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COPPOLA, PREMIO PRINCESA DE ASTURIAS DE LAS ARTES
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un hombre y su sueño

Javier Ocaña
Francis Ford Coppola firma autógrafos.
Francis Ford Coppola firma autógrafos.CAROLINE BLUMBERG (EFE)

Vivir el cine como una batalla. Con la pasión y el compromiso del que está librando algo más importante que la composición de una obra de arte. Algo que quizá se parezca mucho a la emoción. Así es Francis Ford Coppola (Detroit, 1939), galardonado hoy con el premio Príncipe de Asturias de las Artes.

Cuando se estrenó Apocalypse now en el Festival de Cannes de 1979, en la rueda de prensa de presentación, Coppola dijo: "Esto no es una película sobre la guerra de Vietnam. Esto es Vietnam". Una declaración de intenciones que podría valer para definir su cine, su carrera. Forjado en la escuela de directores de Roger Corman, donde bien se podía empezar con una película de terror, y donde siempre había que economizar en dinero pero nunca en ilusiones, Coppola debutó en el largometraje en 1963 con Dementia 13. A partir de ahí, primero como realizador de productos muy anclados en la cultura generacional y popular, como Ya eres un gran chico (1966), y luego como escritor para grandes productoras (ganó el Oscar al mejor guión original por Patton, en 1971), Coppola forjó una sensacional carrera donde , además de Apocalypse now, hay un hito mayúsculo: la saga de El padrino. Una cumbre que incluso pudo quedar en el vacío si hubieran llegado a despedirlo de Paramount cuando estaba en plena realización de la primera parte, cuando los ejecutivos aún no las tenía todas consigo respecto de aquel barbudo. Sin embargo, hubo paciencia y el artista fue legando una obra monumental, puede que lo más parecido a Shakespeare que se haya creado en un arte del siglo XX, alrededor de buena parte de los grandes temas del ser humano: la familia, la violencia, el poder, la sangre, el destino, el orgullo, el arraigo.

Con una filmografía sudada a fuerza de tripas y corazón, y el sueño fallido de cambiar desde abajo, desde el sistema de producción, el arte del cine con su empresa, American Zoetrope, Coppola ha logrado componer un magma de historias absolutamente personal, donde se acumulan películas sensacionales en todos los aspectos, Llueve sobre mi corazón (1969), La conversación (1974), Corazonada (1981), Drácula de Bram Stoker (1992); productos de encargo realizados con el saber del genio, y pocas, muy pocas obras para el olvido.

En esta última época intentó, sin suerte, volver a sus orígenes, a los productos más personales y arriesgados, a obras pequeñas que, a pesar de su relumbrón, no tuvieron la repercusión que hubiese deseado: El hombre sin edad (2007), Tetro (2009), Twixt (2011). Historias vividas, de nuevo, con la pasión que contenía otra de sus mejores obras, con tintes autobiográficos: Tucker, un hombre y su sueño, de 1988, la historia de un hombre que anteponía sus emociones internas al cálculo y a la calma. Así es el arte, así es el cine, así es Coppola.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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