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Una despedida de África

El gran viajero Paul Theroux regresa al continente que ha ocupado gran parte de su vida

Guillermo Altares
Parque nacional de Naukluft, en Namibia.
Parque nacional de Naukluft, en Namibia.Pawel Wysocki / Getty

Paul Theroux pertenece a la estirpe de los grandes narradores de viajes anglosajones que, como Graham Greene, Paul Bowles, Patrick Leigh Fermor o Peter Matthiessen, han creado un universo literario propio, a veces a través de la novela y otras de la no ficción, pero siempre perfectamente reconocible. Todos los viajeros se han cruzado alguna vez con un personaje de Graham Greene —en el bar somnoliento de un hotel de Atenas en una tarde de verano— o de Theroux, en una calle de Mayfair, en Londres, o en un polvoriento pueblo africano. Es una literatura universal, en el sentido más pleno de la palabra, que refleja un profundo conocimiento del planeta, pero sobre todo de los seres humanos que lo habitan.

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Autor de importantes novelas como La costa de los mosquitos, La calle de la Media Luna o la reciente En Lower River, de una celebrada y dura biografía del arisco premio Nobel V. S. Naipul, Theroux (Medford, Massachusetts, 1941) es sobre todo un autor de inmensos libros de viajes, un escritor cosmopolita que ha recorrido el mundo y lo ha contado a través de relatos vívidos y evocadores como Las columnas de Hércules —un recorrido por el Mediterráneo que ahora cobra más actualidad que nunca—, Las islas felices de Oceanía, El Tao del viajero o En el gallo de hierro, El viejo expreso de la Patagonia y El gran bazar del ferrocarril, tres clásicos del subgénero de la literatura de viajes ferroviaria. El último tren a la zona verde, el ensayo que acaba de publicar Alfaguara en una cuidada traducción de María Luisa Rodríguez Tapia, tiene algo de despedida del camino y también del continente que ha ocupado un papel más importante en una vida de viajero: África.

“Hace mucho tiempo, en el periodo de más libertad de mi vida, trabajé como maestro en África durante seis años. Después había vuelto al continente de vez en cuando, en ocasiones con estancias de meses. Navegué por media docena de grandes ríos, recorrí las estribaciones de los montes de la Luna y crucé el lago Victoria. Viajé desde El Cairo hasta Ciudad del Cabo. Fraternicé y trabajé con angonis, bagandas, nubios, karamonjongs, watutsis, wagogos, masáis, zulúes, kikuyus, los senas de Lower River, los pigmeos batwa del bosque de Ituri y muchos más”, escribe para describir su intensa relación con el continente. Todos esos recuerdos no le llevan, sin embargo, a trazar un retrato idealizado o nostálgico de África: describe un continente estancado en la miseria y la desigualdad, en el que el turismo es a la vez una maldición y una bendición, y que se enfrenta a nuevas formas de viejas guerras, peligros renovados como el que representa el grupo yihadista Boko Haram.

El último tren a la zona verde relata el viaje del autor por tierra por el sur de la costa oeste africana entre Ciudad del Cabo y Angola, un país que ha padecido una de las guerras más largas, salvajes y olvidadas del siglo XX. La desértica Namibia ocupa un lugar central en su viaje y, sobre todo, su encuentro con los bosquimanos, una tribu de cazadores recolectores que tienen un lazo directo con nuestros antepasados más remotos, ya que son el pueblo más antiguo de la tierra. Este libro es mucho más que un viaje. En cierta medida, Theroux lo utiliza para despedirse de África, ya que está escrito desde la sensación de que tal vez no le queden energías para realizar otro recorrido similar. Y, en ese sentido, trata de reflejar en él toda una vida de sabiduría viajera, de cruces de fronteras, de encuentros inesperados con el otro, de paisajes y ciudades que muestran la inagotable diversidad del mundo. El libro está lleno de historia, de referencias literarias —recuerda una maravillosa frase del gran libro de Rebecca West sobre los Balcanes, Cordero negro, halcón gris: “A veces es muy difícil saber la diferencia entre la historia y el olor de una mofeta”—. Pero, ante todo, ofrece una mirada sobre lo que significa viajar, escrita por un autor que ha recorrido prácticamente todo el mundo. Explica, por ejemplo, que no se puede conocer una ciudad desde su centro, que siempre hay que acudir a su periferia.

“La lectura y la inquietud —la insatisfacción en casa, la amargura de estar encerrado y cierta idea de que el mundo real estaba en otro sitio— me hicieron viajero”, escribe Theroux. Paul Bowles decía que habíamos alcanzado un nivel de desarrollo técnico que había anulado la posibilidad de viajar, que ya solo podíamos desplazarnos. Sin embargo, este libro de Theroux, tal vez su última gran obra de viajes, demuestra exactamente lo contrario: la literatura del camino es inagotable porque lo son los seres humanos. El mundo es demasiado inmenso para que alguna vez podamos comprenderlo. Por eso seguiremos leyendo a Theroux.

El último tren a la zona verde. Paul Theroux. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia. Alfaguara. Madrid, 2015. 356 páginas. 18,90 euros. (digital, 9,49)

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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