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Simplemente: África

Las voces emergentes como Mengestu triunfan cuando se adaptan a los cánones de la escritura estadounidenses. Pese a momentos simplistas, es una novela estremecedora

Patricio Pron
Disturbios en Baltimore.
Disturbios en Baltimore.REUTERS

“Toda revolución sólo deja tras de sí el limo de una nueva burocracia”, escribió Franz Kafka; pero Isaac y su amigo D. saben esto sin necesidad de haberlo leído. Ambos estudian, o fingen hacerlo, en la Universidad de Kampala, en Uganda; el país se ha independizado recientemente y ya es gobernado por una dictadura militar pretendidamente socialista que instaura la represión en la capital y vigila cada paso. Ni siquiera la disidencia más aparentemente inocua (señalar a los ricos del campus, entrar en una cafetería a la que sólo concurren los cachorros de la “nueva burocracia”, repartir octavillas satíricas) pasa inadvertida, y los juegos inocentes de Isaac y de su amigo, a los que une el rencor de clase y la mutua lealtad, pronto se vuelven, inevitablemente, más serios. Tiempo después, Isaac está en una pequeña localidad en Estados Unidos y entabla una relación con Helen, una asistente social; pero los prejuicios de una sociedad en la que la segregación racial persiste, y el misterio que rodea a Isaac y a su pasado (“No había mes ni fecha de nacimiento, sólo un año. El lugar de nacimiento figuraba simplemente como África, sin país ni ciudad”), impiden cualquier atisbo de normalidad entre ellos. A caballo entre África y Estados Unidos, Isaac (“un hombre a quien nadie habría dado su aprobación”) y Helen se alternan para narrar el aprendizaje de la decepción política y amorosa, pero también de algo parecido a la creación de “normas, giros y axiomas nuevos por los que regirnos”.

La nueva novela de Dinaw Mengestu (Adis Abeba, 1978) pertenece a una serie de obras de autores africanos (Chimamanda Ngozi Adichie, NoViolet Bulawayo, Teju Cole, Chika Unigwe, Binyavanga Wainaina, Taiye Selasi: la iniciativa Africa39 del Hay Festival de Port Harcourt de 2014 permite ampliar esta lista) cuyo principal interés radica de momento en la constatación de que la incorporación de la literatura de los “países emergentes” a la escena internacional sólo tiene lugar de la forma en que ésta lo determina. Sus condiciones (aceptadas en su momento por los autores del boom latinoamericano y respetadas aún por sus epígonos más comerciales) son muchas, y casi todas están presentes en este libro: la adhesión a un estilo middlebrow que sin embargo es comercializado como highbrow, es decir, como literatura de calidad (y del que la crítica estadounidense Michiko Kakutani es suma sacerdotisa tanto como mejor ejemplo); la asimilación de las principales técnicas de talleres de escritura universitarios estadounidenses; una visión romántica del mundo que no excluye una presentación compleja de los sentimientos; un final feliz, y especialmente, la satisfacción de la demanda tácita de que los libros deben “explicarnos” el mundo y, más específicamente, el sitio del cual provienen sus autores.

En Todos nuestros nombres hay pasajes de gran simplismo político (la atribución de todos los males de África a los europeos, o la convicción subyacente de que habría una violencia “de abajo” más legítima desde el punto de vista político que la “de arriba”, por ejemplo), una cierta abundancia de “color local” y la relación amorosa que parecen imprescindibles para la circulación internacional de una obra de autor africano. A pesar de todo ello, y pese a la predictibilidad de casi todo lo que se cuenta aquí, incluso su final, el de Mengestu es un magnífico libro, que señala a su autor (posiblemente junto con Teju Cole) como el mejor narrador de la serie antes mencionada. Todos nuestros nombres es evocadora, sutil, emocionante y particularmente estremecedora allí donde se narra la guerra. No es una revolución literaria, pero ya se sabe lo que sucede con las revoluciones, sus víctimas y victimarios. “Ten piedad de todos ellos”, pide el narrador en un pasaje del libro.

Todos nuestros nombres. Dinaw Mengestu. Traducción de Eduardo Iriarte. Lumen. Barcelona, 2015. 298 páginas. 19,90 euros

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