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Vidas en precario

'Vente a casa' reúne una decena de cuentos de Jordi Nopca, protagonizados por una generación que carece de amarres para sentirse protegida o reprimida

Una pareja observa Barcelona desde una antigua batería antiaérea de la Guerra Civil.
Una pareja observa Barcelona desde una antigua batería antiaérea de la Guerra Civil.David Ramos

Jordi Nopca (Barcelona, 1983) publica Vente a casa en castellano y catalán (Puja a casa; L’Altra Editorial), relatos con los que consiguió el Premio Documenta 2014. Nopca es periodista y debutó en 2012 con la novela El Talent (La Breu Edicions). Vente a casa es una decena de cuentos a los que el lector no le costará ubicar en un determinado momento temporal, generacional y local (la crisis, treinta y tantos y Barcelona o cualquier urbe similar). Pero sería injusto ir colocando etiquetas en los trajes que nos ofrece su autor porque éstos también pueden adaptarse a diferentes tallas y colores.

Nopca se inserta de forma natural en la vigorosa tradición de narradores en lengua catalana de distancias cortas, urbanas y de trazo irónico y/o farsesco. Narradores excelentes desde los ochenta hasta la actualidad. Escritores como Quim Monzó, Sergi Pàmies, Empar Moliner, Jordi Puntí o Vicenç Pagès, o, en otra frecuencia también recogida en Vente a casa, autores en castellano como el también catalán Enrique Vila-Matas o el aragonés Javier Tomeo.

Uno de los valores de este libro es el desacomplejado enfoque que hace su autor sobre un momento preciso —algo va a cambiar en la vida de los personajes—, sin que en realidad importe dónde y cuándo pondrá el off la Cámara Nopca. Su prosa elástica y la seguridad en su escritura —a veces, muy pocas, cayendo en una cierta autocomplacencia como en el relato titulado ‘Un hombre con futuro’— crean el efecto de escritura/lectura casi a la altura de los ojos, entre iguales, cómplices autor y lector de referencias y mutua autocrítica sociológica. Otro de los valores es la elección del orden de los cuentos. Los primeros se nutren de la savia de una ironía no exenta de corrosión con la que se escriben las vidas cotidianas de sus personajes y sus neurosis urbanitas (las nuestras, las del autor confeso), siempre con un trazo burlón pero tierno en el dibujo de sus criaturas. Los cuentos poco a poco van escorándose hasta la farsa, el absurdo, el monstruo —de ahí las señas de Javier Tomeo que uno ha creído ver—, desde ‘Navaja suiza’ hasta el final del libro.

Todos los cuentos de Vente a casa se insertan en una serie de personajes y vivencias que flotan sobre una superficie tan calma como inquietante. Los protagonistas de los cuentos —casi siempre parejas por hacer, hechas o deshaciéndose— son una suerte de náufragos en balsas de madera. Perdidos, sin referentes visuales, sin anclajes ni brújula, sin ninguna esperanza en tropezarse con puertos a la vista. No importa que el océano aparezca en aquel momento en calma. Los protagonistas de Vente a casa saben que los víveres —amor, paciencia, dinero, trabajo, familia— menguan y bajo las aguas azules y quietas acecha lo imprevisto, el destino inexorable. Cuentos sobre el miedo al otro, al futuro en la misma medida que al presente, al fracaso, al cambio, a que descubran cómo es uno mismo. Nopca sugiere el drama aceptado de una generación que el devenir económico e histórico ha enseñado que somos miembros prescindibles, homologables, en cualquier momento reemplazables para un organismo que no nos tiene ni en cuenta. Trabajos precarios. Relaciones precarias. Viviendas y estilos de vida precarios. Una generación que a falta de amarres en los que sentirse protegido o reprimido, contra los que posicionarse al ataque o a la contra, solo le cabe asumir, someterse y aceptar que nada es por mucho tiempo ni nosotros apenas relevantes. Que uno solo acaba por tener como propio y reconocible sus taras, sus neurosis, sus desengaños, sus fetiches. Puntos de fuga a veces escatológicos —parte de nuestro particular sentido del humor catalán—, obsesivo o perverso como fallas en nuestro sistema replicante, excentricidades que paradójicamente es lo que aún nos identifica como distintos al menos para nosotros mismos.

Todo eso transita por Vente a casa. Jordi Nopca sabe hacer andar una historia controlando las medidas de lo inocente y lo perverso, lo nimio y lo profundo. El libro no genera la sensación —como a veces sucede con el agrupamiento de relatos— de cajón de sastre o variaciones sobre el mismo tema porque existe un esquema de libertad condicional dada a argumentos y personajes. En ocasiones, el autor disfruta del juego y de sorprenderse a sí mismo. La cuestión es que mientras en los primeros cuentos: ‘No te vayas’, ‘Anillo de compromiso’, ‘La pantera de Oklahoma’ o el excelente ‘Àngels Quintana y Félix Palme tienen problemas’, el equilibrio entre el trato misericorde del autor con sus criaturas, con su mala suerte en el momento menos oportuno y como esto es narrado funciona, la opción de deriva hacia la farsa y lo absurdo/monstruoso no se comporta igual. Lo hace en ‘Navaja suiza’, pero en los restantes hasta el final esa libertad concedida a los cuentos hace que terminen en exabrupto, con una crueldad un tanto arrogante de su autor no con el lector, sino con lo narrado. No se trata en absoluto de cerrarlo en redondo, sorpresa final —que a veces es torpe, predecible o cliché— o en una cadencia musicada, sino que ‘Las vecinas’ o ‘Velas y túnicas’ se merecían otro cierre del mismo valor literario que el resto del cuento. Como si el dial de la farsa no estuviera tan bien sintonizado como el de la ironía, la ternura y esa cámara de rayos X del desamparo cotidiano exhibidos en los primeros relatos.

Vente a casa. Jordi Nopca. Libros del Asteroide. Barcelona, 2015. 225 páginas. 16,95 euros.

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