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IDA Y VUELTA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Música leída

Leo escuchando. Leo 'So What', la biografía de Miles Davis escrita por John Szwed

Antonio Muñoz Molina
Los músicos Charlie Parker y Miles Davis.
Los músicos Charlie Parker y Miles Davis.F. Driggs Collection / Magnum

Leo escuchando. Leo So What, la biografía de Miles Davis escrita por John Szwed, y de vez en cuando interrumpo la lectura para buscar en el gran archivo instantáneo de Spotify los discos que se mencionan en ella. Si estuviera en Madrid podría buscar cedés y vinilos, que me traerían en cada caso el recuerdo tangible de la época de mi vida en la que los compré, de las personas cercanas que me regalaron algunos de ellos. La memoria necesita asideros físicos. Ahora nos damos cuenta de que la música grabada en vinilo se escucha mejor porque se ve en los diseños de las amplias portadas, se toca con los dedos en las fundas interiores de papel encerado y en los filos del disco que aprendimos a sujetar con mucha cautela para no dañar los surcos. Con un buen amplificador, buenos altavoces, un plato adecuado, la música grabada en vinilo está más cerca que nunca de la escuchada en directo. Y es una felicidad para el aficionado ver la lista de los músicos en la contraportada y leer esas notas en las que tanto se aprendía sobre el proceso de la grabación.

Pero no hay por qué renunciar a ninguna ventaja tecnológica, igual que no es preciso hacerse converso incondicional de cualquier última tecnología, o nostálgico porque sí de las que se han ido quedando obsoletas. Hay lugar para los cedés, para los vinilos, para la música que lo acompaña a uno en los auriculares durante una caminata o un viaje y la que suena tan dócilmente en el portátil. Está el peligro de aturdirse con la sobreabundancia, pero no creo que sea más dañino que la realidad antigua de la escasez. Leo la vida de Miles Davis y cada pocas páginas detengo la lectura para buscar un disco en Spotify, una grabación precisa. La lectura está iluminada por la música igual que una película por su banda sonora. Leo páginas espléndidas sobre los primeros tiempos de Miles Davis en Nueva York, con 18 años, recién llegado de San Luis y de la protección algo opresiva de su familia de clase media pudiente. Había venido para formarse como músico clásico en la Juilliard School, pero lo que quería era subir cuanto antes a Harlem o bajar a la Calle 52 para encontrarse a los jazzmen. Recordaba que iba en tal estado de fervor y expectación por la ciudad que a veces caminaba bajo la lluvia sin darse cuenta. Entraba en los clubes buscando a Charlie Parker. Desde la calle oía la música según se acercaba y estaba seguro de que reconocería el saxo alto de Parker en cuanto lo escuchara. Se hace difícil comprender lo jóvenes que eran. Charlie Parker, el maestro, el héroe, la sombra agrandada por la gloria que el Miles adolescente buscaba de día y de noche, tenía solo seis años más que él, 24 en el año en que por fin se encontraron en Nueva York.

Leo y las palabras impresas suscitan imágenes en parte recobradas de documentales antiguos, en parte nacidas del puro impulso verbal. Pero quién puede resistir la tentación de buscar en Spotify los discos de Charlie Parker en los que se escucha por primera vez a Miles Davis, inseguro todavía, aunque no demasiado, ya esbozando su manera limpia de tocar en medio de los sobresaltos acrobáticos del bebop, la pureza de tono que había aprendido con la disciplina clásica, aunque por entonces ya había abandonado la Juilliard School, en parte por impaciencia de sumergirse en el fervor y la libertad y el peligro del jazz, en parte porque sabía que, siendo negro, sus posibilidades de encontrar trabajo en una orquesta sinfónica eran inexistentes.

Leo páginas espléndidas sobre los primeros tiempos de Miles Davis en Nueva York, con 18 años, recién llegado de San Luis

Escucho con otra atención estos discos que conozco bien: ahora no busco en ellos, como otras veces, el resplandor evidente de Charlie Parker, sino esa trompeta que aparece y desaparece, y a través de esa sigo el rastro de la vida que me cuenta el libro. A diferencia de todos los músicos con los que ahora se relacionaba, Miles Davis venía de una vida de comodidad y privilegio, aunque es probable que lo disimulara ante ellos, y por eso adoptó en seguida los gestos más radicales, las actitudes de desafío, la jerga de la noche, las gafas oscuras en la penumbra de los clubes; también por eso no tardó casi nada en adquirir el hábito que certificaba la pertenencia a aquella sociedad casi secreta que formaban los jazzmen, la heroína.

Pero no es la droga lo que hace a un gran músico, a pesar de tantas historias novelescas de malditismo. Lo que hace a un músico es el talento alimentado y disciplinado por el estudio de la música. A Miles Davis le parecía un insulto que se dijera que un negro, por serlo, estaba más capacitado para tocar jazz. Uno de los méritos del libro de Szweb es resaltar esa obsesión de aprendizaje, estudio, perfeccionamiento, ruptura, que rigió la vida de Davis por encima de cualquier distracción, de cualquier extravío. Se reunía con Bill Evans hacia la mitad de los años cincuenta y escuchaban durante horas los dos conciertos de piano de Ravel, tan influidos por el jazz. Inmediatamente busco en Spotify una grabación que me gusta mucho, Alicia de Larrocha y Leonard Slatkin con la Sinfónica de Boston. Ahora me doy cuenta con más claridad de que esa rareza armónica que flota como una niebla ligera sobre los tiempos lentos de Ravel se ha transmitido a la trompeta de Miles Davis, no solo a la manera de tocar el piano de Bill Evans.

Leo escuchando y escucho leyendo. Leo con la música que está en el libro y escucho con la atención afilada por la lectura. Kind of Blue es una cima insuperable de la música de jazz, de la música, pero uno admira todavía más su categoría prodigiosa cuando comprueba la rapidez con que se grabó, en unos días, en un estudio instalado en la nave de una iglesia desierta, a partir de unos cuantos apuntes esbozados por Davis en hojas sueltas de papel, en reversos de sobres. La amplitud espacial que irradia la grabación es la de esos interiores de iglesia, y es también una propiedad que tuvo casi desde el principio la imaginación musical de Miles Davis: como la de dibujar con muy pocas líneas en anchas hojas de papel, haciendo consciente al oído de cada nota tocada y del silencio que la rodea, sin necesidad de llenarlo todo de sonido. No hay disco de jazz tan popular como Kind of Blue, pero lo que Davis había venido haciendo en los años anteriores y lo que hizo después forma una corriente incomparable que se percibe mucho mejor cuando se siguen los discos, uno por uno, en orden cronológico, en su abrumadora progresión, hasta el gran salto de los años sesenta. Lo que para cualquier otro habría sido una culminación, para Miles Davis era un episodio, un punto de partida.

Interrumpo la lectura, salgo a la calle, pero la música no cesa. En los auriculares del iphone escucho Seven Steps to Heaven. Nadie ha tocado ni cantado I Fall in Love Too Easily como Miles Davis en ese disco. Música y palabras son lo mismo: en el sonido de la trompeta están las inflexiones exactas de poesía de la letra.

So What: The Life of Miles Davis. John Szwed. Simon & Schuster. EE UU, 2002. 496 páginas. 28 euros.

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