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Aduriz y Lopo las cazan al vuelo

El Athletic se suicida en el último segundo y el Dépor sueña con la resurrección

Herrerín, portero del Athletic, lamenta del gol encajado en el minuto 93.
Herrerín, portero del Athletic, lamenta del gol encajado en el minuto 93.LUIS TEJIDO (EFE)

Había un desierto de arena —que decía la copla en su redundancia— entre Athletic y Deportivo (19 puntos); había objetivos tan dispares que parecían disparos de sal, para el Deportivo, o de azúcar, para el Athletic, Había maneras de vivir, es decir, disfrutar de una posible Europa rojiblanca o sobrevivir en una posible España de Primera División. Había vidas paralelas entre Athletic y Deportivo cuando apenas quedan días para subirse al autobús del campeonato. Y tratándose de paralelas y de hacer sangre, hay un vampiro especialista, un cazador noctámbulo, que está a la que salta, que las caza al vuelo, como los pajarillos se comen las moscas, simplemente abriendo la boca y esperando el viento sur. Se apellida Aduriz y merodea por los ventanales del área, como quien busca el calor del gol. Andaba taciturno por los aledaños del área, peleando cada mosca que le llegaba envenenada hasta que el árbitro pitó falta, indudable, indiscutible. La puso Beñat, la cabeceó paralela Laporte y apareció el depredador, sin tiempo para relamerse pero sí para elegir la manera de hincarle el diente: otro cabezazo, violento, colocado, inapelable. El cabezazo de un cabeceador, de un cabezón, del alumno persistente, del repetidor del gol.

Athletic, 1-Deportivo, 1

Athletic: Herrerín; De Marcos,Etxeita, Laporte, Balenziaga; San José, Beñat (Unai López, m. 71); Mikel Rico (Iturraspe,m. 87), Viguera (Susaeta, m. 45), Williams; y Aduriz. No utilizados: Iraizoz, Toquero, Kike Sola y Gurpegui.

Deportivo: Fabricio; Laure, Lopo, Sidnei, Manuel Pablo (Salomao, m. 63); Juanfran (Hélder, m. 70), Borges, Bergantiños, ,Luisinho; Lucas Pérez; y Oriol Riera (Cavaleiro, m. 70). No utilizados: Lux, Insúa, Mendunjanin y Toché.

Goles: 1-0. M. 13. Aduriz. 1-1. m. 93. Lopo.

Árbitro: Gil Manzano. Amonestó a Aduriz, Laporte, Hélder, Lucas, San José y Borges.

Unos 40.000 espectadores en San Mamés.

Y el Athletic no había hecho nada hasta entonces. Y el Deportivo menos. Y el árbitro ni estaba (luego estuvo). Para jugarse la vida el Deportivo como se la jugaba, sangraba poco la herida. Vale que jugara con dos arriba (Riera y Lucas) pero era cirugía estética y no de la buena, sino un tanto suburbial, Bergantiños y Borges ni empujaban ni paraban. O sea, que tocaba sufrir. El gol de Aduriz, que anunciaba la agonía, le dio la vida. El Athletic, con un medio campo propio de la revolución industrial, comenzó a sufrir, a intuir el balón sin verlo, a confiarlo todo a Beñat y a su poderío defensivo olvidándose del que caza las palomas si se las ponen a tiro.

Ahí aparecieron Bergantiños, y Borges y Lucas. O sea apareció el Dépor, con las uñas cortadas más que afiladas, con la mirada traviesa más que aviesa. Y en una travesura, al borde del descanso, Luisinho, a la espalda de la defensa cazó el gol pero el árbitro vio un empujón donde era difícil verlo, incluso adivinarlo, y anuló el empate. No era justo, pero la justicia no la inventó precisamente el fútbol. El Depor comenzó a sangrar como exigía la batalla y el Athletic a sufrir, como exigía su impotencia. Sabido es que hoy por hoy el Athletic no tiene bandas con Muniain e Ibai Gómez lesionados y Susaeta lejos de ser quien es. O sea que Valverde ha activado la brigada móvil: tres delanteros centro que se mueven con autonomía en la fiscalidad del área. Les protegen mediocentros que hacen de municipales en pleno atasco... y que corra Williams como si huyera de los ladrones.

El partido se convirtió

El partido se convirtió en un ejercicio de impotencia rojiblanca y de impericia blanquiazul. El público se rompió las manos con una carrera a lo Usain Bolt de Iñaki Williams dejando un reguero de víctimas a su espalda. Acabó en nada, pero había poco que ver y los ejercicios supinos se agradecen. Era un Athletic conservador, o sea, extraño, frente a un Deportivo penitente. Olvidado el Athletic de sus gladiadores, de sus cuchilleros si se prefiere, aún así apareció Aduriz, una vez, una sola para rematar escorado con todas sus malas intenciones, exigiendo que Fabricio pusiera el brazo y enviara el balón al larguero.

Y el partido volvió a su ser. Al dominio del Deportivo, tímido, extraño. Y el reloj se acerca al final del período de prolongación, o sea el ir y venir de una ciudad en lunes. Pero sucede que el balón se va al área y aparece Lopo, un central, desesperado, penando vaya usted a saber qué y caza un remate inapelable. ¿Y que sucede después? Que el árbitro pita el final del partido. Fue el premio a la desesperación y el castigo a la impericia para gestionar un resultado. O sea, un acto de justicia. O sea, que Aduriz y Lopo las cazaron al vuelo. Lo que había. No había más.

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