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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cine silenciado

El mudo pervive en un silencio que parecería irónico si no fuera despreciativo y empobrecedor

David Trueba

El éxito de la película muda The Artist no ha traído una revisión de aquellos inicios del cine que han quedado bajo el polvo de la historia. El cine mudo significó un apasionante género de expresión artística y de avance tecnológico. La lectura que podría hacerse en nuestros días sobre las conquistas creativas y el desarrollo industrial de lo que entonces era una aventura de pioneros nos abrirían los ojos en un momento de similar cambio tecnológico. Pero los Oscar de la película no impulsaron una revisión de las joyas del mudo, incluso la película se nutrió de ellos sin reivindicarlos con justicia. Así que el mudo pervive en un silencio que parecería irónico si no fuera despreciativo y empobrecedor.

Existe una serie británica de televisión que bajo el título de Cinema Europa, repasa la evolución del cine mudo en nuestro continente. Seis episodios dirigidos por el historiador del cine Kevin Brownlow y narrados por el actor Kenneth Branagh que no se limitan a ser un recuento de los clásicos de referencia de aquel tiempo. Capítulos de una hora orientados hacia países como Francia, Suecia o Alemania que evidencian el error europeo de dejar escapar hacia los Estados Unidos la industria con más futuro del siglo pasado. La evocación de grandes momentos logra ser poética y a ratos la serie es emocionante. Es un material imprescindible para mostrar en las escuelas que el cine fue un desafío artístico en su origen.

Los nombres de Murnau, Sjostrom, Abel Gance resuenan como apóstoles de un evangelio traicionado. Para muchos, en la fuga de un director como Lubitsch a Norteamérica o el contrato que la Metro extendió a Greta Garbo y que la convirtió en estrella a sueldo de Louis B. Meyer, se desencadena el final de esta época espléndida en Europa. Como metáfora dramática nos queda el final de Mauritz Stiller, que después de ser el director que inventó a la Garbo vuelve a Europa roto y olvidado. Victor Sjostrom lo visita en la clínica el día antes de morir y aún le escucha hablar de un proyecto donde el ser humano volvería a ser el centro de la trama frente a atracciones más superficiales. Ese sueño roto es el mayor desafío para una industria en busca de su sentido.

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