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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Vía muerta

El nuevo programa del Ballet Nacional Español es errático, confuso y personalista como se muestra en 'Alento y Zaguán'

Integrantes del espectáculo "Alento y Zaguán", ahora en el Teatro de la Zarzuela, durante un ensayo.
Integrantes del espectáculo "Alento y Zaguán", ahora en el Teatro de la Zarzuela, durante un ensayo.María Alperi (EFE)

Empezando por el metafórico que provocan los vocablos de los títulos de los estrenos del Ballet Nacional de España [BNE], hay que buscar aliento y refugio después de ver el rumbo que toman las cosas en la compañía titular española. Es como si un desatinado vendaval que va de lo estético hasta lo ético estuviera azotando al conjunto; de lo estético fundamental de la danza raíz a la ética formalista que idealmente rige el canon de la especialidad. Y lo de formalista aquí no es peyorativo, sino todo lo contrario. Puede explicarse desde distintos ángulos: la formalidad es parte de los estilos, sus desinencias y sobre todo, estante patrimonial.

Las líneas de actuación en cuanto artísticas serán siempre responsabilidad primera del director nombrado por el organismo público, en este caso el Inaem, lo que no exime al ente rector de ser parte y de una cierta responsabilidad última en lo que se ve. Una cosa es la independencia en el proceder profesional del artista y otra muy distinta es abandonar al nombrado a los leones de las circunstancias, a sus propias quimeras y al albur de un plan de intenciones que a todas luces no se cumple o simplemente se salta a la torera. El nuevo programa del BNE es errático, confuso y personalista, a mayor gloria de afianzar la personalidad del director. Como parece que la danza española tropieza cien veces con la misma piedra (ya sea verde, ya sea lunar), es como si no se escarmentara ni se tomara nota de la experiencia. Mencionar a Antonio Ruíz Soler o a Pilar López en las notas al programa no es ni siquiera consuelo de tontos. Hay que luchar por la verdad que ellos inculcaron.

Alento y Zaguán

Alento: Antonio Najarro/Fernando Egozcue; Zaguán: Blanca del Rey, La Lupi, Mercedes Ruiz y Marcos Flores/Jesús Torres. Ballet Nacional de España. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Director musical: Joan Albert Amargós. Teatro de La Zarzuela, Madrid. Hasta el 28 de junio.

“Alento” tiene la dinámica efectista de una revista de cabaré o de entretenimiento, sin fondo, con una presentación ampulosa y abigarrada, un trajín de masas abusivo y simplón. En escena hay buenos bailarines. Nadie lo duda, muy preparados y con garra. El problema es verles a través de un material coreográfico que no es bueno ni facilita el lucimiento, el destaque de individualidades de acuerdo a los valores de cada cual, hasta el punto, de que una cierta incomodidad se trasluce en sus caras; están cumpliendo con su deber, funcionan bajo una disciplina que comparten, pero su propio instinto les dice que aran en el mar, que están en una vía muerta.

Ningún despliegue de aparatología tecnológica tapa la falta de solvencia y poso coréutico que acusa Najarro, refugiado en los modestos hallazgos de sus primeras piezas de debutante, su filia coral y su obsesivo tratamiento en forzado canon repetitivo. Lo extemporáneo de ciertas figuras ajenas a la danza española no aporta nada nuevo, no fomenta un nuevo lenguaje, no estiliza lo existente, no deriva hacia una voz propia. Valorar, por ejemplo, la sección cuarta de su pieza (titulada “Acecho”) y catalogada por el público como un homenaje a Michael Jackson, se escapa de los límites de una crítica de danza.

La segunda parte termina de enfriar al espectador. “Zaguán” no cuaja como plato mixto, a pesar de contar con un solo aportado por Blanca del Rey (ya volveremos por el asunto de la agria polémica desatada alrededor de la paternidad de la obra de marras) y bailado con garra y buscando un camino suyo por Esther Jurado, esa ya mítica “Soleá del mantón” que quizás resulta demasiado larga, pero sin dudas es lo más asentado. La escenografía de Emilio Valenzuela es un quiero y no puedo como de fin de curso amateur, muy pobre y el vestuario de Yaiza Pinillos con su profusión de tejidos diversos en peso, textura y matiz provoca un abarrocamiento excesivo todo gratuidad hasta llegar a tapar el baile. Entre los bailarines, destaca el arrojo de José Manuel Benítez, venal y preciso, dando todo en su parte de la Guajira y Milonga ideada por Flores. Notorias las voces de los cantaores invitados Sebastián Cruz y Jesús Corbacho.

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