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CINCO PISTAS SOBRE...

Karl Kraus, políticamente incorrecto

La sátira conducía su demoledora crítica. Cuidó con celo el lenguaje, en el que veía un indicador de los males del mundo

Retrato de Karl Kraus (1925), óleo de Óskar Kokoschka.
Retrato de Karl Kraus (1925), óleo de Óskar Kokoschka.

Karl Kraus (1874-1936) era no sólo lo que hoy se llama “políticamente incorrecto”, sino un verdadero castigador que atacaba cualquier manifestación de incorrección verbal y de hipocresía social.

1. El látigo del aforismo. La sátira era el vehículo de su demoledora crítica, y desde allí disparaba con chispa aforística contra todo tipo de objetivos, desde la novela rosa hasta la reprimida sexualidad de la época.

2. Crítica mediática. Desde la fundación en 1899, su revista Die Fackel (la antorcha) fue la tribuna de una feroz campaña contra “el mejunje de facticidad y tópico” empleado por los medios de comunicación, y pronto Kraus se convierte en azote del periodismo: “No tener una idea y saber expresarla: eso hace al periodista”. En contrapartida era silenciado sistemáticamente por la prensa vienesa que no mencionaba nunca sus multitudinarios recitales. Ya en 1913 acusa a periodistas y directores de periódicos no sólo de haber deslavazado el lenguaje y contribuido a la deshumanización de los lectores, sino directamente de instigar a la guerra. Cómo pudo suceder, qué ambiente se preparó y qué jerga sembró el odio nacionalista se plasma en Los últimos días de la humanidad. Claves para leer esta crucial pieza dramática, para acercarse a la obra de Kraus en general, ofrece ahora Adan Kovacsics en su ensayo narrativo Karl Kraus en los últimos días de la humanidad (Ediciones de la Universidad Diego Portales, 2015).

3. La primicia del lenguaje. El legado del proverbial celo lingüístico de Kraus es un signo distintivo de la literatura austriaca hasta hoy. Para Kraus el lenguaje es el indicador de los males del mundo. De ahí que su afán por propagar un vocabulario rico, musical y el uso correcto del idioma implique las más altas exigencias de lectura, pues hace que el lenguaje de Kraus se cierre “deliberadamente”, como señala Kovacsics. Lo último que pretendía era congraciarse con los lectores modernos que “son para Kraus criaturas del periodismo que los ha educado para admitir sólo el efecto inmediato”.

4. One-man-show. La publicación semanal de Die Fackel, para la que redactaba reseñas literarias, crítica de teatro y música, artículos de opinión y poesía, fue la labor a la que dedicó Kraus su vida. Desde 1911 prescindió de colaboradores y elaboró en un esfuerzo titánico diario hasta 1936 este órgano vivo que sería un referente moral y de buen gusto para generaciones de lectores. Para darle más publicidad, Kraus organizaba regularmente recitales de textos escogidos, donde se revelaba como un verdadero animal escénico y atraía a miles de espectadores.

5. Sidonie o el amor. Que el severo juez de la época, el riguroso formalista y trabajador infatigable era en su cuidadosamente guardada privacidad un amante apasionado sólo se descubrió con la publicación de su correspondencia con Sidonie Nadherny de Borutin, de la que Kovacsics presenta una pequeña selección. La entrega y dulzura que se expresan en estas cartas —cifradas por un complejo código amoroso— aportan otra prueba de la talla humana excepcional del gran Karl Kraus.

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