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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Descarte

David Trueba

El abandono de Juan Carlos Monedero de la disciplina de partido ha provocado una reacción exultante en los rivales de Podemos. Pero su abandono puede convertirse en una ventaja más que en un inconveniente. Más si lo contrastamos con las dificultades del PP para justificar a un alto cargo al que grabaron contando billetes de una mordida. Incorporarse a la política y salir indemne es una fantasía que delata ingenuidad. El caso Monedero se podía haber transformado en el caso Montoro de haber tenido el joven partido la fuerza de su rival en el Gobierno. Pero no era así, y la sospecha de que el pago por unos estudios económicos estaba sobrevalorado le dañaba más que los infundios que denuncia. De ser un infundio estaba bien fundado, como reconoce su dimisión. Para quienes sostenían que la televisión era el nuevo Parlamento pervive la advertencia de que la televisión crea su propia realidad, desmesurada, caprichosa y ficticia, y que someterse a ella es someterse al descontrol de la química-espectáculo.

En su carta abierta de dimisión a Pablo Iglesias, que leemos como corintios expectantes, Monedero, cuyo apellido ya dejaba presagiar que el punto débil le atraparía por la contabilidad, escribe algo sobre lo que merece la pena detenerse a repensar: “Recupero una voz que sólo me representa a mí mismo. Que no compromete sino a quien esté de acuerdo con mis errores y con mis aciertos, y que le quita a los que viven del infundio la posibilidad de achacar a nadie que no sea yo mismo mis opiniones”. Expresa el daño que causaba al partido y el deseo de recuperar la individualidad y, con ella, la libertad.

Ese partido de Yo Mismo ya no se expondrá a las dificultades de cualquier organización colectiva para atraer votos. Los personalismos excesivos perjudican a los partidos en el largo plazo. Pero quizá es también preocupante, en lo individual, pensar que los demás han de estar de acuerdo con tus errores y tus aciertos. Lo mejor de tus errores es que te sean señalados con toda claridad, precisamente para diferenciarlos de tus aciertos, y ahí es donde el edificio personal demuestra si los cimientos son sólidos para aguantar la riada crítica o exigen tan solo fidelidades ciegas.

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