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COPPOLA, PREMIO PRINCESA DE ASTURIAS DE LAS ARTES
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Quién no ama ‘El Padrino’?

Las últimas películas de Coppola no están a la altura de su genio Obras maestras como ‘Apocalypse Now’ le acreditaron hace tiempo como una leyenda

El director Francis Ford Coppola, en 2007, en Roma.
El director Francis Ford Coppola, en 2007, en Roma.Adolfo Franzo

Francis Ford Coppola (no deliremos, no nos pongamos líricos, lo de Ford se lo pusieron sus padres en homenaje al millonario fundador de la marca automovilística y no previendo que su criatura, a la que imaginas barbuda y voluminosa desde su nacimiento, crearía películas tan imperdurables y hermosas como las de un tal Sean Aloysius O’Fearna, alias John Ford) fue considerado prematuramente como un niño prodigio de Hollywood, destinado a poseer un trono en el sol. Lo de prematuramente es mi opinión, pero no pretende ser caprichosa ni injusta. De acuerdo, Coppola tiene 23 años cuando rueda la embarullada y experimental Dementia 13, y pocos más cuando dirige la solo simpática Ya eres un gran chico, el lujoso musical El valle del arcoiris (no es mi género, no capto sus esencias, no entiendo, lo único que me fascina en los musicales es ver bailar a Fred Astaire, las inolvidables piernas de Cyd Charisse, y, cómo no, Cantando bajo la lluvia) y reconozco una atmósfera inquietante a ratos en su roadmovie Llueve sobre mi corazón (así tradujeron imperdonablemente en España Rain people, o sea Gente de lluvia, el título más bello, aromático, poético y triste para mi enfermizo gusto que ha recibido una película), pero esta curiosa filmografía no ofrecía evidencias incontestables para asegurar que entre 1972 y 1974 este director crearía dos inmarchitables obras de arte tituladas El Padrino y El Padrino. Parte II.Ya sé que 18 años más tarde, e imagino que su economía recibió una oferta que no podía rechazar, nos ofreció el ocaso sin retorno de Michael Corleone, y que estaba bien narrado (las secuencias finales en la ópera de Palermo son memorables) pero palidece al lado de sus geniales antecesoras, a las que copia excesivamente, con sensación de encargo y de fatiga.

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Y admites que tu bula será eterna después de haber logrado lo inmejorable, dos obras maestras que están más allá del elogio, puedes haber disfrutado docenas de veces a lo largo del tiempo y que te siguen provocando idéntica admiración, sensaciones muy poderosas, el retrato más profundo, complejo y opiáceo de la toma del poder y las trágicas renuncias que le pueden acompañar, la defensa de la familia como supremo motor vital y su progresiva descomposición, la violencia institucionalizada como lógica continuación de los grandes negocios, el innegociable ritual de la venganza, pero a precio trágico cuando debes ejercerla contra tu propio hermano o los amigos de siempre, la complicidad de intereses entre la política, el crimen organizado y las grandes corporaciones, la forzada emigración al Nuevo Mundo y la falta de escrúpulos para sobrevivir o triunfar en él, las zonas de luz y de sombra de la condición humana, la fidelidad a principios tan ancestrales como bárbaros. Hay todo tipo de sentimientos en la crónica sobre la familia Corleone y están descritos con un lenguaje magistral. Sus personajes, sus contradicciones, lo que sabemos de ellos y lo que nos sugieren, la violencia física y mental, las situaciones intimistas y las de acción, los diálogos, los rituales costumbristas, las interpretaciones (tanto las estelares como las de reparto) se han convertido en algo justificadamente mitológico, en referencia inagotable y con causa para los espectadores de cualquier época y de cualquier parte.

Después de esta saga en estado de gracia, sería más que problemático volver a alcanzar semejante calidad. Al hacerse rico y haber tocado el cielo con su genio, Coppola podía haber dedicado el resto de su existencia a la contemplación o a beberse sus exquisitos viñedos. No lo hizo. Su adicción a crear cine, como autor y produciendo a los demás, era a perpetuidad. Y sufrió naufragios, se embarcó en sueños que acabaron convirtiéndose en pesadillas, se arruinó y resucitó, se equivocó y expió la penitencia. Dirigió películas tan ambiciosas como olvidables. Casi siempre con momentos aislados que revelaban su excepcional talento, su personalidad proteica. Experimentó con el lenguaje y las nuevas tecnologías (el hombre que fue bendecido por el clasicismo en sus padrinos), decepcionó a muchos de sus espectadores incondicionales. Y mejor olvidar piadosamente la obra que ha realizado en el siglo XXI. Conviene proteger con mimo el viejo recuerdo de tantos esplendores en la hierba.

Su adicción a crear cine, como autor y productor, es a perpetuidad

Y también existen películas fascinantes en la obra de Coppola a partir de sus tragedias mafiosas. Es imposible olvidarte de Gene Hackman en La conversación, aquel retrato tortuoso de aquel solitario patético que se gana la vida espiando al prójimo, vendiendo sus secretos más íntimos hasta que desencadena el horror y él se desmorona por dentro y por fuera, paranoico con causa, tocando el saxo mientras que su cerebro enloquece. Y Apocalypse now es más que una de las mejores películas sobre la guerra, es el temible colocón que provoca viajar al corazón de las tinieblas, sabiendo que puede no haber retorno, que el vértigo, la fiebre y la desesperación de Kurtz es contagioso no solo para los que le rodean o pretenden matarle sino también para el hipnotizado espectador. ¿Y cómo olvidar en La ley de la calle al legendario El chico de la moto y su espera desolada y resignada del final, vagando como un fantasma por un mundo que ya no es el suyo? Puede haber desacuerdos en la cinefilia sobre las grandezas y las miserias de Coppola. Pero hay que ser ciegos o necios para no amar su prodigiosa saga sobre los Corleone.

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