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Vincent Lindon : “La política tradicional ya no es suficiente”

El actor francés refleja la brutalidad del mercado laboral en ‘La loi du marché’

Álex Vicente
El actor francés Vincent Lindon durante la presentación de 'La loi du marche', película que concursa en la sección oficial de Cannes.
El actor francés Vincent Lindon durante la presentación de 'La loi du marche', película que concursa en la sección oficial de Cannes.Ian Gavan (Getty Images)

En su nueva película, los trabajadores hacen lo que se espera de ellos. Aceptan el sistema sin rechistar. No se rebelan porque no hay revuelta imaginable en el horizonte y no abren la boca por miedo a no tener con qué llenar sus estómagos. Son cómplices, sin quererlo, de un sistema brutal que se aprovecha de su debilidad. En el centro de ese paisaje, aparece Vincent Lindon (Boulogne-Billancourt, 1959), protagonista entre decenas de actores no profesionales de La loi du marché (La ley del mercado), presentada en la sección oficial a concurso del Festival de Cannes. En esta panorámica brutal del mercado laboral, el actor francés interpreta a un hombre en paro, con una esposa y un hijo discapacitado a los que mantener, luchando por encontrar un empleo tras haber superado la fatídica barrera de los cincuenta.

 Ya hace años que Lindon, actor de trayectoria algo errática, ha anclado su carrera en el cine social y comprometido, participando en películas que “tanto podrían figurar en la sección de Cultura como en la de Sociedad”, asegura este hombre de físico monolítico, especializado en papeles de bruto que no han perdido completamente su humanidad. “Gilipollas que logran enmendarse”, dijo una vez. Fiel a la leyenda, en las distancias cortas Lindon se revela amable y brusco a la vez, de maneras corteses pero también cortantes, aunque más receptivo a la pregunta incómoda que a la sencilla. “No me gusta el confort”, reconoce. A lo largo de una hora, el actor elabora sus respuestas librando un concierto de tics nerviosos –el ojo, la boca, el hombro y hasta el brazo; sorprende que en el cine ni se intuyan–, con esa voz rota que ya es marca de fábrica.

“Los seres humanos de todos los países del mundo van a tener que meterse en política

 “La película quiere ser una fotografía, un testimonio de lo que vive hoy la mayor parte de la sociedad”, afirma Lindon. Es decir, la dificultad de conservar su trabajo o de encontrar uno nuevo, pero también la humillación continua que inflige el mercado laboral en tiempos de crisis. ¿Cine político, entonces? “Cuando el cine habla de situaciones contemporáneas, siempre tiene algo de político. No se trata de dar órdenes al espectador ni decirle cómo debe pensar, pero sí de empujarle a hacerse ciertas preguntas”, responde. “¿Qué me ha parecido lo que acabo de ver? ¿Qué puedo hacer para intervenir, si es que puedo hacer algo? ¿Cómo he logrado vivir todo este tiempo sin hacerme esas preguntas? En ese sentido, sí es un filme político”.

El dilema moral de su personaje es inaudible, pero aún así perceptible. Encontrar un trabajo como guardia de seguridad tras meses de viacrucis no pondrá fin a su sufrimiento. Más bien lo contrario: su misión consistirá en denunciar a compañeros que cometen delitos tan graves como robar pequeños bonos de descuento por valor de pocos céntimos de euro. El cineasta Stéphane Brizé, que se estrena en la competición de Cannes y con quien Lindon ya ha rodado tres películas, rueda a su protagonista de espaldas. Pero no cuesta adivinar su rostro descompuesto en esas secuencias de brutal delación, que a veces terminan de manera trágica. “No todo el mundo puede ser valiente. Hay muchos trabajadores que están cogidos, con perdón, por los cojones. Dar un portazo puede estar muy bien, pero no si tienes mujer e hijos y acabas durmiendo en la calle. La película se pregunta si vale la pena dar ese portazo”. Para encontrar respuesta, habrá que esperar hasta el último minuto de metraje.

El sistema descrito por La loi du marché es de una perfidia insoportable, aunque no haya ningún malvado caricaturesco a la vista. El personaje de Lindon se enfrenta a personas que son, en el fondo, iguales que él: pequeños encargados del banco que le niega un préstamo, funcionarios amargados de la oficina del paro, compradores que le regatean con desfachatez al adquirir su casa prefabricada y directores de recursos humanos superados por la situación. Todos colaboran con el sistema, siguiendo el protocolo indicado sin hacerse demasiadas preguntas. “Yo creo que sí se las hacen, pero no pueden actuar de otra manera. Desde arriba se divide para reinar mejor. Contraponen a precarios de la misma condición, que se enfrentan como en la palestra”.

 Marx que los trabajadores alienados eran poco más que “bestias de carga con la conciencia entumecida”. Esos son los seres que describe la película. Lindon no ve síntomas de mejora a su alrededor. “Al revés, la distancia entre precariedad y riqueza no deja de aumentar”, opina. ¿Qué puede hacer la política para enfrentarse a esa deriva? “Nada. A la vista está que no consiguen resolverlo. La política tradicional todavía cuenta, pero ya no es suficiente”, diagnostica. “Habrá que inventar formas anexas de hacer política. Formas subterráneas, en grupúsculo o individuales, a través de pequeñas asambleas y agrupaciones que te permitan hacer política en tu barrio o en tu propio edificio. Lo quieran o no, los seres humanos de todos los países del mundo van a tener que meterse en política”.

El actor no siempre ha mantenido esa distancia prudencial. En 2007, apoyó al candidato centrista a las presidenciales francesas, François Bayrou, mientras que en 2012 se le vio en un mitin de François Hollande (y sentado al lado de Valérie Trierweiler, para más inri). “No tengo ganas de hablar de eso. Confórmese con mi respuesta anterior”, zanja Lindon, sin negociación posible. Una inflexibilidad que sorprende, ya que nunca ha escondido sus opiniones al respecto. Luego aclarará que no le gusta que se hurgue en su pasado. “Se empieza preguntando por Bayrou y se acaba haciéndolo por Carolina de Mónaco”, se excusará. Durante los años noventa, convivió cinco años con la princesa. Al mismo tiempo, saltó a la fama también en el cine, gracias al éxito en Francia de La crisis, comedia social de Coline Serreau que le catapultó a la primera fila, tras haber empezado siendo asistente de vestuario para Alain Resnais, microfonista del gran cómico Coluche e incluso granjero en Texas. Precisamente, en esa película ya interpretaba a un hombre en paro.

 Lindon es hijo de periodistas y procede de una familia burguesa e intelectual, pero lleva años especializado en los papeles de extracción humilde. En los últimos tiempos, ha sido albañil de provincias, profesor de natación y jardinero antisemita (en lo último de Benoît Jacquot, nueva versión del Diario de una camarera que filmó Buñuel). Una vez dijo que era un burgués metido en un cuerpo de obrero. ¿Lo vive como una contradicción? “No. Me educó un padre que se sentía más a gusto con la gente humilde y cercana que con snobs. A mí me pasa lo mismo. Me fascina la manera de hablar y de moverse que tienen esas personas”, responde. Pese a todo, recuerda que en el cine también ha sido “cirujano, empresario, profesor y primer ministro”. “No me haga pasar por lo que no soy. Si me gusta la historia, puedo interpretar a Luis XIV o a un mendigo sin ningún problema. Pero le concedo que tengo una manera de actuar muy terrenal. Por ejemplo, cuando como, como de verdad”, dice Lindon, simulando ser un cromañón que devora a su presa. Sus papeles también una virilidad a la antigua. “Así soy yo, este es mi cuerpo y mi cara. Ni puedo ni quiero escapar a lo que soy”, dice encogiéndose de hombros.

Existen puñados de actores maduros aferrados a los papeles que interpretaron en sus respectivas juventudes, incapaces de aceptar el paso del tiempo. No es el caso de Lindon. Al revés, se diría que se siente más a gusto a los 55 años que con treinta menos. Sobre todo, delante de la cámara: en algunas de sus primeras películas parece casi avergonzado de interpretar al galán romántico. “¡Exacto!”, se entusiasma, al fin. “Eso era exactamente lo que me sucedía. No me aceptaba en absoluto a mí mismo, mientras que ahora me siento muy a gusto, en la vida como en el trabajo. Está bien que envejecer te dé alguna virtud y no solo defectos”, asegura.

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Sobre la firma

Álex Vicente
Es periodista cultural. Forma parte del equipo de Babelia desde 2020.

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