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El arte es la guerra por otros medios

Partiendo del famoso ballet de Stravinski, 'La consagración de la primavera' plantea un fascinante recorrido por la trastienda cultural de la primera contienda mundial

Pintura parte de la escenografía del ballet  ‘La consagración de la primavera’, de Straviski.
Pintura parte de la escenografía del ballet ‘La consagración de la primavera’, de Straviski.Album

Con pluma suelta, desprejuiciada intuición y una rara habilidad para relacionar asuntos muy diversos y sugerir, despertando preguntas en el lector, Modris Eksteins (Letonia, 1943) se aproxima al acontecimiento que sirvió de doloroso parto de los tiempos modernos. La consagración de la primavera es una obra brillante y original en la que la Gran Guerra es contemplada más desde fuera del frente que desde el horror fascinante de las trincheras y la locura de las cancillerías. Dejando de lado Sarajevo, el autor nos señala los ballets rusos, así como el “desequilibrio espiritual” y el “nihilismo” que traía la obra escandalosa de Stravinski, como caldos de cultivo de la debacle que cambiaría tantas cosas en el mundo. La violenta primavera rusa le había inspirado al músico esa danza de iniciación y muerte que pensó titular “La víctima”. Una premonición artística que surgía de respirar el aire que circulaba en Europa hacia 1913.

Con la música nueva que convulsiona París, entramos en el meollo del espíritu germano que convocó la voz multitudinaria de lucha en Berlín. Es julio de 1914 y en pocas horas crece un imparable entusiasmo belicista basado en la fantasía teutónica de la salvación moral del mundo. Mientras Kafka se va a nadar y Canetti percibe los “llantos de algo recién nacido” en los golpes en las ventanas, eclosiona lo que se había estado preparando durante años: una explosiva mezcla de eficiencia técnica, excelencia artística y delirio trascendente. Eksteins compara el choque de la cultura anglo-francesa con la germana.

El liberalismo y la igualdad no eran más que engaño y esclavitud para un pueblo en búsqueda de identidad y el lugar preeminente que correspondía a su increíble fuerza. Hermann Hesse describió al enemigo como el centinela de “una blandengue paz capitalista”. Mientras para los alemanes, “aquélla era una guerra para cambiar el mundo; para los ingleses era una guerra a fin de conservarlo”. Vanguardia, ímpetu científico y técnico y modernidad se enfrentaban a la tradición, el dominio secular y el espíritu de equipo que se aferra a las reglas del juego como principio indiscutible.

Eksteins estructura el libro en tres actos. Dedica el primero a los fermentos culturales de la época, y el segundo a los ritos de la guerra, sus absurdos y perversiones, sus repentinas iluminaciones, como la extraña Navidad de 1914 en el frente. En el último aborda la posguerra y las revisiones de la contienda echando mano del aviador Lindberg y del novelista Remarque, y deja caer al final la idea un tanto herética de que el nazismo fue “una variante popular de muchos de los impulsos de la vanguardia” y Hitler el “artista” encargado de hacer terrible realidad el mito wagneriano. Los hallazgos de Eksteins merecen una atenta lectura, que además es amena, pues el autor tiene una prosa ágil y flexible, muy adecuada a la libre asociación de ideas que despliega. Es cierto que deja de lado figuras que podrían haber dado juego, como Karl Kraus o Robert Graves, pero el “asunto” que tiene entre manos es infinito.

Aquella guerra fue muchas cosas y él las saca a la luz escarbando en el barro de Flandes y leyendo viejas cartas con manchas de té. La guerra como decimonónico deber ineludible, fair play y un trabajo que cumplir. La guerra como manifestación de amor al hogar y a la familia librada por las clases medias, al decir de Scott Fiztgerald acerca de la batalla del Somme. Incluso la carnicería como arte, que lleva al dadaísta Hugo Ball a exclamar “la guerra es nuestro burdel”. Y la guerra como erupción, revulsivo y amargo despertar de una sociedad aburrida, inquieta, que esperaba más y no sabía qué. Así lo dijo Ernst Jünger: “Una gran idea cuyo brillo se apodera de la noche y la sangre”.

La consagración de la primavera. Modris Eksteins. Traducción de Fernando G. Corugedo. Pre-Textos. Valencia, 2015. 426 páginas. 35 euros.

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