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Crítica | Murieron por encima de sus posibilidades
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La culpa es nuestra

Fotograma de la película 'Murieron por encima de sus posibilidades'.
Fotograma de la película 'Murieron por encima de sus posibilidades'.

Desde su mismo título, el último largometraje de Isaki Lacuesta juega con la inversión de esa frase, tristemente célebre, con la que, en su día, el poder vigente jugó a culpabilizar de la crisis económica a esa ciudadanía que iba a ser víctima insalvable de sus efectos más devastadores. Casi al principio del metraje, el personaje interpretado por José Sacristán también habla de culpa, pero en otros términos: La culpa es nuestra… por ser españoles, afirmación que precede a una concisa reflexión sobre la siguiente ronda de cañas como reiterado limbo nacional desde el que aplazar, eternamente, la revolución. No es el único momento en que la película escarba en paradojas e inconsistencias del lenguaje para extraer su comicidad: en otra escena, un hampón encarnado por Sergi López escucha, perplejo, en boca de la piltrafa del arroyo a la que da vida Jordi Vilches una zumbona apropiación picaresca de la retórica de los rescates bancarios.

MURIERON POR ENCIMA DE SUS POSIBILIDADES

Dirección: Isaki Lacuesta.

Intérpretes: Albert Pla, Raúl Arévalo, Imanol Arias y José Coronado.

Género: comedia. España, 2014.

Duración: 100 minutos.

Murieron por encima de sus posibilidades es, en sí misma, un fascinante problema de lenguaje: un inesperado (aunque sólo aparente) borrón o exabrupto en forma de comedia bruta y desarrapada en medio de la carrera de un autor respaldado por la crítica exigente, empeñado en cambiar siempre de piel pero con cierta estable base de operaciones en las encrucijadas entre realidad y ficción. Aquí, Lacuesta parece haber planeado, a lo Kitano, la disidencia de sí mismo o la voladura de la idea que se habían formado de él, aunque el humor ya había estado presente en trabajos anteriores como Los pasos dobles (2011), Tres tristes triples (2013) —su muy incorrecta pieza para los Venga Monjas— e incluso Las variaciones Marker (2008).

El director parece haber usado como combustible esa indignación colectiva —la potencialidad de una revolución que no tuvo lugar— para construir, de forma abrupta y fragmentaria, una suerte de respuesta trash a El mundo está loco, loco, loco (1963), con reparto panorámico de película de catástrofes, tono de historieta contracultural —de Las aventuras de Makoki a Don Vito— y ecos de Con el culo al aire (1980), la comedia fallera y frenopática de Carles Mira. No todo funciona, pero hay momentos de provocadora fuerza —el monólogo de Albert Pla—, soberbias ideas de tebeo —el barco interminable— y un muy saludable reciclaje de la cultura popular para la justicia poética.

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