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Ferrez | escritor brasileño

“Las palabras tienen poder”

Para Ferrez, la literatura ha cambiado la vida de muchas personas de su barrio marginal

El escritor Ferrez.
El escritor Ferrez.Fernando Cavalcanti

Reginaldo Ferreira da Silva, Ferrez, vive desde siempre en su barrio de Capão Redondo, una de esas zonas pobres, peligrosas y apartadas de São Paulo, a una hora de todo. No es un sitio fácil para vivir. Una calle larga flanqueada de tiendas y garajes en edificios de una sola planta que dejan espacio para bocacalles laterales que se pierden en callejones que se pierden en descampados. El mismo día de la entrevista murió una persona cerca, según informaba una radio que sólo informa de calamidades. Pero Ferrez, de 40 años, escritor, asegura que no piensa irse de aquí. Por dos razones. La primera, porque aquí se siente alguien, según explica. La segunda, porque del magma de pobreza, desparpajo y vida intensa que emana de esta zona extrae la manera de hablar y de obrar de sus personajes. Acaba de volver de París, del salón del libro, y ahora se engolfa en la presentación en Brasil de su último volumen de cuentos en portugués Os Ricos Também Morrem, repleto de historias pequeñas de gentes de su barrio. Cree en el poder de la palabra y la literatura para cambiar la vida de las personas. Si creen que es ingenuo, vengan aquí a decírselo.

Pregunta. ¿En qué consiste este libro?

Respuesta. Está pensado para que lo comenten en la calle, para que se rían comentándolo. Yo quería volver a sentir lo que sentí con mis primeros libros, Capão pecado o Manual Prático do Ódio. Yo no poseo nada más que el que la gente lea mis historias y las comente conmigo, que se rían cuando las cuento. No son historias reales, pero el tono y la manera de hablar sí que lo son. Son de aquí.

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P. Usted defiende un tipo de literatura denominada combativa.

R. No la rehúyo. En todos los sitios a los que voy, cuando hablo de literatura combativa, siempre hay un autor que dice que él no se siente comprometido, que no se siente prisionero de esto o de lo otro. Yo eso lo veo muy bien, muy bonito, no hay como escribir eso, salir a la esquina, ver un tío muerto y no sentir nada. Si usted es capaz de hacer eso, estupendo. Pero yo no puedo.

P. Hay muchos escritores, sobre todo en Europa, que ven ese debate del compromiso literario muy viejo, muy superado ya …

Para nosotros nunca es fácil. Cuando los demás están mal, nosotros estamos peor

R. Bueno, pues ahora que Europa está entrando en crisis, tal vez vuelvan a ser combativos los europeos.

P. ¿Cree que los libros pueden cambiar la vida de las personas aquí en Capão Redondo?

R. No es que lo crea, tengo pruebas de eso todos los días. Aquí hay gente que ha llegado a la facultad y que el primer libro que leyó fue el mío. Yo no soy el salvador de nadie. Pero tampoco soy un contraejemplo. A mí el chico de la periferia no me va a ver fumando marihuana o pegando a mi mujer. Si yo voy a hablar con un niño y estoy borracho, ¿qué ejemplo voy a dar? Todo el mundo bebe en la favela. No hace falta uno más. Todo escritor tiene ese lado bohemio, un poco loco, de querer beber o fumar… pero esto es otro mundo. Aquí el padre que bebe generalmente pega a su hijo adolescente. Así que no mola nada eso de ir de bebedor, de bohemio….

P. Usted ha hablado de esos adolescentes de la favela que ya se aventuran por los centros comerciales de las zonas más nobles de la ciudad como un ejemplo de una nueva sociedad brasileña…

Aquí, al homosexual se le pega, acaba mutilado, se le trata como a basura

R. Sí, porque eso es la prueba de que estamos ante un nuevo país. La gente tiene que entender que ha habido un ascenso económico, que algunos de clase baja-baja pasaron para media-baja y que tienen que participar de las cosas buenas que esa franja de consumo aporta. Ir a un centro comercial es parte de eso, comprar tenis de marca es parte de eso, ir en avión también… Sólo que aquí en el barrio tenemos una manera nuestra de hacer esas cosas y las élites en Brasil tienen que entenderlo.

P. Pero la crisis ha llegado a Brasil y también a los barrios de la periferia…

Hay ciertas conversaciones oídas en un taxi que acaban matando a un chaval de la periferia

R. Para nosotros nunca fue fácil. Cuando los demás están mal, nosotros estamos peor. Y desde diciembre la cosa empeoró todavía más. Hoy mismo estaba dando otra entrevista y la camarera vino y dijo: “Di ahí que con el sueldo que gano no me llega ni para comer”. Es verdad. Está muy jodido todo.

P. Usted ha criticado mucho que la iglesia, sobre todo la evangélica, se introduzca tanto en las favelas…

R. Yo no sé lo que es peor, si la iglesia o la droga. Aquí hay mucha peña que no piensa por ella misma. Y cuando un pastor dice tonterías y se mete con los homosexuales no sabe lo que es ser homosexual en estos barrios. Aquí al homosexual se le pega, acaba mutilado, se le trata como a basura. Pero ese pastor no tiene noción de lo criminal que es su discurso, del daño que hace. Esos tíos tienen el don de la palabra, y cuando tienes el don de la palabra convences al que te da la gana.

Ahora que Europa está en crisis, tal vez se vuelva más combativa

P. Atribuye mucho valor a la palabra…

R. Las palabras tienen poder. Un ejemplo: pongamos que me monto en un taxi y el taxista comienza a meterse con Dilma, a quejarse, a decir que los chavales jóvenes tienen que morir si son ladrones…. Ahí yo le digo: Vale. Cállese. Él sigue: Usted es del PT. Y yo: No, no soy de nada, pero estoy cansado. Mire, o usted me oye también o se queda callado o para y me bajo. Y en ese tipo de conversaciones comienza a morir un chaval de la periferia.

P. ¿Por qué?

R. Porque esas conversaciones llegan a alguien. El dueño de la tienda presiona, el político presiona y la policía ejecuta. Todo el mundo presiona, porque las palabras tienen poder. Aquí a la periferia viene gente del nordeste, son gente muy pobre, llegan aquí, trabajan, sufren mucho, sufren un huevo para tener algo, y si alguien llega y les roba, pues ese tío piensa que el ladrón tiene que morir ahí mismo. Porque ese ha sido el tratamiento que él ha recibido de la vida. Y cuando ven que alguien defiende eso como candidato político, pues le votan. Aquí no hay ninguna orientación política.

P. ¿Y eso no le desanima?

R. Desanima de la hostia, pero es lo que hay.

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