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ficción en cadena

‘Arrepentimiento’ (3): ‘Cara a la pared’

Carlos López (Madrid, 1962), guionista de 'El Príncipe', sigue con este relato 'noir' que se desarrolla en un hospital, donde Rober, un camello de poca monta, se estrena como matón

Ilustración de Eduardo Estrada.
Ilustración de Eduardo Estrada.

Es el primer caso que investiga y no se puede permitir que un detalle revelador escape al relato de los hechos, por eso obliga a que Mario lo repita por cuarta vez consecutiva, sentado en su cama de hospital. El chándal. La gorra. La pistola. La orden de permanecer inmóvil, cara a la pared. Los seis disparos. Ya.

Mario está acojonado. Y no hace falta ser médico para darse cuenta de que eso no es nada bueno en un paciente que ha sufrido un infarto agudo de miocardio hace menos de cuarenta y ocho horas. Mario fuma dos cajetillas diarias de rubio emboquillado, tres cigarrillos por hora. Pero Mario sabe que esa no es la causa del infarto, al menos no la causa directa. En las últimas dos semanas se ha acostado cinco veces con una compañera de oficina, Amelia, a quien deseaba calladamente desde que la vio el primer día de trabajo, va para seis años. Es una relación de polvo cada tres días, cada uno de esos días superó las dos cajetillas por culpa del trasnoche; al llegar a casa se acostó junto a su mujer y combatió el insomnio a base de recalcular una y otra vez la media semanal de polvos, cajetillas y cigarros con esa puta manía de convertir su propia vida en una estadística. Hasta que el corazón desbarató todas las cuentas.

Más información
'Arrepentimiento’ (1) | ‘Nada que hacer'
'Arrepentimiento (2): La mano tiembla'

Su mujer llega hecha un manojo de nervios. ¿Estás bien, cariño? No, no está bien. Y menos cuando se entera por boca de su mujer de lo que cuentan los boletines de radio y nadie hasta ahora le había contado: Alejandro Espinoza, su compañero de habitación, era un tipo peligrosísimo que lideraba una banda de narcos. ¿El de la mascarilla de oxígeno? ¿El que roncaba? ¿De verdad?

Lo dice la radio: Mario ha sido testigo del asesinato.

No, no, eso no es verdad. Él estaba cara a la pared. No ha visto nada. Jamás podría reconocer al chico del chándal negro. ¿O sí? La policía novata le muestra un álbum de fotos, página por página, una colección de tipos mal encarados que miran hacia arriba con gesto de fastidio, tómese su tiempo, ¿quiere verlas otra vez? Mario reconoce al asesino en la primera vuelta, pero emplea dos vueltas más en atreverse a decirlo. Ese es. No hay duda. Roberto Márquez pone que se llama. ¿Ese? ¿Está usted seguro?

Él estaba cara a la pared. No ha visto nada. Jamás podría reconocer al chico del chándal negro. ¿O sí?

Mario está seguro de que Roberto Márquez es el asesino, pero no está nada seguro de que identificarle haya sido una buena idea. Mira a su mujer, que también espera la confirmación. ¿Está usted seguro? Piensa fugazmente en Amelia, el sabor de su piel, su grito ahogado en el momento del máximo placer, cuanto más intenta esquivar su recuerdo más intenso es el grito, el jadeo, el placer, confundidos con los desconchones de la pared y el cartel de la sierra de Cazorla. Lo daría todo por una calada de rubio. Una sola. Ahora. ¿Está usted seguro?

Mario siente un fuerte dolor en el pecho. La policía novata avisa al enfermero, que avisa al camillero, que se lo lleva de inmediato al quirófano. Un segundo antes de salir de la habitación, Mario por fin responde. Sí. Él. Lo mató. Estoy. Se. Guro.

MAÑANA, CAPÍTULO 4: ‘CALIDAD DE VIDA’

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