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LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

El secreto mejor guardado de Houellebecq se llama Inez

Tras la comparecencia del escritor en Barcelona, allí se presentó su novia Dentro de este autor feroz, dormía un romántico

Jesús Ruiz Mantilla
Michel Houellebecq, hoy en Barcelona.
Michel Houellebecq, hoy en Barcelona. ALBERT GARCÍA

“¿Vamos a ver a su novia?”, me incitó Xavi Ayén, colega de La Vanguardia. ¿Su novia? ¿La de Michel Houellebecq? ¿Campeón de masculinidades descarnadas dignas de un marqués de Sade lúcido, crudo, posmoderno? ¿El hombre que ha analizado las contradicciones de la sociedad occidental a través del turismo sexual en su deslumbrante Plataforma? ¿El mismo que clama a través de sus personajes adictos al porno contra lo que asegura es el deporte nacional de la Francia contemporánea: la hipocresía? ¿Michel Houellebecq tiene novia…?

Se supone que esta iba a ser una crónica entre literaria y policial sobre la llegada a Barcelona –entre amplias medidas de seguridad- del látigo nihilista amenazado de muerte por islamistas radicales que lo consideran el demonio. Sobre cómo nos citaron desde la editorial Anagrama un día antes para que nos dirigiéramos finalmente al Instituto Francés, donde, si acaso, nos registrarían, nos obligarían a identificarnos a la entrada y después accederíamos, bajo la amable pero siempre suspicaz mirada de sus guardaespaldas, a preguntar a este fenómeno controvertido de las letras europeas: el mismo que puso patas arriba a la opinión pública, con la carga del atentado a Charlie Hebdo por medio, nada más presentar en Francia su nueva novela, Sumisión.

En ella, un profesor universitario de vuelta de todo menos del menú diario, el sushi a domicilio, el queso o el foie gras y las dos botellas de vino que descorcha en cada comida, asiste medio atónito a la caída de la République a manos de un partido musulmán con un líder amamantado por los socialdemócratas y espoleado por el fascismo identitario, llamado Mohammed Ben Abbes. No se apuren, no es para ahora. Sarkozy, en su retorno de superhéroe con alzas y Manuel Valls, en su socialismo liberal de macho alfa, pueden estar tranquilos. Marine Le Pen, con su sonrisa zorrupia y su padre pitbul devora inmigrantes, también. El pronóstico de Houellebecq es para 2022. Todos ellos aparecen como tales en la novela. Todos ellos son culpables para el autor.

Se supone, digo, que esta iba a ser una crónica en la que luciera su verborrea corrosiva: “Los economistas no deberían existir en absoluto, son unos charlatanes”. La de siempre, aunque ahora atemperada con un giro benévolo hacia los católicos: “Pensábamos que habían desaparecido, pero siguen existiendo y en Francia han llevado a cabo un cambio muy profundo. Estaban ahí, callados, reproduciéndose, y ahora sus hijos, educados en esos valores, van organizándose…". Tampoco le asusta tanto la profecía: “No veo un partido islámico, están muy divididos. Pero un presidente musulmán sería factible. Y bueno”, aseguró.

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Que le escucharíamos bramar contra su propia familia: “Mi madre fue cuatro años musulmana y la última vez que hablamos de religión se había convertido en cristiana ortodoxa, es el caso más evidente de zapping espiritual que conozco”. También contra Francia: “Somos raros los franceses, contradictorios, tan pronto nos deprimimos como nos reproducimos más que cualquier otro país de Europa”. O: “Siempre hemos sido desertores, eso es cierto”.

Pero hete aquí, que nos pasaremos al género rosa, aunque sólo sea uno o dos párrafos. Para contarles que una vez concluida la comparecencia y el posado ante cámaras y fotógrafos digno de su condición de “primera star literaria francesa desde Sartre”, en opinión de Le Nouvel Observateur, allí se presentó Inez. Sí, Inez, su novia. La novia de Houellebecq. En el fondo, dentro de este escritor feroz, dormía un romántico que si bien coquetea con la realidad ficción, desaparece del mapa –nunca se sabrá si a propósito o no-, torea a los medios y se ríe de todo quisqui, ha dulcificado su desaliñado aspecto, ha impartido una cátedra de amabilidad ante los periodistas y ha aparecido sonriente con su reciente amor por las calles de Barcelona.

Inez, me comentó ella misma, admiró antes que nada su poesía: “Pero me fascina toda su obra”. Según Herralde, el editor del francés, es muy leída. Controla a la perfección a sus ‘parteners’ generacionales y a los mayores que él. No sabemos si J. M. G. Le Clézio se encuentra entre sus preferencias tras la diatriba que mantiene con su pareja, a quien acusa de haber escrito 'Sumisión' para fomentar el odio. Le debe dar igual, al menos a Houellebecq, que aseguraba ayer no haber leído nunca a su compatriota. A quien sí lee Inez es al más reciente Nobel, Patrick Modiano, a Jean Echenoz y a Emmanuel Carrère.

Vestía de negro a juego con su media melena, parece haber superado hace poco la treintena sin arrugas marcadas, ni rastro de sombría tendencia al tormento –esa que a menudo muestra el escritor- en la tez. Llevaba maquillaje de rostro pálido y un rojo carmín muy marcado en los labios. Esperaba al autor para salir a comer y se perdieron –con su guardaespaldas- Rambla de Catalunya abajo.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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