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CRÍTICAS / LIBROS

Mucho más que policiaca

Justo Navarro ha escrito una novela por encima del género, con una lengua literaria luminosamente viva e imaginativa

J. Ernesto Ayala-Dip

La literatura de Justo Navarro se asienta sobre superficies opacas. Su filosofía compositiva adquiere su sentido crucial en esa manera de mirar la vida, hombres y mujeres, hijos y padres en busca de una explicación definitiva para entender lo ininteligible. Los argumentos novelescos de Navarro no funcionan pa­ralelos a la trama. Los argumentos son la trama. Navarro hasta ahora nunca había escrito una novela de género policiaco, pero sus leyes estaban en todas sus novelas anteriores. Tangenciales. Estaban en la configuración de las atmósferas, en esa indefinición de los personajes que tan bien cuadran en las aún más indefinidas historias que arrastran, desde sus pasados hasta sus presentes. Sus novelas encarnan lo novelesco, lo indagatorio, el enigma familiar, el pasado sospechoso, el presente a veces indecible. Y algo muy importante, el tiempo en sus novelas, como sucede ahora en su nueva obra, es como la presencia fundida de varios tiempos simultáneos (“El tiempo para mí es una visión”, afirmó un día). Ahora ha dado el paso. Las reglas del género policiaco son las que son. Se puede disimular su rigidez, relativizar su suspense, incluso hacer que una escritura tan singular como la de Navarro nos haga olvidar por momentos que estamos en un género, pero al final debe haber un crimen (o varios) y un culpable.

Gran Granada transcurre durante los años sesenta, es decir, una década anterior al tiempo en que sucede El alma del controlador. Y veinte más tarde que La casa del padre (1994). Estamos en Granada, corre 1962. En la ciudad andaluza hubo inundaciones catastróficas y se está en vísperas de una visita de Franco. Un cambio de viraje del régimen hace necesarias algunas defenestraciones políticas. Un gobernador civil por otro y un jefe de policía relegado. Estamos, por tanto, en la superficie. Opacidad programática de un régimen dictatorial. Pero por debajo de esa superficie esmerilada, reprimida e hipócrita se urden crímenes, se chantajea, se medra, se adula y se miente. La novela negra aporta dispositivos eficaces para crear una atmósfera de podredumbre tiránica, de arbitrariedad institucionalizada, de codicia desmedida en las altas esferas del poder. El autor usa en su libro la novela negra a su manera. Descentraliza la figura del investigador y lo suplanta por la letal y corrupta profesionalización de un funcionario al servicio del régimen. La intuición, la búsqueda de alguna verdad en medio de tanta peligrosa deshonestidad, queda en manos de una bibliotecaria y voraz lectora de novelas de misterio.

En Gran Granada, Navarro vuelve a sus temas preferidos: la relación hijo-padre (en esta novela hija, y una frase paradigmática de un personaje: “No me gustan los padres, no quiero ser padre de nadie”), la sinuosidad moral, la fascinación por los obscuros pasados, las líneas de sombra que se ciernen como una maldición sobre la realidad (histórica y personal). Así tenemos un comisario, un oculista (llamado Federico) que tiene que disimular su condición sexual manteniendo un noviazgo con la bibliotecaria, unos crímenes y varias verdades que nunca lo parecen, pero que funcionan muy bien para que todo siga igual. Justo Navarro ha escrito una novela soberbia. Por encima del género que la sostiene. Y lo ha logrado en virtud de una lengua literaria luminosamente viva e imaginativa. Una lengua literaria que lo hace todo. Desde dibujar el perfil de ese ominoso gordo que tanto nos recuerda a los exóticos malignos de Eric Ambler hasta la sobriedad y exactitud descriptiva de Clara, esa bibliotecaria tan llena de vida sin vivir.

Gran Granada. Justo Navarro. Anagrama. Barcelona, 2015. 260 páginas. 17,90 euros.

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