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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Otro rato

Al escándalo que despertó el expolio de Bankia, vaciada desde su cúpula, se le suman ahora supuestos delitos que tienen origen en la regularización de divisas que amparaba una amnistía fiscal que cada hora que pasa provoca más dudas

David Trueba
Rato y Montoro, en 2002.
Rato y Montoro, en 2002.

La boda de la hija de Aznar en El Escorial en 2002 sigue regalando las fotos que ilustran la historia reciente de un país. El paseíllo de Rodrigo Rato junto a Cristóbal Montoro camino de la ceremonia reverdece en los noticiarios a causa de los supuestos delitos monetarios del primero. El protagonismo del segundo tiene sentido, pues no es tan solo quien tomó el relevo de la política económica en su partido, sino una importante pieza a la hora de esclarecer si las últimas y confusas acciones, de enorme aparatosidad mediática, persiguen el esclarecimiento de otra trama de evasión de dinero o exactamente lo contrario. Los españoles aspiran, con toda justicia, a una reparación, pero a menudo lo que se encuentran es con una parálisis extendida a lo largo de años, que termina en turbiedades procesales, prescripciones y fortunas a buen recaudo en el calor discreto de la familia, mientras los protagonistas del delito sostienen la pantomima de la insolvencia bajo una barba de tres días.

Al escándalo que despertó el expolio de Bankia, vaciada desde su cúpula, se le suman ahora supuestos delitos que tienen origen en la regularización de divisas que amparaba una amnistía fiscal que cada hora que pasa provoca más dudas. Si en su día los miembros independientes de la Agencia Tributaria denunciaron el carácter desmoralizador sobre la población, que no hay que olvidar que ha pagado en esta legislatura los impuestos más altos de la democracia, tras los últimos datos conocidos todo apunta a una oferta a la medida para defraudadores VIP. Pero el actual Rato no debería cegarnos sobre la gravedad de aquel otro Rato.

Su milagro económico español se apoyó en dos estrategias. Primero, la reescritura de una nueva ley del suelo, madre de la burbuja inmobiliaria que décadas después hundió la economía del país e hizo necesario el rescate bancario; y, segundo, la venta de las más poderosas empresas estatales, privatizadas durante el imperio Rato, con demasiado amigo de pupitre premiado con presidencias. Era un tiempo en el que hacerse preguntas estaba penado con el delito de aguafiestas. Ahora sabemos que el proceso fue conducido por un patrón de dudosa moralidad mientras la deuda pública española ha superado el listón del 98% del PIB. Ese rato fue más grave que este.

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