye cargar las automáticas a su espalda. Alguien pronuncia su nombre y luego añade: “Manos arriba”. Rober hace caso, cómo no, y el pack de cervezas va a estrellarse contra el suelo. El charco espumoso se desliza escalones abajo, como si huyera de la que le espera a Rober. Éste se gira para mirar a su novia, que también tiene los brazos levantados, y reúne fuerzas para que no le tiemble la voz. Ella no sabe nada, ¿me entienden? Conmigo pueden hacer lo que quiera, pero ella, no. Ella es inocente.

Mariel dedica a su novio una sonrisa que jamás podrá olvidar. Rober no sabe cómo tomárselo, está nerviosa, la pobre, no se lo esperaba, se ríe por no llorar. Pero Mariel sabe lo que hace y aguarda hasta que Rober vuelve a mirarla para decirle algo que nadie oiga, los labios dibujan una palabra muda que Rober escuchará cada despertar en su celda: “Gracias”.

MAÑANA, CAPÍTULO 6, Y ÚLTIMO:‘PARA SIEMPRE’

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